Álvaro estaba en la cocina cuando Rubén regresó al piso corriendo y trayendo una caja de pizza.
— Perdón por tardar. — Se disculpó Rubén, dejando en la encimera la caja de la pizza. — Camilo no se quería dormir para variar.
— ¿Por qué no te lo has traído? Debe sentirse extraño sin nosotros. — Se quejó Álvaro, sirviendo una crema verde de un cazuelo a un cuenco.
— Está con su abuela. No tiene nada de malo. — Respondió Rubén. — ¿Qué mierda cocinas? Tiene una pinta horrible.
Álvaro lo miró y suspiró.
— Es crema de guisantes. — Le contestó y fue a dejar el cazuelo en el fregadero. — Aún no sabemos de quién de los dos es hijo.
— No importa, si es tuyo mi madre aún será como una abuela. — Rubén le dio la vuelta a la isleta y agarró el cuenco.
— ¿A dónde vas con eso? — Se lo arrebató Álvaro de las manos y se dirigió al sofá.
— He traído pizza, ¿de verdad vas a comer eso?
— Por supuesto. — Álvaro dejó el cuenco en la mesita baja y se sentó en el sofá. — He olvidado una cuchara, tráeme una. — Le pidió y lo esperó. — Mañana iré a por Camilo.
— No te precipites, no querrás que pille lo mismo que tú.
Rubén se acercó con la cuchara y la caja de la pizza.
— No quiero eso. Pero lo echo de menos. ¿Cómo estaba? ¿Llora mucho?
— Se ha echado a llorar nada más me ha visto. — Le contó Rubén con gracia y abrió la caja de pizza. — Por lo demás está bien. — Álvaro puso cara triste y Rubén se quedó mirándolo. — Parece que vas a llorar.
— Quizás lo haga. — Suspiró Álvaro y se puso a comer la crema de guisantes.
Rubén sonrió y le tocó el cabello.
— Tu cachorro está bien.
Álvaro le golpeó la mano y Rubén se rió.
— ¡Deja de joder!
— ¿Cómo dejar de hacerlo cuando aún no he empezado? — Rubén se acercó más a él y Álvaro se alejó tanto que acabó tumbado en el sofá. — ¿Qué haces? — Le preguntó Rubén con una sonrisa. — No iba a hacer nada.
Álvaro pensó en lo que ocurrió por la mañana y se levantó rápido agarrando su cuenco.
— Me voy a comer al cuarto. Buenas noches.
Se fue corriendo y Rubén se giró en el sofá viéndolo encerrarse en su habitación.
A medianoche, Rubén entró en la habitación de Álvaro que ya dormía y tras dejar un vaso de agua y su medicina en la mesita de noche le tocó la frente por un rato.
— ¿Qué haces? — Le preguntó Álvaro qué se despertó y lo miró.
— Comprobando que no tengas fiebre. — Respondió Rubén.
— Estoy bien. Déjame dormir. — Álvaro se giró en la cama dándole la espalda. — Te comportas como un novio…
— Ya quisiera serlo. — Rubén recogió de la mesita de noche el cuenco vacío y levantó una pierna para golpear el trasero de Álvaro con el pie. — Tómate la medicina antes de dormirte.
Álvaro soltó un gruñido y solo después de escuchar salir a Rubén, abrió los ojos y se incorporó para tomarse la medicina.
La alarma del teléfono de Rubén despertó a Álvaro la mañana siguiente.
— ¡Apaga eso! — Gritó Álvaro y se levantó de la cama cuando la alarma no dejó de escucharse. — Rubén. — Lo llamó entrando en la habitación de él y vio el teléfono móvil en el suelo y a Rubén tirado en la cama. — ¿Qué estás haciendo? Tienes que ir al gimnasio. — Le habló y recogió el teléfono del suelo.
Desconectó la alarma y se acercó después a la cama mirando a Rubén, lo vio empapado en sudor y soltó el móvil en la mesita de noche.
— Creo que hoy no iré al gimnasio, ¿puedes llamar a Quero por mí y decírselo? — Le preguntó Rubén.
— Claro. — Dijo Álvaro. — Estás empapado en sudor, levántate y date una ducha. Luego puedes seguir durmiendo.
— Lo haré más tarde, ahora no me puedo levantar.
— ¿Tienes fiebre? — Rubén asintió y Álvaro se marchó de la habitación para regresar con un termómetro. — Ponte esto en la boca. — Rubén abrió la boca y Álvaro se lo metió. — Voy a llamar a tu jefe mientras. — Agarró el teléfono de Rubén y cómo no sabía la contraseña para desbloquearlo, lo miró. — Dime la contraseña.
— Dos, seis, cero, cero. — Respondió Rubén con el termómetro en la boca. — Tu cumpleaños.
Álvaro introdujo esos números y el teléfono se desbloqueó.
Salió de la habitación y se sentó en el sofá con el teléfono en la oreja.
— Si vas a llegar tarde puedes al menos avisar con tiempo. — Oyó Álvaro al jefe de Rubén al otro lado de la línea.
— Hola, soy Álvaro, el compañero de piso de Rubén. — Explicó Álvaro primero.
— Ah, Álvaro, ¿qué pasa con Rubén?
— Está con fiebre, no se puede ni levantar de la cama así que hoy no irá. — Le contestó Álvaro.
— Está bien. Que se mejore rápido y que me avise si no va a venir mañana tampoco.
— Sí, yo se lo digo.
La llamada se cortó y Álvaro se levantó para volver a la habitación. Dejó el teléfono en la mesita de noche y se sentó en la cama, él tampoco se sentía todavía bien. Esperó hasta que el termómetro emitió un pitido y lo sacó de la boca de Rubén.
— ¿Cuánto? — Le preguntó Rubén.
— Treinta y nueve grados. — Álvaro soltó el termómetro en la mesita y lo miró. — Te pasa por pegarte tanto a mí. Voy a traerte la medicina. — Se apoyó con una mano en su pecho para levantarse y Rubén lo agarró de la muñeca.
— Hazlo luego. — Le dijo y le dejó espacio en la cama con él.
Álvaro se soltó con rapidez.
— No voy a dormir contigo.
— Los dos estamos malos, mejor estar juntos por si al otro le pasa algo. — Golpeó la cama y le dijo. — Es supervivencia.
— No me metas mano. — Desconfió Álvaro, haciéndole caso y echándose en la cama con él. — Estoy muerto… — Suspiró con gusto y al no escuchar a Rubén se giró mirándolo.
Parecía dormir boca arriba y se sobresaltó cuando abrió los ojos.
— Vamos a dormir. — Bufó Rubén y se echó de espaldas a él.
Cuando Álvaro despertó tenía una pierna de Rubén por lo alto y lo sentía respirar en su nuca, la sensación no le desagradó. De pequeños y no tan pequeños, muchas veces durmieron juntos y Rubén siempre fue así de pegajoso. Daba igual las veces que lo apartara o echara fuera de la cama, siempre terminaba encima de él. Pensó que solo estaban unidos como amigos.