¿de quién es el bebé?

5. Los problemas de la vida adulta.

Pasadas las horas de más calor, Rubén salió con Camilo en brazos para dar un paseo. Visitó el parque del barrio donde niños y mamás pasaban el rato entre juegos y charlas. 

Rubén vio pasar a una mujer con su bebé en una mochila portabebés. 

— Deberíamos conseguir una de esas. — Habló solo y se sentó en un banco vacío, colocando a Camilo sentado en su regazo y de espaldas a él. — Cuando seas más grande, tu papá Álvaro te puede traer a este parque a jugar. — Echó un vistazo a las mamis del parque. — Si hubiera mamás buenorras, tío Rubén te traería encantado. 

— ¿Te importa qué me siente? — Le preguntó una señora y Rubén negó, moviéndose a un lado para dejarle más espacio en el banco. La mujer se sentó con un suspiro de agotamiento y observó a Rubén y Camilo. — ¿Papá primerizo? — Se interesó. 

— No, es mi sobrino. — Respondió. 

— Ah. — La mujer se rió y al encontrar a su hijo haciendo tratadas en los columpios, levantó la voz y fue hacia él. 

Rubén se quedó impresionado y Álvaro se sentó a su lado en el banco. 

— ¿Tu sobrino? — Le preguntó Álvaro, que se comía un helado. 

— Claro. Tu hijo, mi sobrino. — Aclaró Rubén. — ¿Se te ha pasado el enfado? 

— No. 

Álvaro dio un bocado al helado y se lo acercó luego a Camilo a la boca, pero Rubén lo agarró de la muñeca y le levantó la mano para morder él también el helado. 

— Bueno. — Dijo Rubén. 

— He hablado con mi tío Julián para que reciba a Camilo en su consulta. — Le contó Álvaro. 

— ¿Te refieres a que lo reciba clandestinamente? 

— Hasta que no tengamos idea de quién de los dos es el padre, no podemos hacer otra cosa. 

Rubén volvió a morder el helado y Álvaro se quedó mirándolo. Luego escuchó cuchicheos y al mirar a su alrededor vio a un grupo de madres mirándolos escandalizadas. 

— ¿Y cuándo lo llevamos? 

Álvaro lo miró y alejó el helado de él. 

— Mañana. — Dijo y se levantó. — Voy a pasar por el super, la nevera está vacía. 

— Camilo y yo vamos contigo. — Rubén se levantó con Camilo y le arrebató a Álvaro el helado. — Quiero carne y cerveza. — Comentó caminando y Álvaro volvió a prestar atención a las mamás. 

En el supermercado, Álvaro se hizo cargo de Camilo mientras Rubén llevaba la cesta con la compra. 

— ¿Quieres filetes de pollo o de cerdo? — Le consultó Rubén. — Mejor me llevaré los dos. — Introdujo dos bandejas de carne en la cesta y miró a Álvaro. — ¿Traes suficiente dinero para pagar? 

— ¿Tú no? — Le preguntó Álvaro, que entretenía a Camilo jugando con su chupete. 

— He salido de casa solo con el móvil y las llaves. 

Álvaro lo miró y observó después todo lo que llevaba ya en la cesta. No faltaban patatas variadas para picar entre horas, latas de cerveza y roscas bañadas en chocolate. 

— Si tengo que pagarlo todo yo, no cojas tantas porquerías. 

— Después te hago una transferencia. — Rubén caminó por el pasillo del supermercado. — Además, después siempre acabas comiendo más que yo, de ahí esos michelines. — Se acercó queriendo tocarle la barriga, pero Álvaro le golpeó la mano. 

— Deja de joder. 

Rubén sonrió y se le ocurrió una idea. 

— ¿Por qué no vienes al gimnasio? Se me acaba la semana de vacaciones y si llevo un nuevo cliente me pagan una propina. Puedo ser tu entrenador personal y ayudarte a ponerte duro para nuestra vecina. — Le golpeó la barriga. 

— Puedo ponerme duro sin tu ayuda. — Respondió Álvaro. 

— Sabes que soy bueno en ello. — Rubén le pasó el brazo por encima de los hombros y los dos vieron como eran mal mirados por una mujer que hacía la compra. 

— Suelta. — Se deshizo Álvaro de él y se alejó. 

Rubén sonrió al darse cuenta de lo que parecía y fue detrás de Álvaro. 

— Entonces, ¿qué? — Le volvió a preguntar Rubén de camino a casa y con las dos manos ocupadas por bolsas. 

— Si me apunto al gimnasio, ¿qué hacemos con Camilo? 

Rubén miró al niño y lo solucionó. 

— Se lo llevamos a mi madre. Se pasa el día en casa, seguro que se entretiene cuidando de él. 

— ¿Eso vas a hacer si resulta que es tuyo? Dejarselo a tu madre. 

— No podré trabajar y cuidar de él a la vez. — Dijo Rubén y Álvaro pensó en su caso. 

Había acabado la carrera de administración y dirección de empresas y, si bien, todavía no tenía claro que hacer ahora con su vida, si sabía que tendría que empezar a moverse pronto. 

— Tienes razón. — Reconoció y Rubén lo vio quedarse rallado. 

— ¿No has decidido qué hacer? 

— No. Supongo que empezaré por echar currículums. 

— La vida adulta da miedo. — Sonrió Rubén mirando al frente y Álvaro lo miró a él. — Ahora pagamos el alquiler y todo a medias, no quiero imaginar cuando tenga que hacerlo solo. 

— Pasará… — Álvaro atrajo la mirada de Rubén. — No vamos a vivir siempre juntos. Más tarde o más temprano, uno encontrará una novia estable y querrá vivir con ella. Eso dejará al otro con un alquiler enorme... Espero no ser yo. 

— Te odiaré si me haces eso. 

Álvaro sonrió y lo golpeó con un dedo en la cabeza. 

— En vez de eso, empieza a administrar bien tu dinero y deja de comprar porquerías. No me culpes después a mí. 

— ¡Déjame vivir! 

Al día siguiente los dos acudieron a la cita médica con el tío de Álvaro. Camilo lloró desde que vio al hombre con mascarilla y Julián no tuvo más remedio que quitársela. 

— Ya está. — Le dijo Julián al niño y le sonrió. — ¿Mejor así? 

Camilo paró de llorar y Rubén que lo tenía en el regazo le acarició la cabeza. 

— Está sano, ¿verdad? — Preguntó Rubén y Álvaro sentado a su lado lo miró por notarlo de pronto como una madre preocupada. 

— En primera instancia diría que sí. — Julián miró a su sobrino. — Os recomiendo aclarar esta situación lo antes posible. 

— Estamos en ellos, tío. — Asintió Álvaro. — Gracias por recibirnos. 



#1230 en Novela romántica
#457 en Chick lit

En el texto hay: romance, drama, gay

Editado: 17.05.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.