Aunque por la mañana Álvaro tenía su mayor disposición a que todo le saliera bien, la verdad es que acabó igual que los anteriores días en su búsqueda de trabajo. En la inmobiliaria le dijeron…
— Ya te llamaremos. — Dijo Álvaro a Rubén lo que le habían dicho y rompió en pedazos una servilleta de papel en la barra del bar Bambú. — A este paso me quedo sin dinero y no puedo pedirles más a mis padres. — Estaba frustrado y miró a Rubén. — ¿Por qué nada me sale bien?
— No es que nada te salga bien. — Le respondió Rubén y le pasó un brazo por encima de los hombros.
— Es todo. — Insistió Álvaro. — No tengo trabajo ni dinero para ayudar a mis padres, Camilo no es hijo mío y mi mejor amigo está colado por mí. — Rubén sonrió cuando lo oyó mencionarlo y Álvaro se lo quitó de encima. — No te rías.
— Pensaba que no querías que Camilo fuese tuyo. — Rubén agradeció al camarero las dos cervezas que les sirvieron y le pasó una a Álvaro.
— Llevamos dos meses cuidando de él, lo quiero aunque sea un gasto que no me puedo permitir.
Los dos caminaron hacia la mesa que ocupaban sus amigos.
— Menudo careto. — Dijo Diego a Álvaro.
— Olvidame, tengo mal día. — Contestó Álvaro, dejando la cerveza en la mesa y sentándose en una silla vacía. — No hay forma de conseguir un puto trabajo en esta ciudad.
— ¿Todavía nada? — Le preguntó Sandra.
— No. Y al próximo que me diga «te llamaremos» le voy a meter el teléfono por… — Rubén, sentado al lado de Álvaro, le tapó la boca con una mano.
— Suficiente. — Le dijo y Álvaro lo miró quitándole la mano de su boca.
— Déjame expresarme libremente.
— Mejor darle un trago a tu cerveza. — Le dijo Rubén, haciéndolo levantar la mano con el vaso.
Álvaro dio entonces un largo trago y suspiró después.
— Ánimo. — Le dijo Diego. — Te saldrá algo pronto.
Álvaro sonrió y asintió.
— Seguro. Lo siento, chicos. No estoy de buen humor hoy. — Se disculpó y miró a Rubén que le dio palmaditas en la cabeza.
— Todos tenemos días malos. — Habló Rubén.
— Los días malos los veo todas las mañanas en asistencia social. — Comentó Eduardo. — Muchas familias no tienen trabajo, no eres el único.
— Eso no anima. — Creyó Amaya.
— Pero es la realidad. — Le respondió Eduardo. — No solo de las familias más vulnerables, también de jóvenes que no encuentran trabajo después de pasarse cuatro o cinco años en la Universidad.
Rubén siguió dándole palmaditas a Álvaro y éste escuchaba a Eduardo hablar.
— Pero hablemos de algo más animado o acabaremos todos con la misma cara larga que Álvaro. — Lo interrumpió Diego y miró a Álvaro. — Sin ofender, eh.
Álvaro solo hizo a Rubén parar.
— Me voy al piso. — Le dijo luego Álvaro y se levantó de la silla. — Nos vemos otro día, chicos. — Se despidió de todos y caminó hacia la puerta del bar.
Rubén se quedó viéndolo irse y Sandra se pasó a la silla que Álvaro había usado.
— ¿No vas con él? — Le preguntó Sandra a Rubén.
— Creo que necesita cinco minutos solo. Lo alcanzaré en un rato. — Dijo y la miró. — Anoche también llegó a casa así.
— Lo siento. Creo que no he ayudado a su estado de ánimo. — Se disculpó Eduardo, quitándose sus gafas y poniéndose a limpiarlas con una servilleta de papel.
— ¿A quién se le ocurre hablar de cosas así? — Le incriminó Diego.
— Pobre Álvaro. — Sintió Amaya pena y todos se quedaron en silencio.
Rubén salió del bar exactamente cinco minutos después que Álvaro y lo encontró no muy lejos, sentado en un peyote y con la cabeza casi entre las piernas.
— Compremos unas cervezas y las tomamos en el piso. — Habló Rubén, parándose frente a él.
— No quiero. — Se negó Álvaro.
— Yo pagaré.
Rubén le puso una mano en la nuca y Álvaro reaccionó incorporándose al tiempo que golpeó su brazo.
— ¡Deja de tratarme como un perro!
— Intento que te sientas mejor y que sepas que estoy aquí.
— Deja de hacerlo entonces. — Le dijo y se levantó.
Rubén lo vio caminar en dirección al piso.
Cuando estaba esperando el ascensor del edificio, Álvaro recibió una llamada telefónica de un número desconocido y la respondió.
— Hola. — Habló al llevarse el móvil a la oreja y miró hacia la puerta del edificio.
Había tratado mal a Rubén y se sentía mal por hacerlo pagar su mal humor.
— ¿Álvaro Ares? Soy Elliot de la inmobiliaria… Siento llamarte tan tarde, pero hemos sufrido una baja inesperada y tenemos disponible un puesto para ti. — Le explicó Elliot por teléfono. — Espero que pueda incorporarse la próxima semana.
— Sí, sí puedo hacerlo. — Respondió Álvaro.
Su rostro cambió en un instante y su estado de ánimo también.
— Que alivio. De todos los chicos jóvenes que he entrevistado eres el más indicado. Bueno, eso es todo, ven el lunes a las ocho y te explico todo.
— De acuerdo. Muchas gracias por contar conmigo.
Cuando Álvaro colgó la llamada se dirigió hacia la puerta del edificio para buscar a Rubén, pero se cruzó con Irati y Naomi que entraban.
— Voy subiendo. — Le dijo Naomi a Irati y fue hacia el ascensor.
— Hace tiempo que no nos vemos. — Habló Irati.
— Culpa mía. — Respondió Álvaro. — He estado ocupado buscando trabajo y cuidando de Camilo. ¿Cómo has estado?
— Algo decaída… Pensé que estábamos teniendo algo, pero de pronto ni una llamada. Y eso que vivimos en el mismo edificio. — Sonrió Irati y se tocó el cabello. — Lo siento, no quería sonar despechada o algo así.
— Sí te apetece podemos quedar mañana para tomar algo y lo hablamos con calma. — Le propuso Álvaro.
— No tienes que hacerlo si no te apetece.
— Si te lo digo es porque sí me apetece.
Irati le sonrió y señaló el ascensor por el que subió Naomi.