Pasadas las horas de más calor, Rubén salió con Camilo en brazos para dar un paseo. Visitó el parque del barrio donde niños y mamás pasaban el rato entre juegos y charlas.
Rubén vio pasar a una mujer con su bebé en una mochila portabebés.
— Deberíamos conseguir una de esas. — Habló solo y se sentó en un banco vacío, colocando a Camilo sentado en su regazo y de espaldas a él. — Cuando seas más grande, tu papá Álvaro te puede traer a este parque a jugar. — Echó un vistazo a las mamis del parque. — Si hubiera mamás buenorras, tío Rubén te traería encantado.
— ¿Te importa qué me siente? — Le preguntó una señora y Rubén negó, moviéndose a un lado para dejarle más espacio en el banco. La mujer se sentó con un suspiro de agotamiento y observó a Rubén y Camilo. — ¿Papá primerizo? — Se interesó.
— No, es mi sobrino. — Respondió.
— Ah. — La mujer se rió y al encontrar a su hijo haciendo tratadas en los columpios, levantó la voz y fue hacia él.
Rubén se quedó impresionado y Álvaro se sentó a su lado en el banco.
— ¿Tu sobrino? — Le preguntó Álvaro, que se comía un helado.
— Claro. Tu hijo, mi sobrino. — Aclaró Rubén. — ¿Se te ha pasado el enfado?
— No.
Álvaro dio un bocado al helado y se lo acercó luego a Camilo a la boca, pero Rubén lo agarró de la muñeca y le levantó la mano para morder él también el helado.
— Bueno. — Dijo Rubén.
— He hablado con mi tío Julián para que reciba a Camilo en su consulta. — Le contó Álvaro.
— ¿Te refieres a que lo reciba clandestinamente?
— Hasta que no tengamos idea de quién de los dos es el padre, no podemos hacer otra cosa.
Rubén volvió a morder el helado y Álvaro se quedó mirándolo. Luego escuchó cuchicheos y al mirar a su alrededor vio a un grupo de madres mirándolos escandalizadas.
— ¿Y cuándo lo llevamos?
Álvaro lo miró y alejó el helado de él.
— Mañana. — Dijo y se levantó. — Voy a pasar por el super, la nevera está vacía.
— Camilo y yo vamos contigo. — Rubén se levantó con Camilo y le arrebató a Álvaro el helado. — Quiero carne y cerveza. — Comentó caminando y Álvaro volvió a prestar atención a las mamás.
En el supermercado, Álvaro se hizo cargo de Camilo mientras Rubén llevaba la cesta con la compra.
— ¿Quieres filetes de pollo o de cerdo? — Le consultó Rubén. — Mejor me llevaré los dos. — Introdujo dos bandejas de carne en la cesta y miró a Álvaro. — ¿Traes suficiente dinero para pagar?
— ¿Tú no? — Le preguntó Álvaro, que entretenía a Camilo jugando con su chupete.
— He salido de casa solo con el móvil y las llaves.
Álvaro lo miró y observó después todo lo que llevaba ya en la cesta. No faltaban patatas variadas para picar entre horas, latas de cerveza y roscas bañadas en chocolate.
— Si tengo que pagarlo todo yo, no cojas tantas porquerías.
— Después te hago una transferencia. — Rubén caminó por el pasillo del supermercado. — Además, después siempre acabas comiendo más que yo, de ahí esos michelines. — Se acercó queriendo tocarle la barriga, pero Álvaro le golpeó la mano.
— Deja de joder.
Rubén sonrió y se le ocurrió una idea.
— ¿Por qué no vienes al gimnasio? Se me acaba la semana de vacaciones y si llevo un nuevo cliente me pagan una propina. Puedo ser tu entrenador personal y ayudarte a ponerte duro para nuestra vecina. — Le golpeó la barriga.
— Puedo ponerme duro sin tu ayuda. — Respondió Álvaro.
— Sabes que soy bueno en ello. — Rubén le pasó el brazo por encima de los hombros y los dos vieron como eran mal mirados por una mujer que hacía la compra.
— Suelta. — Se deshizo Álvaro de él y se alejó.
Rubén sonrió al darse cuenta de lo que parecía y fue detrás de Álvaro.
— Entonces, ¿qué? — Le volvió a preguntar Rubén de camino a casa y con las dos manos ocupadas por bolsas.
— Si me apunto al gimnasio, ¿qué hacemos con Camilo?
Rubén miró al niño y lo solucionó.
— Se lo llevamos a mi madre. Se pasa el día en casa, seguro que se entretiene cuidando de él.
— ¿Eso vas a hacer si resulta que es tuyo? Dejarselo a tu madre.
— No podré trabajar y cuidar de él a la vez. — Dijo Rubén y Álvaro pensó en su caso.
Había acabado la carrera de administración y dirección de empresas y, si bien, todavía no tenía claro que hacer ahora con su vida, si sabía que tendría que empezar a moverse pronto.
— Tienes razón. — Reconoció y Rubén lo vio quedarse rallado.
— ¿No has decidido qué hacer?
— No. Supongo que empezaré por echar currículums.
— La vida adulta da miedo. — Sonrió Rubén mirando al frente y Álvaro lo miró a él. — Ahora pagamos el alquiler y todo a medias, no quiero imaginar cuando tenga que hacerlo solo.
— Pasará… — Álvaro atrajo la mirada de Rubén. — No vamos a vivir siempre juntos. Más tarde o más temprano, uno encontrará una novia estable y querrá vivir con ella. Eso dejará al otro con un alquiler enorme... Espero no ser yo.
— Te odiaré si me haces eso.
Álvaro sonrió y lo golpeó con un dedo en la cabeza.
— En vez de eso, empieza a administrar bien tu dinero y deja de comprar porquerías. No me culpes después a mí.
— ¡Déjame vivir!
Al día siguiente los dos acudieron a la cita médica con el tío de Álvaro. Camilo lloró desde que vio al hombre con mascarilla y Julián no tuvo más remedio que quitársela.
— Ya está. — Le dijo Julián al niño y le sonrió. — ¿Mejor así?
Camilo paró de llorar y Rubén que lo tenía en el regazo le acarició la cabeza.
— Está sano, ¿verdad? — Preguntó Rubén y Álvaro sentado a su lado lo miró por notarlo de pronto como una madre preocupada.
— En primera instancia diría que sí. — Julián miró a su sobrino. — Os recomiendo aclarar esta situación lo antes posible.
— Estamos en ellos, tío. — Asintió Álvaro. — Gracias por recibirnos.