Rubén regresó al piso corriendo después de salir del gimnasio. Era por su madre que sabía que Álvaro se había echado a descansar por la tarde, pero le preocupaba que no estuviera respondiendo a su teléfono.
En la puerta del piso encontró a Irati tocando el timbre.
— ¿Qué quieres? — Se mostró molesto con su presencia.
— Buscaba a Álvaro. Hoy en la mañana me dijo que no se sentía bien y le he comprado unos medicamentos para el resfriado. — Le respondió Irati. — Su teléfono recibe llamada pero no responde.
— Está bien. Yo le daré esto por ti… — Intentó alcanzar la bolsa de la farmacia que Irati tenía en la mano.
— Prefiero verlo y dárselo personalmente. Mañana no trabajo así que puedo cuidarlo toda la noche.
Rubén sonrió.
— Mira que bien.
La puerta del piso se abrió y los dos miraron a Álvaro.
— Álvaro. — Irati se acercó y le tocó la frente. — ¿Cómo te sientes?
— Estoy bien. — Dijo Álvaro, que le sonrió pese a estar con fiebre y le agarró la mano. — ¿Por qué no has abierto la puerta con tu llave en vez de hacerme levantarme de la cama? — Se quejó con Rubén.
— Ha sido ella, yo acabo de llegar. — Contestó Rubén y se acercó a él tocándole también la frente. — Estás ardiendo.
Álvaro asintió sabiéndolo e Irati notó que no apartó la mano de Rubén como hizo con la suya. Una mueca apareció en los labios de ella y le mostró las medicinas.
— Te he traído medicamentos para el resfriado. — Habló Irati.
Álvaro la miró agradecido, sin embargo, Rubén habló por encima de él.
— Ni conoces si es alérgico a algún medicamento. En casa tenemos, te lo puedes llevar. — Rubén bajó la mano de la frente de Álvaro y lo agarró alrededor de un brazo. — Vuelve a la cama.
— Yo lo acompaño. — Irati se adueñó del otro brazo de Álvaro y éste se vio atrapado. — Suéltalo.
— Suéltalo tú, es mi compañero de piso y yo cuidaré de él.
— Pero yo soy su novia.
— ¡No lo eres!
— Pero podría serlo. — Sonrió Irati y lo obligó a soltar a Álvaro. — Vamos a la cama, Álvaro.
Álvaro se dejó llevar y Rubén cerró la puerta de un portazo.
— Rubén. — Lo llamó Álvaro parándose.
— ¿Sí? — Preguntó Rubén.
— Podrías llamar a tía Lucy para saber cómo está Camilo.
Rubén le asintió y Álvaro fue con Irati a su habitación.
Cuando Rubén entró en la habitación de Álvaro con un cuenco con sopa caliente, Irati estaba también sentada en la cama.
— No deberías estar tan cerca, te vas a contagiar. — Habló Álvaro, preocupado por ella e Irati le sonrió.
— No pasa nada. Desde niña tengo muy buenas defensas y rara vez me enfermo. — Respondió Irati y quiso alcanzar el cuenco que Rubén dejó en la mesita de noche.
— Es tarde, deberías irte. — La echó Rubén.
— No son ni las diez. — Irati insistió en tomar el cuenco y lo hizo.
Álvaro tosió por un rato y al cortarse la tos, respiró aliviado.
— Toma. Te ayudará a bajar la fiebre. — Rubén le entregó un comprimido junto a un vaso con agua que había en la mesita y Álvaro lo aceptó.
Se tragó la medicina junto a un poco de agua y él mismo dejó el vaso en la mesita.
— ¿Has llamado a tu madre? ¿Cómo está Camilo? ¿Está llorando mucho? — Le preguntó Álvaro preocupado y Rubén le negó.
— Está bien, mi madre dice que se está portando más bien que Dalton.
Álvaro sonrió.
— Menos mal… — Irati removía la sopa con una cuchara y los miraba a los dos. — Mañana seguro que ya me siento mejor, dile que lo traiga por la tarde.
— Olvídalo. Mi madre lo cuidará hasta que estés recuperado.
— Rubén.
— A ella le gusta hacerlo, se siente útil.
Álvaro no pudo evitar reírse.
— Ella no te ha dicho eso.
— No. Pero soy su hijo y la conozco. — Afirmó Rubén.
— Comete la sopa. — Se atrevió Irati a interrumpirlos y acercó el cuenco a Álvaro para hacerle comer una cucharada. Él la aceptó de buena gana, aunque casi escupe la sopa al quemarse. — ¿Estás bien?
Álvaro asintió cubriéndose la boca con una mano.
— Demasiado caliente. — Dijo.
— Lo siento. — Irati se sintió mal y se molestó cuando Rubén le quitó el cuenco y la cuchara.
— Lo soplaré por ti. — Le dijo Rubén a Álvaro, sentándose en la cama y haciendo lo que dijo.
— No es necesario. — Sintió Álvaro pudor.
— No seas tonto, lo hago cada vez que te pones malo. — Rubén sopló por un rato la cucharada de sopa y finalmente se la acercó a la boca. — Come con cuidado.
Álvaro sintió como su cara se puso roja al permitirle alimentarlo.
— Irati… — Álvaro la miró y le sonrió. — Gracias por venir, pero deberías irte a casa y descansar del trabajo. Estoy agotado, tomaré la sopa y me echaré a dormir.
— Claro. — Dijo Irati y se levantó viéndolo ser alimentado por Rubén. — Recuperate pronto. Mañana pasaré a verte.
— Adiós. — Se despidió Rubén de ella con una satisfactoria sonrisa e Irati sintió que había perdido la batalla.
Álvaro suspiró al tumbarse en la cama y miró a Rubén que lo cubrió con una manta.
— ¿Quieres que muera de calor? — Le preguntó Álvaro. — Primero una sopa caliente y ahora una manta.
— Las dos cosas te ayudarán a bajar la fiebre. — Respondió Rubén y le subió la manta hasta arriba.
— Te lo inventas.
— Es lo que mi madre siempre hacía con Derek y conmigo y sigue haciéndolo con Dalton. — Se sentó a su lado y le sonrió tocando su cabeza. — Cierra los ojos, me quedaré hasta que te duermas.
— No puedo cerrar los ojos si estás ahí. Sal de mi habitación.
— ¿Temes que te bese cuando te duermas?
— ¿No lo has hecho nunca, verdad?
Rubén sonrió acomodando la manta.
— ¿Quién lo sabe?
Álvaro le dio un puñetazo en el hombro y Rubén se rió.
— Por eso tengo que buscar donde vivir, no puedo fiarme de ti.