Esa noche para dormir a Camilo, Rubén se dedicó a dar vueltas con él en brazos por el salón. Pero aparte de acabar mareado de tanto paseo no consiguió nada. Camilo se negaba a dormir.
— Te lo dije. — Habló Álvaro, sentado en el sofá y con el portátil encima de la mesa baja. — De haber comprado esa cosa de segunda mano te habrías ahorrado por lo menos quince euros.
Rubén se acercó sin importarle eso demasiado.
— No hay forma de que se duerma hoy. — Suplicó su ayuda y Álvaro lo miró.
— ¿Le has sacado los gases y cambiado el pañal? — Álvaro palpó el pañal de Camilo para ver como estaba.
— Lo he hecho, pero tiene las mismas ganas de fiesta que yo.
— Otra señal más de que es tuyo y no mío. — Le dijo Álvaro y levantó los brazos. — Dámelo. — Rubén accedió encantado y Álvaro se acostó con la espalda en el respaldo y con Camilo en su pecho. — Hora de dormir… — Susurró al niño y lo intentó dormir dándole palmadas en el pañal.
Rubén se sentó a su lado y adoptó su postura.
— Estoy rendido.
— ¿Mañana vuelves al trabajo?
— Sí, entro a las nueve. — Miró a Camilo echado en el pecho de Álvaro.
— Cuando consiga trabajo vamos a tener que ver lo qué hacemos con él.
— Fácil, mi madre no trabaja y está todo el día en casa, ella cuidará de él.
— ¿Le has preguntado si quiere hacerlo?
— No. Pero es mi madre y Camilo puede ser su nieto. Para eso están las yayas, ¿no? — Respondió Rubén. — ¿Qué ha pasado con la vecina? — Cambió de tema y Álvaro miró a Camilo.
— No puedo salir con una chica que tiene esos prejuicios sobre alguien indispensable en mi vida.
Rubén sonrió y se giró de golpe en el sofá.
— ¿Hablas de mí? No sabía que era indispensable.
Álvaro lo miró serio.
— ¿No soy indispensable para ti? Llevamos juntos desde el vientre de nuestras madres.
Rubén apoyó la cabeza en su mano y pensó sobre ello.
— Eres importante, pero indispensable…
— Mañana mismo me disculpo con Irati. — Habló Álvaro serio y Rubén se rió.
— ¡Qué tontito eres! — Le acarició la cabeza como a un perro y Álvaro la sacudió para que lo dejara en paz. — ¿En serio piensa tan mal de mí?
— Tanto como para no querer coincidir nunca contigo. — Dijo Álvaro y entonó una sonrisa. — Es una pena, me gustaba. — Rubén le volvió a acariciar la cabeza en esa ocasión más suave y Álvaro suspiró. — No soy tu perro.
— Tu pelo es suave. — Sonrió Rubén sin dejar de acariciarlo. — Me disculparé con ella, le diré que eres un buen tío con un amigo capullo.
— No hace falta. — Álvaro le quitó la mano de su cabeza y Rubén insistió.
— Quiero hacerlo por ti. Necesito hacerlo después de saber que soy indispensable en tu vida.
— Voy a arrepentirme de haber dicho eso. — Lamentó Álvaro y miró a ver si Camilo seguía despierto. Sus ojos estaban cerrados y una de sus manos aferrada a su camiseta, esperaba que no se despertara al dejarlo en la cama.
Cuando dejó a Camilo en la cama se acercó a Rubén que estaba en la puerta.
— Mañana duerme contigo. — Le dijo Álvaro.
— ¿No tendríamos que comprar una cuna o algo? Somos grandes y estamos fuertes, bueno, uno más que el otro. — Le dijo Rubén tocándole la barriga y Álvaro lo golpeó en el hombro.
— Para, imbécil.
Rubén se rió.
— No, en serio. Tengo miedo de aplastarlo cuando duerme conmigo.
Álvaro suspiró.
— He mirado de segunda mano pero también las venden caras. Doscientos mínimo, no tengo trabajo y no puedo hacerles ese gasto a mis padres.
— La pago yo. — Le ofreció Rubén. — Si es mío, bien, y si al final resulta que es tuyo, será mi sobrino y estará bien también.
— ¿Cuánto cobras en el gimnasio?
— Mil doscientos. — Álvaro puso cara de estresado y Rubén lo agarró de un brazo y lo sacó al salón. — No te agobies. Lo hacemos así y cuando tengas dinero me das la mitad.
— No. Solo dices eso porque al final siempre terminas dejando pasar la mitad que te debo por todo. Me lo hago, pero no soy idiota.
— Entonces puedes pagarme limpiando este mes tú solo el piso. — Le propuso y le frotó el cabello.
Álvaro inclinó la cabeza para frenar su caricia y asintió a su propuesta.
— Hagamos eso. Total, siempre acabo limpiando más que tú. — Dijo y recuperó la rigidez de su cabeza. — Pero elijamos la más barata.
— Te hago una transferencia y te encargas. — Contestó Rubén.
La cuna de segunda mano les llegó dos días después y Rubén que cargaba con Camilo no lo vio del todo bien.
— Al menos está limpia. — Dijo Rubén.
— Ya he quedado con mi padre para arreglarla. — Respondió Álvaro tocando la cuna, la madera estaba vieja y la pintura desconchada, señal de que la familia que se la había vendido le había dado mucho uso.
— ¿Y cuánto te has ahorrado?
— He pagado ciento cincuenta por ella. — Sonrió Álvaro. — Mi padre pondrá la pintura, el barniz y la mano de obra.
— Luego te quejas de que yo quiera que mi madre cuide de Camilo, pero tú pones a tu padre a trabajar en sus horas libres.
— No es lo mismo, yo le ayudaré. — Álvaro se acercó a él y le quitó a Camilo de los brazos. — No ibas al gimnasio.
— Sí. — Rubén les tocó a los dos la cabeza. — Sed buenos sin mí. — Recogió su mochila del suelo y se paró a mirar a Álvaro. — ¿Vamos a ir a beber con esos? Aún no he respondido en el grupo.
— Podemos, aunque no hasta tarde por Camilo.
— ¿Por qué no lo dejas en casa con tu madre solo por hoy? Aún no hemos celebrado que hemos acabado las carreras.
Álvaro sonrió.
— No. Y te recuerdo que estuviste celebrando todo un fin de semana después de la graduación.
— Entonces déjalo en casa de mis padres. Llamaré a mi madre para avisarla. — Rubén se colgó la mochila en un hombro y le agarró a Camilo los mofletes. — A Camilo le gustará pasar la noche con su abuela. — Habló con voz juguetona.