Seis días después de esa conversación, un grupo de veintisiete mujeres, las Nighean Stiùiridh de todos los poblados que se repartían por las tierras altas del mundo mortal, encargadas de proteger a los humanos, se encontraban formando un semicírculo entorno a Awen. Todas descendientes de alguno de los tres clanes que la madre de Brianna le había citado. Todas mujeres muy distintas entre sí, de diferentes edades, distintos colores de cabello y tonalidades de ojos, unas más bajas que otras o con la piel más tostada. Todas mujeres fuertes e imponentes de una manera que hizo que un estremecimiento se extendiese por la columna Awen y que sus piernas, a pesar de llevar una semana comiendo debidamente, se sintiera débiles y casi incapaces de soportar su peso.
La feérica se plantó delante de las sealgair lo más recta que pudo, con los hombros cuadrados, una postura imitada de las mujeres que tenía delante. Guardó silencio, prudente, consciente de que lo más apropiado era esperar a que ellas, quienes tenían su vida en sus manos, le dieran la palabra.
─Conocemos tu historia ─comenzó a hablar una mujer algo más mayor que el resto, situada a la izquierda de la madre de Brianna. Su voz imperiosa le produjo a Awen un nuevo escalofrío que apenas pudo disimular─. Sabemos lo quieres.
Calló con la misma solemnidad con la que había hablado. La sidhe se removió en el sitio, cambiando el peso de su cuerpo de un pie al otro con sutileza, esperando. Pero ninguna de ellas prosiguió. Se limitaron a mirarla con sus inquisitivos ojos mortales hasta que la feérica comprendió lo que ocurría.
No pudo evitar enarcar una ceja y que sus labios se curvasen en las comisuras. Querían sus súplicas, que les recordase que ella era la invitada, la que estaba allí viviendo de prestado. No, no eran tan distintas a los inmortales después de todo.
Awen les dio lo que querían.
─Y, ¿cuál es la respuesta?
La que le contestó fue la Nighean Stiùiridh del poblado en el que había estado viviendo.
─ ¿Sabes lo que es el Libro de la Dagodeiwos?
Awen frunció el ceño. Rebuscó en su memoria un nombre parecido, pero nunca había oído tal cosa. Sí, conocía a Dagodeiwos, un dios asociado a la sabiduría, pero también a la lucha. Una deidad muy antigua, tanto como las disputas entre los feéricos mayores. No tan importante como Madre y Padre, por supuesto, pero del que se contaban historias imponentes y crudas, a pesar de que su nombre, en la lengua antigua, significaba buen dios. Una divinidad ancestral, de las primeras que habían aparecido en el imaginario de los inmortales y que, al igual que Morrigan, no estaba del todo claro si pertenecía al mundo de los feéricos, al de los mortales, o a ambos por igual. Tantos siglos mezclándose entre ellos había hecho que algunos dioses fuesen adorados por los habitantes de los dos mundos.
Awen sabía que asociado a Dagodeiwos había un caldero gracias al cual, según se decía, se podía resucitar los muertos, pero jamás había escuchado nada sobre un libro.
La madre de Brianna volvió a hablar después de unos instantes saboreando el desconcierto de la sidhe:
─No es exactamente un libro en realidad, aunque se haga referencia a él de esa manera. Son unos manuscritos muy antiguos. Más incluso que la Gran Guerra Inmortal ─pronunció el nombre del conflicto con cuidado, despacio, evaluando la reacción de la sidhe ante su mención, pero en ese momento era algo que a esta poco le importaba─. Hay quien dice que son como… pequeñas ayudas que vuestros dioses principales, Padre y Madre, le susurraron a Dagodeiwos en sueños para que os los transmitiese a vosotros, muy al principio de la existencia de los sidhe y los fae como… como seres ya racionales ─dijo despacio─, no solo como animales impulsivos. Consejos y trucos para entender mejor vuestro mundo y, sobre todo, la magia que contiene. Para poder manipularlo, incluso. Nuestras historias cuentan también que muchos de vosotros habéis olvidado su existencia porque os creéis… demasiado buenos como para necesitar ayuda ─la mujer hizo una breve pausa dramática, esperando una reacción por parte de la sidhe que no llegó. Se humedeció los labios antes de proseguir─. Esos manuscritos sueltos contienen hechizos, magia muy antigua y poderosa, en su mayoría. Puede que haya algo en ellos que te ayude.
Awen necesitó un tiempo para procesar lo que la Nighean Stiùiridh le estaba diciendo. No, definitivamente, jamás había escuchado hablar de algo semejante. Los inmortales no tenían nada parecido a textos sagrados, por lo menos no escritos, ni mucho menos dictados por los dioses a ningún mensajero en concreto. Había historias, cuentos, con cuyas enseñanzas se criaban y que podían aparecer recopilados en algún libro, pero ellos normalmente preferían contarlos cara a cara, alrededor de una hoguera candente que espantase el frío que algunas de esas historias podían traer consigo.
Si aquello de lo que le estaba hablando la Nighean Stiùiridh era de origen feérico tal y como parecía, tenía que ser extremadamente antiguo. Y algo que sonaba como un libro de magia poderosísima era imposible que pasase desapercibido en un mundo habitado por seres anhelantes de poder.
─ ¿Los tenéis vosotras?─preguntó con cautela.
─Sospechamos que no todos. No se sabe exactamente cuántos hay.
─ ¿Cómo? ─preguntó Awen sin poder esconder su sorpresa.
A las sealgair no les hizo falta la sidhe concretase más.