Hoy comprendí que estoy muerto, y sumando los seis meses anteriores, hoy hace un año desde mi fallecimiento. Mi espíritu contempla los hermosos tulipanes que crecieron sobre mi cuerpo putrefacto. No tuve un funeral memorable y nunca encontraron mi cuerpo. Cuando decidí morir, lo hice en un lugar donde nadie pudiera encontrar rastro de mí, porque estaba harto de la gente y solo quería desaparecer.
No puedo creer que me dejara llevar tanto por los problemas sociales a mi alrededor. No puedo creer que llegara a tal punto en el que perdí mi fe. Estoy muerto, y mi espíritu observa las mariposas posarse sobre los tulipanes que nacieron de mi cadáver. Justo en ese momento comprendí que debí morir mucho antes.
Desde mi muerte, he entendido que no hay dolor más grande que el hecho de no aceptar que el sufrimiento es parte de la vida, y que debemos aprender a enfrentarlo. También comprendí que, en ocasiones, creemos estar en lo correcto cuando la realidad es completamente distinta.
Observando mi propio cadáver, me di cuenta de que en vida ya estaba podrido, que mi existencia apestaba porque confié demasiado en la gente y no en mí mismo. También vi cómo mi vida se corrompió por alejarme por completo de Dios.
Al contemplar los tulipanes que crecieron sobre mi cuerpo descompuesto, comprendí que incluso en las personas más malas existe algo bueno y hermoso. Antes o después de la muerte, siempre queda un mensaje de algo bueno que hicimos en nuestra vida.
Sentado al lado de mi cuerpo sin vida, comencé a observar a la sociedad y noté que todos están muertos. Vi su muerte en la adicción al celular, en su dependencia de vicios que no dejan nada bueno. Observé la muerte en la niña de diez años que ya se maquilla para sentirse más linda. La verdad es que todos han muerto, y soy el único que está vivo, postrado junto a mi cuerpo en descomposición, tratando de pensar si lo que hice estuvo bien o mal.