Por la mañana, Rubén se despertó con dolor de cabeza y al incorporarse en la cama escuchó sonidos de placer procedentes de la habitación de Álvaro, aún cuando el baño se interponía entre las dos habitación el sonido era claro.
Cerca de las ocho, la puerta de la habitación de Álvaro se abrió y él e Irati salieron de ella. Rubén estaba en la cocina removiendo un vaso de café con una cucharita y los miró con cara seria.
— Hola, buenos días. — Lo saludó Irati al verlo y Rubén corrigió la expresión de su cara para sonreír. — Me tengo que ir, ¿hablamos luego? — Le preguntó a Álvaro.
— Te llamo después. — Le dijo Álvaro.
Irati le dio un beso en los labios y caminó hacia la puerta saliendo del piso.
— Parece que has triunfado. — Habló Rubén, dejando de remover el café.
Álvaro se acercó.
— Vino anoche, se disculpó y dijo que le gustaba. — Le contó y sonrió. — Lo hicimos anoche y ahora por la mañana.
— Ya. Me han despertado sus gritos. La próxima vez pídele que no grite tan fuerte, no vives solo. — Rubén dio la vuelta a la isleta y recogió su mochila. — Me voy a trabajar.
Álvaro no dijo nada y dejó que se fuera.
Rubén guardó su mochila en la taquilla del gimnasio y cerró la puerta de un golpe.
— ¡Madre! Como estamos hoy. — Le dijo un compañero del gimnasio. — ¿Todo bien?
— Hoy querría no haberme levantado. — Habló Rubén molesto.
Recordaba haber besado a Álvaro, pero se había despertado escuchándolo en la cama con la vecina. Rubén golpeó la taquilla con la mano abierta y su compañero se paró a su lado.
— ¿Qué ha pasado?
Rubén lo miró y negó.
— Nada. — Suspiró y salió del cuarto que usaban para dejar sus cosas.
Era temprano, el gimnasio estaba todavía vacío y se dedicó a comprobar el estado de las máquinas.
— Si te lo guardas dentro, será peor cuando salga. — Insistió en charla su compañero y Rubén lo miró cansado. — Solo digo. — Levantó las manos y se alejó de él.
Rubén sacó su teléfono móvil. Esperaba una llamada o un mensaje de Álvaro que no llegaría, suficiente mensaje era haberse acostado con una mujer justo después de besarlo él.
— Estarás contento. — Se reclamó por su metedura de pata.
Con catorce años descubrió que le gustaba su amigo Álvaro, fue una de las tantas noches que se quedó a dormir en casa de él. No podía dormir y cuando quiso darse cuenta llevaba rato mirándolo en la oscuridad.
Desde esa noche su corazón comenzó a acelerarse cuando estaba con él.
Álvaro pasó a recoger a Camilo sobre las doce del mediodía.
— Pasa. — Lo invitó mamá Lucy a entrar y fue a la cocina. — Estoy preparando el almuerzo. ¿Quieres quedarte a comer?
— No, gracias, tía Lucy. Voy a almorzar en casa de mis padres. — Habló Álvaro, pasando al salón con Camilo en brazos. — Siento que haya tenido que cuidar de Camilo.
— No te preocupes. — Lucy llegó con una bandeja con dos vasos largos y una jarra de limonada fría. — Ha sido divertido volver a levantarme por la noche con un bebé llorando. — Se rió y Álvaro sonrió. — ¿Cómo lo estáis llevando? Ayer no pude preguntarte.
— Bien. — Álvaro se sentó con Camilo en su regazo. — Rubén y yo hacemos turnos para darle los biberones, cambiarle los pañales y dormirlo.
— ¿Y Rubén no se escaquea?
— No lo dejo.
Lucy se rió y se sentó en un sillón de su salón.
— Haces bien. — Se oyó un teléfono sonar y Lucy buscó el suyo. — Ese debe ser él. Lleva toda la mañana llamando para ver si habías venido ya a por Camilo. — Se levantó para ir a por su móvil encima del mueble de la televisión.
Álvaro miró a Camilo y pensó en ese dichoso beso. Rubén siempre actuaba cariñoso cuando estaba borracho, hasta podría resultar pesado, pero besarlo, esta vez se había pasado.
— Si no dice nada… — Murmuró moviendo las manitas de Camilo. — Puede que no lo recuerde o que solo sea una tontería a la que yo estoy dándole más importancia de la que tiene.
Lucy se giró mirándolo y Álvaro le sonrió.
— Sí, está aquí. ¿Quieres que te lo pase?
Álvaro dejó de respirar y al oír a mamá Lucy seguir hablando por teléfono, volvió a tragar aire.
Sí tenía razón y solo era un acto fortuito, ¿por qué Rubén no lo había llamado a él o enviado algunos mensajes cómo siempre hacía?
Álvaro echó la cara a un lado.
— Mierda… — Dijo, agobiado por pensar en lo mismo cuando solo quería olvidarlo. — Tía Lucy. — Se levantó de pronto y se excusó. — Gracias por la limonada, pero tengo algo que hacer en casa y debo irme ya.
— ¿Ah, sí? Está bien, pero ven en otra ocasión. — Lucy le sonrió. — Te haré algo rico para comer.
— Claro.
Camilo se rió cuando Amaya, con quién Álvaro quedó junto a Sandra para almorzar, le hizo cosquillas en la barriga.
Álvaro miró a Camilo en su regazo y sonrió por verlo reaccionar tan simpático a los juegos de Amaya.
— Es adorable. — Dijo Amaya finalmente. — ¿Te lo puedo robar?
— No. — Respondió Álvaro, acariciando la cabeza de Camilo.
Amaya hizo un moine.
— Qué pena. — Sonrió y miró a Sandra. — ¿Cómo es que nos has llamado para comer solo a nosotras?
— En eso llevo rato pensando… — Habló Sandra, que subía y bajaba la pajita de plástico dentro de su bebida con gas. — ¿No querrás que hagamos de canguros? — Preguntó con espanto.
— No, chicas. — Dijo Álvaro y aclaró su garganta. — Quería haceros una pregunta.
— ¿Qué pregunta? — Se sintió Amaya curiosa.
Álvaro se quedó callado mientras pensaba en cómo hacer la pregunta y Sandra se apoyó en la mesa con la cara en una mano.
— Estás raro. ¿Dónde has dejado a Rubén? — Preguntó Sandra.
— Está trabajando en el gimnasio. — Respondió Álvaro y se decidió. — ¿Cómo hacéis las chicas para saber si un tío está interesado en vosotras?