De pequeños y grandes problemas

2

Capítulo dos: Mis peleas mentales

 

Lucas:

La había verdaderamente cagado.

¿Por qué siempre que intentaba hacer algo salía mal?

—Perdón, Luis. Perdón, perdón, perdón... Ay, perdón —. No podía dejar de disculparme a pesar de que ya me había hecho callar antes, me sentía muy mal por haberlo golpeado.

—¡Está bien, mierda! Está bien, está bien... Ayúdame.

—Si, si. Ehh... —le agarré del brazo, con cuidado, y luego del otro, casi abrazándole. Siendo delicado puse algo de fuerza y le ayudé a enderezarse, con su ayuda también —. Bien... Te traeré un hielo o algo así, mierda. Lo siento.

Eso era realmente poco común en mi, no solía disculparme seguido, tampoco de esa manera. Quizá era porque nunca hacía nada malo.

¿Eso es bueno o malo?

No lo sé.

Nunca sabes nada. Nunca haces nada y por eso nunca haces nada mal. ¿De qué te sirve no equivocarte? ¿No sería mejor intentarlo?

No lo sé, no lo sé. ¿Cómo podría saberlo? Cállate, Dios. Me abrumas.

Tú me abrumas a mi, realmente eres insoportable. Desearía ser el cerebro de otra persona, quizá esa otra me hubiese usado como es debido, no como tú.

Cállate ya.

—¿Estás bien?

—No. Digo, si, lo siento.

¿Otra vez?

Paso de ti.

Cómo sea.

Abrí la nevera y cogí una de las tabletas en las que guardaba el hielo, en cubitos. Luego agarré uno de los paños limpios que estaban en la mesa y después de sacar unos cuantos con ayuda del agua, envolví los cubitos en él y se lo pasé a Luis que me miraba expectante, con las cejas fruncidas por el dolor que seguro tenía en la frente luego de ser golpeado por la sartén. Era tan descuidado, Dios. Una puta sartén, ¿qué me pasó? Soy un completo imbécil, ay. No podía dejar de lamentarme mentalmente por haberle golpeado.

—Ya deja de lamentarte, que te conozco —refunfuñó, arrebatándome el paño helado y luego ponérselo de golpe en su morada frente. Soltó un fuerte gemido que me estremeció, qué dolor.

—Si, si... Es que en serio lo siento, ah, creo que hasta a mí me duele de sólo verte —admití. Él solo me miró con el rostro levemente enrojecido de repente, de seguro por el dolor— Eh, siéntate, por favor. Voy a limpiar esto.

—Claro. Pero... ¿Me podrías explicar que mierdas intentabas hacer, Lu?

No me disgusté por el apodo qué salió extraño de su boca, y en cambio procedí a explicarle lo que había pasado; quería cocinar para él y para mí, pero una vez que puse todo en la sartén y al fuego, a la estúpida de su ex se le ocurrió llamarme. Evidentemente me distraje y el resto creo que es obvio. Acabé por mandar a freír espárragos a la chica antes de darme cuenta de que se estaba incendiando todo, intenté apagarlo con agua pero solo avivó las llamas, cuando lo metí al fregadero apareció Luis, me asustó y la sartén voló. A su cara, obvio, no pudo haber parado en un lugar mejor.

No creo que sea buen momento para ser sarcástico.

Hago lo que se me de la gana.

Ya lo veremos.

¿No te había dicho que te calles ya? Por Dios me exasperas.

Si tuviera ojos los rodaría.

No te pregunté.

Él hielo poco a poco fue derritiéndose en el trapo, hasta quedar en nada. Ahí decidimos preparar lo mismo que iba a hacer yo antes, sólo que con otro sartén, más cuidado y la ayuda de mi mejor amigo. No tardamos nada, cuando menos me dí cuenta él estaba quitando dos platos de la alacena y yo un par de utensilios para ponerlos en la mesa y servir nuestra cena, que no consistía en nada más que tortilla a la española.

— Tortilla con papa —declaré sirviéndome a mí mismo, él hacía lo mismo con su plato mientras rió un poco.

Su frente aún estaba enrojecida, y se notaba en ella un leve color morado.

Me acerqué para mirarlo de cerca y mis dedos rozaron el moratón que dañaba su piel. Él siseó y su rostro enrojeció de golpe. Era tan pálido que no me costaba nada ver cuándo se ponía rojo. Me alejé de él de nuevo.

—Perdón.

Él rodó los ojos.

—Bien, lo siento. Es que me molesta mucho haberte golpeado, aunque halla sido sin querer y todo... Igual me siento culpable.

—O-olvida eso de una vez. Idiota. Ni siquiera me duele —soltó. Asentí solo porque me estaba comportando como un maricón en ese momento.

—Ya me detengo, lo siento. Ah, lo dije otra vez, lo sien... ¡Mierda! Mejor me callo —me mostró su dedo pulgar mientras reía de nuevo un poco, mostró sus dientes blancos y me enternecí de repente.

Qué gay.

La verdad...

Me senté y me puse a rezar. Con las manos unidas frente a mi rostro cerré los ojos antes de agradecer por la comida.

—Amén.

Miré a Luis y sonreí apenado al ver que él me esperaba espectante, cuando cogí el tenedor recién él lo hizo y nos pusimos a comer por fin en silencio.

***
 


—Vete más hacia allí.

—Pude haber dormido en el piso.

—Qué no. No te voy a dejar allí, debe estar helado a demás.

—Mhmm.

Me dí la vuelta justo cuando él también lo hacía, me avergonzó por una razón que no supe y me quité las gafas antes de tirar mi brazo hacia atrás y alcanzar con esfuerzo la mesita de noche y dejarlos ahí, sin dejar de mirar su cara, tapada en partes por su cabello, y en partes por la oscuridad de mi cuarto, que se veía interrumpida por la leve luz que dejaba entrar el balcón. Aunque ya no tan bien como cuando tenía los lentes puestos, tenía realmente una mala visión.

—Pudimos haber ido al cuarto de tú mamá. O ir solo yo.

Me dijo, ya lo sabía. No tenía ganas de ir allí, y no quería que él saliera de mi cama.

—¿Te molesta acostarte conmigo? —eso sonó definitivamente extraño. Pero no lo tomé en cuenta en ese momento, me concentré más en esperar una respuesta que tardó unos segundos en llegar, segundos dónde me cuestioné varias cosas. ¿Por qué? y ¿qué hacía? Él en serio podía ir a el cuarto de mamá, a la sala o incluso a la habitación de Lisandro si quisiera. Solo yo lo estaba deteniendo.



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En el texto hay: novelajuvenil, romance, lgbt

Editado: 17.06.2020

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