Una vez más, su orgullo la había dejado fuera del nombramiento del menú.
Teodoro Janeiro era un experto en manipular la situación con una discusión para que renunciara a la autoría de cada receta. Así ha sido desde que empezó a trabajar en su empresa de catering, hace un año.
Pero habían sido tantas empresas con la misma metodología que Libertad había perdido la cuenta. La Seguridad Social lo sabe, ella no.
La boda doble era preciosa, llena de motivos verdes. Mezclando el manzana con el turquesa, lejos de parecer lo contrario, hacían un dúo agradable de mirar.
Los invitados acudían a la mesa para probar los famosos canapés borrachos del chef Janeiro; aunque, en realidad, eran idea de Libertad. Incluso los niños se acercaban también para degustar los canapés, y, sin embargo, a ellos se les ofrecía una versión realizada sin alcohol que no desmerecía respecto a la original.
Se permitió sentarse un poco tras una de las mesas y una niña de menos de diez años se le acercó.
—Si está cansada, pídale a su jefe algún compañero para repartir el trabajo. —Los ojitos azules de la niña irradiaban inocencia y comprensión.
—¿No te enseñaron tus padres que no debes hablar con desconocidos? —Libertad observó a la niña con desdén, morena como ella—. Solo quiero fumar, ¿Quieres que te vapee encima?
La niña, con cara de horror, negó con la cabeza y huyó llamando a su madre.
Libertad sonrió por primera vez en el día.
—Qué infancia tan insípida. Un poco de ironía nunca falla.
—Libertad, una niña, sigue siendo cliente, y no una mosca de la fruta. —Un hombre ajado, pero con uniforme impecable, estaba inclinado hacia ella.
—Pues la atiendes tú, que para eso me ha sugerido que te pida un compañero. —Libertad se enderezó, poniéndose cara a cara—. Y de paso se lo explicas. —Sonrió con superioridad.
Teodoro Janeiro gruñó como un perro y acabó amenazándola:
—Estoy a esto —le mostró la mano con la posición de pellizco—, solo esto, para echarte.
—Adelante —le retó—, desde que yo estoy en tu estúpida empresa, tienes el triple de contratos.
—Te estás jugando el puesto, Lili. —Le advirtió.
—Y tú te estás jugando a los clientes, Teo. —Libertad sabía lo que valía.
Teodoro le señalaba, a punto de tocarle la nariz.
—¡No me tientes, Lili, no me tientes!
Teodoro huyó para no alzar más la voz y comprometer su trabajo.
Libertad estuvo tentada de perseguirle porque nunca le gustó quedarse con la palabra en la boca, pero la niña de antes se interpuso.
—Fumar es malo. —Tras soltar la frase, se fue.
Libertad chasqueó la lengua, pero al levantar la vista, Teodoro había desaparecido.
Organizó los canapés sin alcohol en la parte más baja y los borrachos en lo alto de la estantería, fuera del alcance de los niños. Nadie comería nada fuera de su rango de edad.
Ya entonces pudo buscar a Teodoro Janeiro. Le irritó verle sin una bandeja en la mano, pero no le extrañó. Estaba hablando con uno de los invitados.
—Estaría dispuesto a ofrecerle un generoso contrato como chef principal del restaurante. —Sugirió el interlocutor.
—No me interesa vender mis recetas para ponerlas en un menú, gracias. —Teodoro sonó muy sobrado de ego.
Ese hombre no tenía ni idea de que los canapés eran creación de Libertad, se había creído la patraña que le soltó Teodoro.
Pues Libertad estaba dispuesta a vender la receta; al fin y al cabo, ella los creó.
Se asomó un poco para verle la cara. Era un hombre joven, de cabello claro y ojos grandes y negros.
Un traje morado tormenta y camisa y corbata turquesa. Era muy atractivo, aunque emanaba de lejos ese aire de “”niño mimado“” que tanto detesta Libertad.
Libertad volvió a su puesto y mientras atendía a todos los invitados, pensó en la manera de venderse, aunque ninguna le convencía.
Se fijó en que el empresario se acercó a la mesa varias veces a picotear algunos canapés, y siempre acechaba los que eran creación suya; los canapés de Teodoro no le llamaban la atención. Eso le hacía sentirse valorada, aunque fuera por un pijo mimado.
Teodoro también se debió fijar, ya que tras la cuarta visita del hombre a la mesa, le empezó a interceptar con una bandeja antes de llegar, con cualquier tipo de canapé.
Libertad le observaba tomar la especialidad del evento, uno tras otro. Al pijo realmente le gustaba el bizcocho salado emborrachado en vino blanco y flameado con lascas de pescado azul.
Una de las novias se acercó a Libertad, de cabello anaranjado y con detalles turquesa en el vestido y su cabello.
—Los borrachos son todo un éxito. —Señalaba los canapés—. Pero hay algún invitado con el punto subido.
Libertad se encogió de hombros.
—Cada persona debe conocer sus límites. —La sonrisa de suficiencia de Libertad hablaba por sí misma—. Si no pueden beber, que no los coman.
—¿Tanto alcohol tienen?
—Bizcocho salado bañado en Chacolí; aunque esté flameado por encima, sigue teniendo alcohol.
—¡Caray! ¿Y el de los niños?
—Ese tiene un mosto amargo y está sin flamear, pero el pescado es el mismo.
—Pues he probado los dos y están geniales.
La novia pelirroja se fue. En dos minutos apareció la otra novia, de raza negra, con el cabello liso y ojos grandes y rojizos.
—Los canapés están exquisitos. Y me dijo Janeiro que los creasteis juntos. Muchas gracias.
El jefe era realmente un hipócrita, se agenció la autoría de todo. Libertad no lo iba a dejar así.
—Cierto es que la mitad son míos y la mitad suyos, pero a medias no hemos hecho nada.
La novia ladeó la cabeza y señaló unos canapés de tartaletas con caviar sobre mousse de queso crema. Libertad respondió con la mano en el pecho y lo negó.
Señaló unas pequeñas tostas con una ensalada de col con cebollino y Libertad también lo negó. Cuando señaló el único canapé borracho que quedaba en la bandeja, Libertad afirmó, al igual que hizo, tras señalar los tres canapés que quedaban de cecina toscana sobre espuma de parmesano en cucharas de pan de orégano.
—Los tuyos les gustan más a la gente. —Comentó la novia de detalles verde manzana, con toda la inocencia del mundo.
—Lo sé. —Su cara de superioridad se vislumbró un poco.
Teodoro se interpuso.
—¿Puedo hablar con mi empleada?
La novia se fue por donde vino; no sin antes pillar los últimos canapés que quedaban en las bandejas casi vacías.
—Teo, ¿Dónde has dejado al pijo ese, que no querías que se acercara a la mesa?
—Llamar pijo a Lope es denigrarle.
—Claro, y que sepas a quién me refiero, eso no le denigra, ¿Verdad? —Libertad se cruzó de brazos, sonriendo con soberbia.
Teodoro abrió la boca con la intención de replicar, sin embargo, una mano sobre su hombro le sobresaltó.
—Una oferta más jugosa, le duplico la oferta. —Al tal Lope se le empezaba a ver algo entonado.
—¡WoW, chaval, te has pasado de canapés! —Soltó Libertad, filtrando su opinión.
—¡Quiero más, quiero saber los ingredientes y quitarte la receta para ponerla en el restaurante! —Lope le agredió con el puño en el brazo a Teodoro Janeiro.
—¡Las manos quietas, Lope, no me toques! —Teo apartó el puño de su brazo como pudo—. No estoy en venta.
—¡Pero yo si te puedo vender las recetas de mis canapés! —se interpuso Libertad con oportunismo.
Lope se giró hacia Libertad, la miró de arriba a abajo y soltó a Teodoro.
—Interesante oferta, bombón. —Lope empezó a retorcerse de manera grotesca, que seguramente él creía sexy.
Libertad mostraba orgullo, pero daba un paso atrás.
—¡Lili, estás despedida! —Gritó Teodoro Janeiro por encima del bullicio, llamando la atención.
—¡Gracias a dios, ya era hora! —Ella empezó a desabrocharse los botones de la chaquetilla de chef—. ¡No te aguanto más, gorrón!
Lope empezó a acercarse a Libertad como si estuviera hipnotizado.
—¿Qué vas a hacer, desnudarte? —se asqueó Teodoro.
—¡Vestiría mejor desnuda, que con la chaqueta corrupta de tu empresa de mierda!
Le tiró la chaqueta a los pies de Teodoro. Ella llevaba una camiseta de tirantes, mostrando su bonito cuello.
Un Teodoro enfadado cogió la prenda del suelo.
—¡No esperes indemnización ni nada semejante, arpía!
—¡La has despedido, Señor Janeiro! —Dijo el novio rubio, que lucía una gardenia de color verde manzana en la solapa—. ¡Todos lo hemos oído!
Unas cálidas manos le cubrieron los hombros con una chaqueta morada que olía a lavanda. Eran las de Lope, el pijo.
—¿Qué estás haciendo, principito? —Le recriminó en tono despectivo, apartando las manos de Lope, pero sin quitarse su chaqueta.
—Defiendo a mi damisela en apuros, bella doncella. —Le contestó Lope al oído.
—¡Te voy a demandar por incumplimiento de contrato, Lili! —Teodoro seguía amenazándola.
—¡Llámame Libertad, gorrón de pacotilla! —Mientras recriminaba a Teodoro, le intentaba dar un pisotón a Lope, que la había sonrojado levemente—. ¡Te has apropiado de todos mis logros, cabrón!
Lope soltó a Libertad, para ponerse entre ella y Teodoro Janeiro.
—¡No la toques!
Y le asestó un puñetazo.
Una exclamación inundó la fiesta.
—¡Don Lope! —Apareció un hombre alto y corpulento, interfiriendo a Lope liarse a golpes con Teodoro, que había caído al suelo—. ¡Eso no se hace!
—¡Mauro, suéltame, que aún no le he dejado el ojo morado! —Lope movía los brazos con energía aleatoriamente, comprendiendo una amenaza para todo aquel que invadía su espacio.
Mauro le cogió en volandas y como si un saco de patatas se tratase, subió a Lope al hombro y lo sacó de la multitud.
—¡Mi chaqueta, Mauro, quiero mi chaqueta! —Lope pataleaba en brazos del grandullón—. ¡Se lo dejé a la doncella en apuros!
—¡Tiene muchas chaquetas iguales, jefe, es una de tantas!
Mauro no había avanzado ni cinco metros con Lope en brazos, cuando volteó sobre sus pies y agarró a Libertad de la muñeca, tirando de ella y llevándola consigo.
—¡Suéltame, gorila! —Libertad aporreaba el brazo de Mauro con su mano suelta.
—¡Suéltala, gorila! —Lope seguía pataleando, aunque cambió la cantinela.
Ya se había alcanzado más de las diez de la noche con tanto follón. Mauro dejó a Lope en el suelo con soltura para después aflojar la muñeca de Libertad.
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ceo drama empleada, darkromance y obsesión, tensión emocional intensa
Editado: 31.12.2025