Recuerdo que llegamos a casa a eso de las ocho y treinta a casa; la mesa estaba lista, pero, papá aún no regresaba del campo o de visitar a sus florecillas. Pudimos empezar a comer los víveres que con mucho esmero mamá preparo, pero tanto ella como mi hermana se negaban a degustar algo antes de que papá entrara por la puerta la casa y se sentara en la mesa. Por lo que decidí que tanto Adolph como yo iríamos al comedor de las Hortensias, a aplacar un poco el hambre que cargábamos. Pero justo en el momento en el que salíamos, llegó papá y tuvimos que quedarnos.
—La bendición papá— salude mientras nos abrazamos. Aprecie sus ojos color ámbar, a pesar de tener cincuenta años papá seguía fuerte y robusto, con unas canas blancas que adornaban su pelo rubio. Entonces cuando nos separamos me acordé del moreno que me seguía a todos lados. — Él es Adolph papá, vino a pasar las vacaciones conmigo.
Papá se apresuró en saludar a Adolph e invitarnos a entrar de nuevo a la casa paraqué por fin cenáramos.
—Tu madre debe haber preparado algo delicioso, así que vamos— dijo mientras nos empujaba hacia la casa y frustraba mi encuentro con Magdalena. Pero no nos quedó de otra.
Nos sentamos en la mesa mientras las mujeres terminaban de servir, papá insistió en que las esperáramos a ellas así que nos vimos en la obligación de obedecer. Hasta que cinco minutos después bajaron y nos hicieron amena compañía. Elena permanecía muy callada mientras degustábamos un mangú de plátano con huevos y queso blanco frito. Un agradable silencio reinaba en la sala hasta que papá, siempre parlanchín y alegre, decidió cuestionar un momento a Adolph.
—Y bien, Adolph, háblanos de ti. — inquirió mientras comía hasta más no poder.
Adolph casi se ahogaba con la comida, a él no le gustaba hablar de sí mismo. Lo comprobé en todas las veces que salíamos con compañeros de la universidad, cuando tocábamos un tema en lo que a él se refería siempre se quedaba en blanco y cambiamos el tema. Adolph te permitía todo de su vida, pero sin que su voz fuera la del narrador. Lo único en lo que él se desahogaba era en su diario. Recuerdo que cuando fui a su casa por primera vez y vi su librero vi como diez iguales al que portaba actualmente.
Adolph era raro, pero también mi amigo. Y le quise como a nadie.
Y también a Elena, pero también les odie. Sin embargo, ese tema será para luego, porque debemos continuar con lo que sucedió en aquella cena y marco toda esta historia y las razones de mi odio desmesurado hacia los protagonistas de este cuento de hadas, porque sí, yo soy el villano de esta historia. Y arruine lo más bello que tenía en toda mi existencia.
Mientras Adolph seguía buscando palabras para hablar, yo me desesperé y quise hablar por él.
—Papá, Adolph es estudiante de...
—Hugo, no e´ a ti a quien quiero oír. —ante la reprimenda de mi padre no me toco hacer más que seguir cenando y guardar áspero silencio. —Bueno Adolph, queremos escucharte. — todos fijamos la vista en el susodicho ante el mandato de mi padre.
—Bueno…, este..Mi nombre es Adolph Williams Sánchez, estoy estudiando medicina en la universidad y…—él ya no sabía qué decir, está nervioso.
—¿Tú eres gringo? — esa era la parte que quería evitar, el padre de Adolph era estadounidense, sus padres se conocieron durante la intervención militar que daño nuestra libertad y mis padres como la mayoría de mis compatriotas, odiaban a los norteamericanos.
—Mi padre, pero mi madre es dominicana y yo nací aquí.
Papá suspiro con pesar y menciono la misma historia de siempre. Sus ojos mieles se nublaban con lágrimas turbulentas que dañaban cualquier rastro de alegría del pasado.
—Mi padre era gavillero y un gringo lo mato a traición cuando bajo de las lomas pa´ ve un ratito a su jijos y su mujer. Yo tenía unos dieciocho y taba pa poneme en esa vaina de rebelase a eso abusadore. Pero cuando mataron a papá, tuve que hacerme un hombre y má me hizo jura que nunca yo haría eso. —ya no nos miraba a ninguno de los presentes, cuando se remontaba al pasado nosotros no existíamos para mi padre. —¿Quién sabe si fue tu papá el que mato al mío?
—Oh no, mi padre no participó activamente en la intervención porque era muy joven, ahora bien, mi abuelo si se mantuvo activo con respecto a ello.—
No se oyó ni una sola palabra hasta que terminamos de cenar, Adolph ni siquiera levantaba la vista de su plato sintiendo la vergüenza de no poder afirmar ni negar nada.