Cuatro barreños después, el agua dejó de estar turbia, manchada con una mezcla de colores marrones, grises y rojos. Brianna había permanecido con la sidhe todo el rato, callada pero no indiferente. La visión del cuerpo extremadamente delgado le provocó un estremecimiento que la recorrió de la cabeza a los pies. Las cicatrices le revolvieron el estómago.
Awen se había desnudado delante de ella sin miramientos y se había lavado a conciencia, sin soltar la daga en ningún momento. Brianna se había planteado decirle que podía estar tranquila, que nada le pasaría porque la dejase a un lado mientras se bañaba, pero sabía que habría sido un comentario inútil. Tampoco dijo nada cuando después de pasarse un buen rato tratando de desenredarse la melena con los dedos de una mano, había comenzado a cortársela.
Ahora, tenía ante ella a una joven feérica limpia, con una apariencia más similar a la del ser de cuento que en realidad era y menos parecida a un animal salvaje y extraviado. Brianna trató de contemplarla con discreción. Su piel era muy pálida, de un tono grisáceo casi enfermizo, surcada de venas azuladas y cicatrices en casi cualquier parte visible de su cuerpo. Tenía algunos moratones salpicando su piel, con diferentes tonos de color violáceo o amarillento. Sus muñecas tenían marcas oscuras, con la piel endurecida en algunas zonas, como callos causados por un roce continuo. Su pelo mojado y ahora a la altura de los hombros, desigual, caía como una cortina oscura sobre ella, que estaba sentada y con los brazos rodeándose las rodillas dentro del barreño. Miraba a su alrededor con curiosidad y cautela, inspeccionando el establo en el que se encontraba, el único lugar que a las demás sealgair les había parecido apropiado que se bañase sin riesgos.
Estaba atardeciendo y las lámparas de grasa que iluminaban la estancia habían permitido que Brianna descubriera que los ojos de Awen no eran negro azabache como había pensado en un primer momento, sino de un castaño muy oscuro. Tampoco le parecieron tan fríos como al principio. Aunque seguían transmitiendo cierta calma glacial, la cazadora se dio cuenta de que ahora la chiquilla no se encontraba a la defensiva como antes. Parecía simplemente más… calculadora.
─ ¿No vas a exigirme que empiece a cantar ahora que ya he conseguido un baño limpio?
Brianna dio un respingo en el sitio. La yegua que se encontraba en una cuadra detrás de ella también se sobresaltó, soltando un relincho corto y agudo.
Awen no la estaba mirando, por eso la había cogido desprevenida. Tenía la atención clavada en sus uñas, que todavía presentaban círculos oscuros.
Brianna se aclaró la garganta antes de hablar.
─Pensaba que lo harías después de comer ─respondió haciendo un gesto con la cabeza hacia el plato de comida ya fría que la feérica no había tocado ni una sola vez. Dudó un instante antes de proseguir─. Y no voy a exigirte nada.
Awen siguió mirándose las uñas mientras contestaba.
─Eres rara.
La calma con la que habló puso en guardia a la sealgair. No había sido tan tonta como para ir allí con ella desarmada estando a solas, pero había preferido dejar la ràsair sliasaid, la espada corta que se cerraba como una navaja y que parecía haber llamado bastante la atención de la feérica, enfundada. Al escuchar su tono de voz, cargado con un acento melódico y agradable, se arrepintió un poco. Puede que no fuera la chiquilla indefensa que le había parecido en el primer momento.
─Me he enfrentado a muchos feéricos desde que empecé a cazar ─respondió con un encogimiento de hombros─. Pocos eran feéricos mayores; no suelen cruzar a este mundo ─se agarró la punta de la trenza y comenzó a darle vueltas entre los dedos antes de proseguir, sopesando sus palabras con cautela─. Me resulta extraño hacerle frente a… algo con una apariencia tan humana. Más todavía si se parece a una niña.
Awen dejó de mirarse los dedos y clavó sus ojos oscuros en la chica.
─ ¿Qué sabéis de nosotros? ─repuso acomodándose en el agua─. De los sidhe.
Brianna hizo un gesto vago con la mano.
─Que vuestra unión con los humanos nos dio lugar a nosotras, las sealgair, y a los fiosaiche, los hombres de nuestra especie ─se detuvo, pero Awen no dijo nada; solo se limitaba a esperarla con aquella paciencia tan… extraña. Tan felina.
Brianna se removió incómoda en el sitio y, cuando volvió hablar, su voz era mucho más baja que antes, pero estaba segura de que la sidhe, con su oído de feérica, podía escucharla perfectamente.
─Sabemos que perdisteis una guerra muy importante contra los fae. La Gran Guerra Inmortal ─dijo muy despacio, estudiando las reacciones de la sdihe─. No os dejáis caer por aquí porque ellos, de alguna forma, no os lo permiten.
Ese último comentario lo había deducido ella basándose en lo que la inmortal había comentado en el bosque. Conociendo a los fae, tenía sentido que estos hubieran impuesto un castigo largo y severo a los perdedores de la guerra, pero Brianna no terminaba de comprender el propósito que podría haber detrás de no permitirles venir al mundo humano o dejarlos caminar por Elter. Pero también era consciente de que había muchas lagunas en la historia que ella y las demás sealgair conocían sobre el conflicto y cómo había terminado.
Awen soltó un bufido acompañado de una sonrisa que no llegó a mostrar sus dientes.