Rubén vio a su madre darle el biberón a Camilo después de calentar la leche.
— Pobrecito, te estaban dando la leche fría. — Le habló Lucy con voz dulce y Camilo se le quedó mirando a los ojos. — Qué ojos más grandes tienes. — Le sonrió y miró luego a su hijo. — Hay que calentar el agua para preparar la leche en polvo.
— Podías haberte quedado el otro día y avisarnos. — Murmuró Rubén.
— Si es de Álvaro, ¿por qué lo tienes tú? — Preguntó Dalton, que se sentó en una de las piernas de su hermano.
— Porque Álvaro es un mal padre que prefiere irse con mujeres.
— ¿Está teniendo una cita con una chica?
Rubén asintió.
— Un bebé no es broma, cuidar bien de él. — Le regañó mamá Lucy seria.
— Hacemos lo que podemos. — Respondió Rubén.
— ¿Cómo se llama? — Preguntó Dalton a su hermano.
— Camilo. Como mi primer hamster.
Mamá Lucy se rió.
— Ay, tesoro… — Compadeció al bebé y sin dejar de darle el biberón, comprobó como tenía el pañal. — Ahora vamos a cambiarte el pañal.
— Tengo. — Rubén agarró la bolsa del mismo sillón en el que estaba sentado y sacó un pañal y las toallitas húmedas.
— ¿No es muy grandes? — Preguntó Lucy, agarrando el pañal.
— Sí, ya se le ha salido la caca más de una vez y lo ha puesto todo asqueroso. — Comentó Rubén y mamá Lucy negó.
— Ve a la tienda y compra pañales de su talla. — Le ordenó.
— Pe…
— Ni se te ocurra decir un pero. Ve corriendo.
Rubén levantó a su hermano de sus piernas.
— Voy contigo. — Dijo Dalton.
— Nada de distraerse, que os conozco. Tengo que preparar la comida. — Les dijo Lucy y al verlos irse, miró a Camilo. — ¡¿Pero quién es el bebé más bonito del mundo?!
— ¿Y hace mucho que sois amigos y compañeros de piso? — Preguntó Irati a Álvaro.
— Nuestras madres se conocieron y se hicieron amigas cuando estaban embarazadas de nosotros, así que toda la vida. — Contó Álvaro. — Tiene sus cosas, pero es buen tío y se puede confiar en él.
— Se inventó que eras gay y novio de él... — Irati sonrió moviendo la cuchara en su café. — No está muy bien de la cabeza.
— Se notaba a leguas que era mentira, tu amiga no debió darle credibilidad.
— Cuando bajé de la azotea le dije que me habías gustado, ella solo se preocupó por mí.
— ¿Te gusto?
Irati sonrió y asintió.
— Eres guapo, tienes carisma y pareces normal, todo lo contrario que tu amigo.
Álvaro había sonreído, pero el último comentario le borró la sonrisa. Sí, Rubén no era normal y a veces su idiotez lo supera, pero era su amigo y sentía que solo él podía meterse con él.
— Te caerá mejor cuando lo conozcas un poco.
— Eso nunca se sabrá. — Irati dejó de remover el café y le propuso. — Te apetece venir conmigo a comprar unos libros de cocina. La librería no queda lejos.
— ¿No le darías una oportunidad? — Álvaro se quedó con eso y sonrió cuando Irati puso cara de no entender porque le preguntaba eso. — Digo, si te gusto yo y salimos más, será inevitable que os veáis.
— O no. — No estuvo Irati de acuerdo. — Puedo salir contigo y eso no significa que me tenga que caer bien tu amigo, mucho menos que lo tenga que ver.
— Pienso lo contrario, porque habría ocasiones en las que querría estar con los dos. Una fiesta, un café un sábado por la tarde...
— No. — Irati negó y luego se rió sin entenderlo. — ¿Por qué insistes tanto?
— Porque es mi amigo. Él ha estado cuando nadie estaba, no saldría con una chica que no quiera ni darle la oportunidad de conocerlo.
— Oye… Esto ya suena raro. ¿De verdad no eres…?
— No. — Álvaro la interrumpió cuando estaba a punto de llamarlo gay. — No soy gay. Fue una estúpida broma de Rubén porque él es así de infantil y le gusta complicarme la vida. Ya te lo dije, no deberías usar eso cómo ataque.
Irati se sintió incómoda y sonrió.
— No hace falta ponerse así.
Álvaro bajó la cabeza y lo pensó antes de finalmente ponerse en pie.
— Me voy. Supongo que no volveremos a quedar, así que, ha sido un placer. — Agarró su mochila de la silla y se dirigió hacia la puerta de la cafetería.
Irati lo siguió con la mirada y observó después a las demás personas del local por si alguien estaba mirando.
A la salida del supermercado con una bolsa de plástico en la mano, Rubén caminó por el barrio junto a su hermano Dalton. Los dos se comían un helado.
— ¿Juegas a fútbol? — Le preguntó Rubén a su hermano.
— No. No se me da bien y nadie me deja jugar en su equipo nunca. — Respondió Dalton.
— ¿En serio? — Dalton asintió y Rubén puso cara seria. — Panda de… — Se ahorró el insulto a los críos que no dejaban jugar a su hermano.
— Ya no me importa. Al principio sí me importaba, pero ahora ya no.
— Quieres que te ayude a mejorar. En el instituto era el mejor. — Rubén escuchó sonar su teléfono móvil y se cambió el helado de mano para sacarlo del bolsillo del pantalón. — Haré que seas mejor que todos los niños que no te dejan jugar.
— No es necesario.
Rubén vio que Álvaro lo estaba llamando y contestó la llamada.
— Eh. — Lo saludó Rubén.
— ¿Dónde estás? — Preguntó Álvaro.
— Ahora en la calle, pero voy para la casa de mis padres. ¿Por qué? Te ha dejado plantado la vecina.
— Me he ido yo.
— En serio. Parecía que te gustaba.
— Creo que no íbamos a congeniar a la larga. ¿Y Camilo? ¿Le has dado de comer?
— Mi madre está con él. — Rubén miró a Dalton y le contó. — Nos ha mandado a Dalton y a mí a comprar pañales de la talla de Camilo. Voy a quedarme a almorzar, si no tienes planes te puedes venir.
— No. Aprovecharé que no estás para limpiar, el piso está hecho un asco.
— Vale. Yo me encargo de sacar la basura cuando vuelva.