— ¿Qué tal si lo llamamos Camilo? — Preguntó Rubén a Álvaro.
— ¿Quieres que a tu hijo le peguen en el colegio? — Respondió Álvaro, que cortaba una lechuga para hacer una ensalada y paró mirándolo. — Yo digo que…
Rubén clavó en la tabla de madera el cuchillo que usaba para cortar unos tomates.
— Camilo era el nombre de mi primer hamster.
— Con más razones digo que no le llamaremos Camilo. — Se mantuvo Álvaro. — Llamemoslo…
— Tiene cara de hamster. — Aludió Rubén a su favor, abriendo una mano en dirección al bebé que estaba sobre la encimera en su sillita. Álvaro se rió y dejó de hacerle gracias justo cuando Rubén lo agarró de las mejillas. — Se parece a ti, mira que mejillas más gorditas.
Álvaro golpeó sus manos y Rubén se quejó.
— He subido de peso porque hace calor y no tengo ganas de hacer ejercicio.
Rubén sonrió y quiso comprobar cómo estaba su cuerpo debajo de la camiseta.
— ¡A ver esos michelines!
Álvaro luchó contra él y Rubén se dio rápido por vencido.
— Tu papá es un cerdito aburrido. — Le dijo Rubén al bebé y Álvaro se quedó mirándolo.
— No soy un cerdo, solo me sobran uno o dos kilos.
Cuando Rubén imitó el gruñido de un cerdo, Álvaro le propinó una patada en el trasero. Rubén se rió, aunque no fue el único, ya que el bebé también se rió dejándolos con la boca abierta.
— ¿Se ha reído? — Preguntó Rubén.
Álvaro asintió con una sonrisa.
— Sí.
— ¡Bien! — Rubén agarró las manos de bebé y le levantó los brazos celebrándolo. El bebé volvió a reírse y Rubén miró a Álvaro. — ¿Qué nombre le ponemos al final? Sí no se te ocurre uno podemos llamarlo Camilo mientras tanto.
— Sí haces eso se quedará con Camilo para siempre. — Negó Álvaro.
— Por mí no hay problema. — Dijo Rubén y sonrió mirando al bebé. — ¿Y para ti, Camilo? — Camilo hizo algunos ruiditos y Rubén fingió entenderlo. — A él tampoco le molesta, dice que le gusta.
Álvaro sonrió.
— ¿Dice que le gusta? — Rubén asintió y Álvaro suspiró. — Espero que de verdad sea hijo tuyo.
La lavadora pitó al acabar su programa y Álvaro fue hasta ella.
— ¿De verdad lo vamos a vestir con esa ropa vieja?
Rubén se acercó con Álvaro a la lavadora.
— De momento… Dame el barreño. — Álvaro le señaló un pequeño barreño en una repisa sobre la lavadora y Rubén lo alcanzó para él. Álvaro lo dejó en el suelo y sacó toda la ropa de la lavadora, más el peluche de nutría. — Sigue con la ensalada. Voy a tender esto en la azotea.
— Llévate a Camilo. Le vendrá bien un poco de aire y sol.
Álvaro miró a Camilo y asintió.
Álvaro subió a la azotea de la comunidad con el barreño lleno y con Camilo sentado en su silla.
— Quédate aquí. — Le dijo Álvaro, dejando la silla en el suelo y en un lugar donde no le diera demasiado el sol. Camilo movió energéticamente sus piernas y Álvaro sonrió. — Ese tonto tenía razón con lo de darte el sol. — Caminó hasta los tendederos y dejó el barreño en el suelo. Una a una fue tendiendo toda la ropa hasta terminar. — Menudo sol… — Dijo cuando le molestó en los ojos y caminó de regreso junto a Camilo. Lo movió más cerca del sol y quitándose la camiseta se sentó en el suelo a su lado. — Así sí…
Una sonrisa apareció en sus labios al inclinarse hacia atrás y cerrar los ojos para tomar el sol.
— Hola. — Oyó de pronto y abrió los ojos viendo a una chica que traía su colada para tender.
— Hola. — Sonrió Álvaro, recuperando su camiseta para vestirse.
— Tranquilo, no te preocupes. — Le dijo la chica y Álvaro asintió.
— Gracias. ¿Vives en el edificio?
La chica asintió y se acercó ofreciéndole una mano.
— Me llamo Irati. Vivo en la segunda planta. — Se presentó y Álvaro le estrechó la mano.
— Yo soy Álvaro, del tercero.
— ¿Y él?
Álvaro la vio mirar a Camilo y él también lo hizo.
— Él es Camilo, también vive en el tercero. — Respondió, pasándole una mano a Camilo por la cabeza para ordenar su poco pelo.
— Que mono. — Irati se inclinó y estrechó la mano de Camilo. — Mucho gusto, Camilo. — Álvaro miró como la chica le sonreía al bebé y cuando ellos cruzaron sus miradas, ella se incorporó. — Veo que Camilo ha hecho su colada. — Comentó Irati, que se giró a mirar uno de los tendederos totalmente ocupado por ropa de bebé.
— En verdad la he hecho yo. Él solo llora.
— Seguro que se calma en los brazos de su papá.
— Su papá es un desastre con eso de calmarlo. — Dijo Álvaro, acusando a Rubén. — Ayer subió un vecino del segundo a llamarnos la atención porque no dejaba de llorar.
— ¿En serio? Es un bebé, que se espera que haga sí no llorar. — No lo comprendió Irati, que tendía su colada. — Seguro que su papá pronto aprende a calmarlo. — Le sonrió y Álvaro sonrió también.
— Gracias. Pero no soy su papá, mi compañero de piso lo es, yo solo lo ayudo a cuidarlo.
Rubén colocó dos platos con la ensalada en la mesa y miró hacia la puerta.
— ¿Por qué tarda tanto? — Se molestó y decidió subir a buscarle.
Subió por las escaleras, saltando de dos en dos los peldaños y salió a la azotea. Encontró a Álvaro sin camiseta y sentado al sol con Irati, estando Camilo en los brazos de la chica.
— Hola. — Saludó Irati al verlo acercarse.
— Hola. — Respondió Rubén y miró a Álvaro. — ¿Qué haces? Te estaba esperando con la ensalada hecha.
— Hace muy buen día. Estaba tomando el sol. — Contestó Álvaro, mirándolo mientras era cegado por el sol. — Ella es Irati, vive en el segundo piso. — La presentó.
— Me tengo que ir ya. — Avisó Irati, haciendo a Álvaro cargar con Camilo y poniéndose de pie. — Ha sido un placer. — Le sonrió y Álvaro le correspondió en la sonrisa.
— Nos vemos.
Irati asintió y agarrando su cesta de la colada vacía, caminó hacia dentro.