─ ¿Llevas todo lo que necesitas?
─Tampoco es que necesite gran cosa. En cuanto a cantidad, me refiero.
Awen levantó la botella de cristal con cuidado. El brebaje que contenía era para ella su más preciada posesión en ese momento, más incluso todavía que la daga de oro que ahora llevaba sujeta a la cadera por un cinturón prestado. Aquella bebida era su única esperanza.
Brianna pudo ver a través del cristal cómo el líquido oscuro que contenía se movía en su interior igual que una criatura viva y apresada.
Se mordió el labio mientras echaba un último vistazo a la sidhe, comprobando que efectivamente llevase todo lo que precisaba. No le habían proporcionado ropa de combate; hubiera sido inquietante ver a una inmortal vestida con las ropas de sus cazadoras y para Awen, aunque sabía que sería una buena armadura, tampoco habría sido cómodo ir así vestida, con el significado que llevaba consigo. Además, si el brebaje funcionaba en todo momento como debiera, y ya habían comprobado que así fuera, el traje no debería hacerle falta. Lo que sí le había dejado Brianna era un cinturón de cuero para que no tuviera que llevar siempre en la mano la daga, además de un morral con algunas cosas para comer y beber durante el camino.
Ella fue la única que acompañó a la feérica hasta Beinn Nibheis. Su madre no se lo había dicho directamente, pero había quedado bastante claro que Awen se había convertido en su responsabilidad. Ella la había traído al campamento, ella la vigilaba de cerca y la acompañaba como si se tratase de su sombra. Si las cosas se torcían, Brianna era la que pagaría por ello, de una forma u otra.
─Sabes que cabe la posibilidad de que cuando vuelvas, ellos no…
Una parte de ella se revolvió por dentro al pronunciar aquellas palabras, pero sentía que eran necesarias. No quería quitarle esperanzas; deseaba, sinceramente quería, que la sidhe consiguiera su propósito y rescatase a su familia. Puede que fuera una inmortal, que su naturaleza más primitiva fuese retorcida, una bestia demasiado inteligente y que buscaba placer allí donde otros sufrían, pero Brianna también sabía que era una niña a la que se la había privado de vivir y que se la había lanzado desde su nacimiento a un destino inmerecido, concertado, demasiado cruel y del que tenía derecho a escaparse. No quería reconocerlo, pero aquella feérica había conseguido que comenzase a pensar que, incluso con los feéricos, no todo era oscuro y retorcido, sino que había muchos tonos de grises por el medio; como ocurría con los mortales.
Awen se pasó las manos por el pelo recogido, comprobando que ninguno de los mechos, ahora cortos e irregulares, se hubiera escapado y pudiera causarle molestias. A la luz del sol, Brianna pudo darse cuenta de que su cabello castaño oscuro tenía reflejos de un profundo color rojo caoba, no muy diferente al suyo propio.
Los ojos de la sidhe se posaron en ella. En los días que habían pasado juntas, aunque sus interacciones hubieran estado muy limitadas y se hubieran reducido a hablar solo de lo necesario, Brianna había aprendido a descifrar sus miradas. Había averiguado que aquellas que parecían ser las más inexpresivas eran las que más emoción guardaban. La que le estaba dedicando en aquel momento era una de ellas.
─Lo he pensando cada día desde que me escapé.
─ ¿Qué harás en esa situación?─preguntó la sealgair con suavidad.
La mirada de la sidhe no cambió. Se limitó a parpadear una vez, despacio. No hubo contestación más allá de eso.
Brianna se mordió el labio e hizo un gesto con el brazo hacia la contorna, el bosque espeso que bordeaba la colina que llevaba a la entrada al mundo de abajo.
─Te estaré esperando aquí. Durante siete días. Si ese plazo de tiempo no apareces…
No prosiguió, y tampoco fue necesario. Habían hablado sobre el camino que tenía que recorrer para ir y volver con su familia y, en base a lo que la sidhe le había contado, una semana era un plazo de tiempo más que razonable, incluso si surgían ciertos imprevistos por el camino.
─ ¿Vas a rezar a tu diosa por mí? ─preguntó la sidhe con una sonrisa irónica, dejando entrever sus dientes puntiagudos por encima del labio inferior.
La sealgair suspiró, mirando a la feérica, y en un murmullo casi inaudible incluso para la sidhe, dijo:
─Voy a rezarle a quien quiera escucharme, Awen.