La primera noche echaron a suertes con quien dormía el bebé, Rubén fue el perdedor.
— Pasa buena noche. — Le deseó Álvaro, sonriendo cuando se encerró en su habitación. Se arrojó a la cama y no tardó ni diez minutos en escuchar el llanto del bebé. Tan fuerte y penetrante que lo obligó a echarse la almohada encima de la cabeza y ni aún así dejó de oírlo. — ¡¿Puedes calmarlo?! — Le gritó a Rubén y agarró de la mesita de noche sus cascos inalámbricos, estaba por ponérselos cuando escuchó sonar el timbre del piso.
Rubén estaba en su cama con el bebé acostado a su lado y miró a Álvaro que apareció en su puerta abierta.
— Espero que no sea otro bebé. — Bromeó Rubén.
Álvaro se acercó a cargar con el niño y Rubén sin camiseta se levantó de la cama.
Rubén fue hasta la puerta del piso y echó un vistazo a través de la mirilla. Había un hombre en pijama en su puerta.
— ¿Quién es? — Preguntó Álvaro, que salió de la habitación con el bebé en brazos.
Rubén lo miró y negó.
— Un tío en pijama. — Dijo y abrió de seguido la puerta.
— ¿Sabes qué hora es? — Le preguntó el hombre en pijama, que miró a Rubén con cara de pocos amigos.
Rubén puso cara de no tener idea y de importarle poco.
— Tendría que preguntarlo yo, ya que eres tú quien está tocando mi timbre. — Le respondió y miró a Álvaro que se paró cerca. — ¿Sabes quién es?
— ¡Soy… ! — El hombre en pijama levantó la voz y se controló para hablar en un tono más civilizado. — Soy el vecino de arriba y estoy intentando dormir si ese mocoso deja de llorar.
— Lo siento. Haremos que pare de llorar. — Se disculpó Álvaro para quitárselo de encima y agarró la puerta cerrándosela en la cara. — Gilipollas. — Lo insultó.
— ¿Ya lo conocías?
— No. Pero me la suda. — Dijo y le entregó el bebé. — Intenta que se calme.
Rubén miró al crío y caminó hasta el sofá.
— Oye, bonito, para o vas a buscarnos problemas con los vecinos. — Le habló Rubén y se sentó en el sofá con él. Se lo echó en el pecho y le dio golpecitos en la espalda. — Eh. — Llamó a Álvaro y lo vio salir de su habitación mirando su teléfono móvil. — ¿Qué haces?
— Preguntar en internet porque mi bebé llora.
— ¿Y eso va a servir de algo? — Le preguntó Rubén y justo el bebé vomitó la leche en su hombro.
— Qué asco. — Expresó Álvaro lo que pensó al verlo y Rubén prefirió no mirar.
— Quitamelo para que pueda ir a lavarme antes de que vomite yo también.
Riéndose, Álvaro dejó su teléfono en la mesa baja y se acercó a cargar con el bebé. Cuando Rubén se fue corriendo al baño, Álvaro se dirigió a la zona de la cocina para limpiarle la boca al bebé.
— Te has puesto asqueroso. — Le dijo al niño, limpiándolo con papel de cocina y viendo que el vómito llegó hasta su body.
Limpió con más papel el body, pero la mancha no salía.
Por la mañana, Álvaro salió temprano del piso y se dirigió a casa de sus padres, aprovechando que el bebé dormía para dejarlo con Rubén.
— ¿Para qué quieres tu ropa de bebé? — Le preguntó su padre Mark.
Álvaro lo miró mientras bajaba las escaleras plegables del desván.
— ¿Mamá no te lo ha contado? — Le preguntó Álvaro.
Bajó las escaleras plegables con cuidado y pisó el primer peldaño para ver si soportaba su peso. No recordaba haber subido en los últimos diez años como mínimo.
— ¿Qué tenía que contar mamá? — Preguntó Sara, su hermana adolescente.
— Ayer alguien dejó un bebé en la puerta de mi piso. — Contó Álvaro y encendió la luz de su teléfono móvil.
— ¿Cómo que un bebé? — Se sorprendió Sara. — ¿Es tuyo?
— Espero que no. — Habló Mark y Álvaro sonrió con temor a su padre.
— Podría ser de Rubén. Es más, estoy convencido de que es de él. — Dijo Álvaro.
— Más te vale.
Mark bajó a la primera planta de la casa y Sara se acercó a su hermano.
— ¿Estás seguro de que no es tuyo? — Le preguntó Sara con angustia y lo agarró de un brazo. — No quiero pensar que mi Rubén haya tenido un hijo con otra.
Álvaro golpeó la cabeza de su hermana.
— Espabila, tonta. — Le dijo y subió luego por las escaleras de mano.
— Cuando tenga unos años más voy a enamorar a Rubén. — Le aseguró Sara a su hermano, pegándose a las escaleras para mirarlo y haciendo a éstas temblar.
— ¡Para de agitar las escaleras! — Álvaro la deslumbró con la luz de la linterna del teléfono. — Y eso no pasará en la vida. Eres una mocosa y Rubén te ve como una hermanita.
Sara hizo un moine de enfado con la boca y se marchó, cerrando indignada la puerta de su cuarto.
Álvaro sonrió y recibió una llamada en su teléfono. Rubén lo estaba llamando y contestó.
— ¿Dónde estás? — Preguntó Rubén.
— En casa de mis padres. — Respondió Álvaro, subiendo los peldaños que le faltaban.
— ¿Qué haces allí?
— Buscar ropa para el bebé. Anoche estuve mirando en internet y los precios de la ropa de bebé son un robo.
— No deberías escatimar gastos en tu hijo. — Se burló Rubén, paseándose con el bebé por el piso. — ¿Cuál es tu plan? Ponerle tu ropa vieja.
— A no ser que quieras gastarte tu dinero.
Álvaro puso el manos libres en el teléfono y usó la linterna para buscar las cajas en la que su madre guardaba la ropa de su hermana y de él cuando eran pequeños.
— No. Ya pagué ayer lo que compramos en la tienda. Hablando de comprar, he comprado el kit de ADN, cuando vuelvas me das tu parte.
— Lo encontré.
Álvaro le colgó la llamada y Rubén supo que no pensaba darle la mitad del dinero por el kit de ADN.
— Ni pienses que voy a poner dinero para pagar la comida de esta semana. — Habló y bajó el teléfono mirando al bebé. El niño estaba acostado en su hombro con su chupete en la boca y vestido con una camiseta de Álvaro que le sobraba tela por todas partes. — Si vas a vivir aquí tendrás que aportar dinero. — Le advirtió y su teléfono sonó varias veces.