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Quitándonos la cáscara
El orden de los factores
sí altera el producto.
Seguiste leyendo. ¡Qué bueno! Entonces disfrutemos de este
instante; pues que tengas tiempo para leer ya es suficiente recompensa en un mundo donde nadie parece tenerlo y todo pasa velozmente.
Este libro ha llegado a ti porque tú lo pediste. Quiero que confíes y te entregues por completo a esta lectura. El universo conspira a tu favor y tienes un «sí» por respuesta.Por eso, agradece este momento; estás a salvo y existes, estás construyendo tu vida.
¿Cómo te encuentras ahora? Mucho de ti no sé, pero hay algo que es seguro: estás respirando y estás vivo, motivo suficiente para celebrar. Esta alegre idea, que parece tan obvia, muchas veces queda en el olvido cuando nos encontramos extrañando lo que sucedió y no volverá, transitando el camino de la melancolía que nos seduce en su penar diciendo que todo tiempo pasado fue mejor, mientras consume nuestros valiosos minutos y energía hasta dejarnos sin ganas de celebrar. Y es ahí cuando aparece nuestro espíritu sobreviviente casi decretando: «lo mejor puede llegar», entonces planificamos todo lo que deseamos que nos suceda en los próximos años, ubicándonos nuevamente lejos de la apreciación de este instante individual y generoso, que de por sí tiene infinidad de cosas buenas.
Y en medio de este ir y venir, desde el pasado al futuro y desde el futuro al pasado, transitamos vanamente (por lo menos hasta que se invente la máquina del tiempo y viajemos hacia esos puntos para hacer algo con tantos pensamientos y conjeturas) olvidando nuestro presente; distraídos por las imágenes externas, que nos imponen mediante las redes sociales, la prensa, el televisor, nuestro móvil y todas las voces externas que nos sumergen en el mundo del otro, el cual nos atrae a veces mucho más que nuestra propia vida, enfocando nuestra atención en lo que hace el otro más que en aquello que hacemos por nosotros mismos, asumiendo el triste, vago y poco participativo rol de espectadores en lugar de protagonistas.
A todo esto le sumamos la compleja tarea de tildar la «lista de nunca acabar», que creamos confiando que así nuestra vida será valiosa y útil, en la cual aparece una cantidad extensa de elementos que debemos cumplir, como tener una casa, dinero, pareja, hijos, jerarquía laboral, sellos en el pasaporte, auto, lujos, títulos, no solo títulos educativos, sino toda etiqueta que asegure una supuesta autoestima social que nos brinde seguridad para alcanzar la gran meta, que según dicen teóricos, científicos, maestros, religiosos y filósofos, se llama FELICIDAD.
Lo increíble del asunto aparece cuando uno observa a otras personas en el mundo que caminan felizmente sin haber tildado ni un cuarto de los elementos antes mencionados. Entonces, ¿cómo es posible que esas personas se sientan tan bien y estén tranquilas si no han logrado tildar aún aquellos elementos, ni alcanzado esos títulos sociales? ¿Es posible ser feliz sin tener lo que dice la lista?