Un tiempo se convirtió en casi dos semanas; trece días, para ser exactos, los cuales Awen se pasó en el establo en el que se había aseado. No le molestaba estar durante todo el día con los caballos, aquellos animales que a pesar de estar presentes en Elter, no eran nativos de su mundo. Nunca se había podido acercar a ninguno demasiado. Resultaron ser criaturas curiosas, con cierto carácter, pero una compañía para nada desagradable. Prefería aquello antes que la primera opción que le había dado; estar atada a un poste en donde habían estado quemando la madera de serbal. Encadenada a él.
─No, por favor, cadenas no ─había suplicado, retrocediendo con los ojos en blanco y una expresión de miedo cerval, como un animal amenazado─. Lo que queráis, pero por favor, no me atéis. Os doy mi palabra de que no es necesario.
Nunca se quedaba sola, bajo ninguna circunstancia. Por lo general, quien la vigilaba era Brianna. La sealgair y la feérica no hablaban demasiado; la primera le permitía a la segunda interactuar con los caballos aun llevando la daga consigo, pero sin perderla de vista. Por la manera en la que los miraba, una mezcla entre fascinación y admiración cariñosa, Brianna se sentía bastante segura de que no les haría daño. Además, tampoco era conocedora de que los feéricos tuviesen ningún poder relacionado con alterar el comportamiento de los animales, o por lo menos, no lo suficiente como para que se volviesen contra otras personas. A Awen no parecía importarle matar las horas cepillando a los caballos y dándoles de comer en la mano, susurrándoles palabras en ese idioma intrincado y familiar, al mismo tiempo que extraño para Brianna.
La sealgair se fijó en que los contornos del cuerpo de la feérica se habían hecho más sólidos a partir del tercer día en el campamento. Todos los inmortales poseían un glamour que se instalaba en sus cuerpos de manera natural cuando se adentraban en el mundo humano. No era un hechizo ni un encantamiento, sino una especie de escudo de invisibilidad que los ocultaba de las miradas de los mortales, pero no de las sealgair ni de los fiosaiche; las reminiscencias de la sangre feérica que corría por sus venas hacían que el glamour no fuera eficiente con ellos. Los inmortales podían retirar ese escudo a voluntad para que los humanos pudieran verlos, y también cuando sus cuerpos se encontraban demasiado cansados y debilitados por el hiraeth, el vínculo que los unía a su mundo.
Brianna suponía que Awen estaría comenzando a notar los efectos de ese lazo y que habría comprendido que allí, entre las cazadoras, no le servía de nada llevarlo puesto. Se preguntó cómo pensaría lidiar con aquel inconveniente si pretendía vivir en el mundo de arriba. Nunca había escuchado que un feérico muriese por pasar demasiado tiempo sin regresar a Elter, pero sabía (y suponía) que notar cómo el cuerpo se debilitaba poco a poco y cómo los poderes que los distinguían fallaban era bastante incómodo y desagradable.
Pero Brianna no dijo nada. Ella se limitada a cumplir su cometido sin hacer preguntas, ni a la líder de su clan ni a su… lo que quiera que fuera la feérica. Llamarla prisionera le parecía excesivo, pero no tenía una palabra mejor para describirla.
─ ¿Qué crees que decidirán?
Las bridas que Brianna estaba acomodando cayeron al suelo con un tintineo. Se maldijo por lo bajo mientras se agachaba a recogerlas.
Llevaban ya una semana esperando por el veredicto de las matriarcas y le sorprendía que la sidhe hubiera aguantado tanto sin hacer preguntas sobre el tema, sin mostrar interés explícito. Sus conversaciones habían sido escasas, banales, y Awen la había cogido desprevenida. Aquello no podía volver a ocurrir, podría ser un error mortal. No solo para ella, sino también para sus compañeras.
─Sinceramente, no lo sé ─contestó luego de dejar las bridas colgadas de nuevo y de girarse en su dirección─. No quiero darte esperanzas ─aclaró tras una pequeña pausa─. Lo que pides es complicado. Pero lo que dijiste de enemigos comunes… ─se humedeció los labios, deteniéndose de nuevo. Awen también dejó de cepillar a la yegua con la que se encontraba en ese momento y miró con sus ojos oscuros por encima del lomo del animal─ creo que a mi madre le resultó… interesante, por decirlo de alguna manera.
La sidhe se limitó a alzar una ceja, expectante. La yegua protestó al darse cuenta de que las atenciones que había estado recibiendo no se reanudaban, y se lo hizo saber a la feérica tirándole de la manga con los dientes.
Brianna miró pensativa el gesto de la yegua, lo calmada que parecía con la presencia de aquel ser que a ella siempre le habían enseñado que era un predador.
─La familia para nosotras es algo importante. Todas las sealgair estamos emparentadas en mayor o menor medida, especialmente las que vivimos en el mismo campamento ─hizo una pausa en la que se tocó los cabellos castaños que escapaban de su trenza─. Y también lo estamos con vosotros, los sidhe ─repuso en voz baja, sus ojos verdes mirando directamente a los de Awen. Trató de contener sus emociones para que ella no se diera cuenta de lo complicado que le resultaba admitir algo así en voz alta─. No es algo fácil de aceptar, ¿sabes? Sin ánimo de ofender ─levantó las manos en un gesto apaciguador, aunque Awen no se había movido─. Recordar que compartimos cierto… vínculo consanguíneo con aquello que hemos jurado erradicar de este mundo es complicado para nosotras.
Awen pasó el cepillo por el pelaje de la yegua sin decir nada. Tenía que entenderla, se dijo Brianna. A ella tampoco podía resultarle fácil recordar que quienes los habían recluido debajo de la tierra de su mundo durante siglos eran sus supuestos hermanos.