Mientras su madre atendía en la frutería, Álvaro veía como Camilo se llevaba toda la atención de las clientas. Reclamando a mamá Margaret por no haber contado antes que tenía un nieto tan adorable. También dijeron que Camilo era igual de guapo que su papá y Álvaro sintió tristeza porque ya sabía que Camilo no era hijo suyo.
Era como si de pronto se lo arrancaran de los brazos, aunque aún lo tuviera en ellos.
— Te va a doler la espalda por llevarlo todo el día en esa mochila. — Le dijo su madre cuando caminaban a casa.
— No pesa tanto. — Respondió Álvaro, con una mano en la espalda de Camilo y mirando su carita. — Y a Camilo le gusta estar cerca.
Margaret sonrió.
— La verdad es que mis clientas tienen razón, es muy guapo.
Álvaro miró a su madre con sorpresa, era la primera vez que la oía decir algo de Camilo que sonara positivo.
— Creía que lo odiabas. — Musitó Álvaro.
— ¿Cómo voy a odiar a un bebé? — Se puso Margaret seria. — Lo que pasa es que me preocupa tu futuro y el de él si es tuyo. Habría venido a caer a una familia sin grandes recursos económicos y encima a falta de una madre.
— No la necesita. Como dice Rubén, ¿qué desalmada deja a su hijo en una puerta y se va?
— En eso no te falta razón… Tu padre y yo pasamos apuros cuando naciste, los gastos se multiplicaron y el dinero no cundía, pero nunca habríamos hecho algo así. — Margaret se paró en un cruce de calle y sonrió a su hijo. — Gracias por venir a la frutería, aunque hayas hecho poco. Ahora vete a casa antes de que oscurezca, los bebés no deben de estar en la calle tan tarde.
— Te acompaño hasta casa.
— No hace falta.
Álvaro vio sonreír a su madre y caminar después sola por la calle que llevaba a casa.
Rubén estaba guardando la compra cuando Álvaro llegó a casa con Camilo.
— Hola. — Dijo Rubén. Álvaro soltó por la boca solo un ruido como saludo. — ¿Qué pasa? — Se extrañó y caminó hasta ellos.
— Nada. Solo estoy cansado. — Respondió Álvaro, abriendo el portabebés y sacando a Camilo.
Rubén lo ayudó cargando con el niño y Álvaro fue hasta el sofá donde soltó el portabebés.
— He comprado pollo asado y también pimientos. ¿Comemos o nos encargamos primero de Camilo? — Rubén sonrió a Camilo y al mirar a Álvaro lo vio tendido en el sofá boca abajo. — ¿Qué te pasa?
— Solo quiero dormir y no despertar en una semana… — Musitó Álvaro.
Rubén sonrió.
— Entonces duerme un rato. Voy a lavar a Camilo y a darle su biberón antes de acostarlo.
Álvaro se cubrió la cabeza con los brazos y Rubén, que lo notó extraño, le dejó estar solo un rato mientras se ocupaba de Camilo.
— Todo es tan injusto… — Se quejó Álvaro cuando se quedó solo en el salón.
Rubén no lo molestó hasta que Camilo estaba ya durmiendo en su cuna.
— Eh. — Lo llamó Rubén, parado frente al sofá. — Vamos a comer. El pollo ya está frío.
— Comer tú. — No quiso Álvaro y Rubén se sentó en la mesita baja.
— ¿Tienes un mal día? — Le preguntó, acariciando su cabeza.
— Rubén, no quiero hablar.
— Entonces comamos.
— Tampoco quiero comer.
— ¿Quieres tener sexo? — Propuso Rubén y sonrió cuando Álvaro levantó la cabeza mirándolo. — Eso sí.
— No me vendría mal.
Rubén se tiró al suelo sobre sus rodillas y fue directo con su boca a la boca de Álvaro.
— Liberaré la presión por ti. — Le susurró en la boca.
Álvaro se incorporó en el sofá y su espalda chocó con el respaldo cuando Rubén se subió encima de él, besándolo en la boca y acariciando su cuerpo por debajo de la camiseta. Fue su mano diestra la que se deslizó más abajo que nunca y entró a través del pantalón de Álvaro. Aquella sensación fue nueva también para Rubén, era la primera vez que tenía en la mano otro miembro viril que no fuese el suyo.
— ¡Joder! — Gozó Álvaro y echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos mientras Rubén le hacía olvidar todo lo malo de ese día.
Álvaro salió de su habitación sin hacer ruido para no despertar a Camilo, se había duchado y puesto un pijama.
Rubén estaba en la cocina comiendo pollo y vio a Álvaro acercarse a beber un vaso de agua.
— ¿Mejor ahora? — Le preguntó Rubén.
Álvaro lo miró mientras bebía el agua y observó las manos de Rubén llenas de la grasa y el aceite del pollo.
— ¿Te has lavado las manos? — Le preguntó. Luego dejó el vaso en la encimera y se quedó mirándolo. — Gracias, estaba pensando demasiado.
— De nada. Ha sido un placer.
— Más para mí. — Sonrió Álvaro.
— Esperaré mi momento.
Rubén se llevó a la boca un trozo de pollo y Álvaro se acercó.
— Déjame algo, me muero de hambre.
— Abre la boca. — Rubén le acercó a la boca un trozo de pollo y Álvaro se lo comió. — Buen chico. — Lo felicitó Rubén con una sonrisa y le pasó un brazo por encima de los hombros.
Álvaro le dio una codazo en el costado, aunque eso no evitó que Rubén lo agarrara de la mandíbula y le diera un beso en la boca.
— Me vas a poner pringoso. — Se quejó Álvaro.
— Nos duchamos juntos, te lavaré la espalda. — Rubén no alejó su boca y Álvaro se rió.
— La ducha es pequeña, no cabemos.
Álvaro echó su cabeza atrás y Rubén apoyó entonces la suya en su hombro.
— ¿Dormimos juntos esta noche? — Le preguntó. Álvaro solo negó y Rubén puso cara de pena. — Eres tan amargado. — Se incorporó alejándose de él y Álvaro no dejó de mirarlo.
— Cuando nos separamos hoy te vi hablando con una chica… — Comentó Álvaro.
— ¿Cuándo?
— Después de comer, frente al bar.
— Ah. — Rubén lo miró. — Brenda es miembro del gimnasio y he sido su entrenador, ¿qué pasa con ella?
Álvaro negó.
— Pensé que te habías conseguido un nuevo ligue.
— Tengo un nuevo ligue… — Admitió Rubén y se giró hacia él. — Está delante de mí ahora mismo.