— ¿Te imaginas? — Preguntó Sara a su hermano, mientras cargaba con Camilo en brazos.
— ¿El qué?
En el garaje, Álvaro lijaba a mano la madera de la cuna.
— Que Camilo fuese hijo de Rubén y que yo acabe siempre su madre cuando me case con él.
Álvaro miró a su hermana.
— Eso no pasará. Aunque se diera el caso de que él te viera como mujer… — Le dijo y la señaló. — Aún no le gustarás, te falta culo y tetas.
Sara puso cara seria.
— ¡Estoy creciendo!
— Exacto. Porque aún eres una niña. — Respondió Álvaro y se puso serio. — Deja de soñar.
— Te detesto.
— No lo hagas, es tu único hermano. — Le dijo su padre, entrando por la puerta que conectaba el garaje y la casa.
— Mejor haber sido hija única.
Sara se fue indignada a la casa
— ¡Ten cuidado con el niño! — Le gritó Álvaro.
— Es madera buena… — Oyó a su padre y Álvaro lo miró para verlo sonreír. — La dejaremos como nueva.
— Siento molestarte con esto.
— No es nada y harás la mayor parte. Sigue lijando.
— ¡Sí!
Álvaro se puso a ello con rapidez, cuanto más rápido trabajara más pronto tendrían la cuna para Camilo.
— No te preocupes, yo cuidaré de él. — Habló Lucy, haciéndose cargo de Camilo y de su bolsa.
— Gracias, tía Lucy. — Le agradeció Álvaro y besó a Camilo en la cabeza. — Vendré a recogerlo mañana por la mañana.
— Rubén me ha dicho que tienes que salir a hacer cosas, puedes venir más tarde, por mí no hay problema. — Lucy le sonrió y Álvaro le devolvió la sonrisa.
Cuando llegó al bar Bambú, Álvaro se sentó junto a una mesa ocupada por Rubén y otros amigos y amigas.
— Hola a todos. — Los saludó sin más.
Rubén estaba separado de él por una silla ocupada por otro chico, pero se miraron entre sí.
— ¿Qué es eso de qué sois padres? — Preguntó una chica sentada al otro lado de la mesa. — ¿Es verdad o otra de las bromas de Rubén?
— Es verdad. — Dijo Álvaro y para demostrarlo puso su teléfono en el centro de la mesa. — Se llama Camilo, solo está por ver quién de los dos es el padre.
Todos sus amigos se lanzaron a mirar una fotografía de Camilo en el teléfono.
— ¿Cómo no sabéis de quién es? — Preguntó Amaya, la misma chica. — ¿No hubo una nota o algo?
Rubén y Álvaro negaron a la vez.
— Pues… — Otro chico, Diego, que estaba sentado entre Álvaro y Rubén, agarró el teléfono de la mesa y lo colocó al lado de las caras de los dos. Primero de Álvaro y luego de Rubén… — No le veo parecido físico a ninguno, la verdad. ¿Seguro que es vuestro?
— Lo dejaron en nuestra puerta ¿no? — Dijo Rubén.
— Vamos a hacer unas pruebas de ADN para salir de dudas. — Habló Álvaro, que recuperó su teléfono de las manos de Diego.
— Y estaréis deseando que sea del otro, ¿no? — Se rió Diego. — Un niño a esta edad puede hacerte viejo en un instante. — Agarró su vaso con cerveza y miró a Rubén. — Se acabaron las borracheras… — Giró la cabeza mirando a Álvaro. — Y las chicas…
— Tendrán más problemas que esos. — Dijo Sandra, otra amiga que los miraba con la cara apoyada en sus manos. — Mi hermana tendrá un bebé pronto y no deja de gastar dinero, que si la habitación, que si la ropa, que si los pañales… Aún no ha nacido y ya está arruinando económicamente a sus padres. Compadezco a el que sea de los dos.
Álvaro miró a Rubén que ya lo miraba.
— No todo tiene que ser así. — Intervino Eduardo para esclarecer el panorama. — Hay muchas ayudas que un padre soltero puede solicitar.
— Puedes ser su trabajador social y echarles una mano. — Dijo Sandra.
— Eso no lo decido yo, además… De momento hago solo trabajo de oficina. — Eduardo se colocó sus gafas bien y les dijo a los dos. — Pero puedo informarme de todo por vosotros y poneros al tanto.
— De momento no. — Negó Álvaro y se levantó. — Voy a por algo de beber.
— Te acompaño. — Dijo Rubén, poniéndose en pie y mirando a los demás. — ¿Queréis algo?
— Unas patatas. — Pidió Amaya, enseñando que no quedaban en un plato.
Rubén agarró a Álvaro de los hombros y lo llevó a empujones hacia la barra.
— No hagas mucho caso. — Lo animó Rubén.
— No les falta razón. — Opinó Álvaro, quitándose las manos de Rubén de los hombros. — ¿Por qué le has dicho a tu madre que tengo cosas que hacer mañana?
— Para que puedas salir a buscar trabajo o lo que sea sin llevar a Camilo, dudo que alguien se interese en contratarte sí vas con un bebé.
— Gracias.
Rubén le sonrió y le pasó un brazo por encima de los hombros.
— Vamos a quemar la noche y beber hasta ponernos ciegos, ¿sí?
— Pretendes que vaya a buscar trabajo con resaca.
Rubén bajó su brazo.
— Bueno, tomemos algunas copas nada más. — Se rió y Álvaro negó.
Unas pocas copas se acabaron convirtiendo en copas de más para Rubén. Álvaro salió del coche de Eduardo y con la ayuda de él se cargó a Rubén borracho al hombro.
— ¿Necesitas que te ayude a llevarlo arriba? — Le preguntó Eduardo, cerrando la puerta trasera de su coche.
— No, usaremos el ascensor. Gracias por traernos. — Le respondió Álvaro.
— Nos vemos entonces.
Eduardo volvió a subir en su coche y Álvaro llevó a Rubén hacia el edificio. Entraron por la puerta de la comunidad con dificultad y Álvaro suspiró cuando consiguió entrar después en el ascensor.
— No has quemado la noche, pero te has puesto ciego. — Le dijo Álvaro.
— Lo siento… — Habló Rubén y Álvaro lo miró.
— ¿Qué sientes?
— Le pedí perdón a la vecina y la invité a venir esta noche al bar, pero no ha ido. — Rubén intentó mantenerse en pie por él mismo y Álvaro, que no lo soltó, miró la puerta del ascensor que se abrió.
— Te dije que no lo hicieras. — Miró a su amigo y le apretó la muñeca que colgaba sobre su hombro. — Vamos. — Lo aferró también de la cintura y lo llevó fuera.