De los demonios de Hugo y otras payasadas.

PROLOGO

¿Recuerdas la leyenda del hilo rojo? ¿La que dice que las personas que están destinadas a amarse sus dedos meñiques se encentran unidos por un hilo rojo, imperceptible a la vista de los humanos, que no puede romperse? ¿Crees en ella?

Bueno. Pues Adolph si creía en ella hasta que conoció a Helena, y cometió el fatídico error de enamorarse de ella. Y eso fue lo peor que él hizo en toda su vida.

Él aun recuerda la primera vez que se vieron y hace que con sus relatos yo también vuelva al pasado, que regresemos junto a ella:

Era un sábado 11  junio de 1955, eran las cinco y treinta y cinco de la tarde cuando vimos que Helena perseguía con entusiasmo al heladero, le pareció hermosa con su pelo rubio natural rozando el viento, sus enormes ojos verdes y unos labios coquetos decorados con labial rosa; su pequeña nariz aspiraba aire pesadamente y su vestido blanco con estampado de girasoles casi delataba la ropa interior que traía puesta.

—Mira que joya —dijo con la voz entrecortada, recuerdo que guarde silencio un poco molesto por el comentario y cuando iba a decirle quien era, él siguió con sus halagos para Elena. —Ella es el ser más hermoso que he visto jamás. — afirmo mientras yo también contemplaba a Helena acercarse al viejo de piel oscura que le vendía una paleta de chocolate a la mujer más bella Los Llanos.

—Sí, pero es mi hermana. —y vi como palideció al momento de ser informado del parentesco que compartíamos Helena y yo. — Y está totalmente prohibida para ti, ¿entiendes Dolph?

Asintió al momento, mientras yo le daba unas palmaditas en el hombro y me acercaba a Helena, que permanecía en su mundo saboreando su paleta. Lamentablemente, Adolph venía pisando mis talones cuando llegue hasta Helena y tome asiento a su lado.

Saque mi cajetilla de cigarros y con desgana tome uno entre mis dedos, Adolph me paso un encendedor que agarre de inmediato y di la primera calada al cigarro. Helena odiaba que fumara, pero a mí no me importaba.

— ¿Mamá ya hizo la cena? —inquirí mientras dejaba que todo el aire fuese expulsado por mi boca. Me di cuenta de que Helena no me miraba, sino que toda su atención estaba concentrada en Adolph, mi mejor amigo; y él también la contemplaba como a una obra de arte y eso me molesto. Y volvió a mirarme a los ojos mientras yo me carcomía de rabia.

—No— afirmó, mientras seguía degustando su paleta.

—¿Entonces, ¿qué haces aquí perdiendo el tiempo? Vamos, ve a ayudar a mamá, carajita.

Mis deseos fueron órdenes y Helena se marchó de allí hacía nuestra casa, nos quedamos sentados en el banco durante más o menos dos horas, yo fumando y él leyendo. Ambos muy distintos, pero siempre los mejores amigos.

Adolph era todo lo que yo nunca podría ser.

Adolph representaba todo lo que Elena quería.




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