— ¿Dónde voy a dormir. — Preguntó Sara mientras que Álvaro y Rubén fregaban los platos de la cena.
— Camilo está en tu habitación, puede usar la mía. — Habló Rubén con Álvaro y éste negó cerrando el agua del grifo.
— Mejor llevemos la cuna a tu cuarto y que duerma en mi cama. — Prefirió Álvaro.
Sara detrás de ellos se alegró al principio y se decepcionó al final.
— No me importa. — Dijo Rubén.
— A mí sí. — Álvaro miró a su hermana. — Es una adolescentes con las hormonas locas, solo le hace falta dormir en tu cama.
Rubén observó a Sara y no vio el caos, solo era una niña, una prima pequeña.
— Aguafiestas. — Murmuró Sara agarrando a su hermano del brazo.
Álvaro le golpeó en la frente con un dedo y Sara se quejó alejándose de él.
— Rubén, ayúdame a mover la cuna sin que Camilo se despierte.
— Voy. — Atendió Rubén y se secó rápidamente las manos en un paño de cocina.
Entre los dos desplazaron la cuna en volandas de una habitación a la otra, pero Camilo acabó por despertarse.
— Ya, ya, ya… sigue durmiendo… — Se ocupó Rubén de tranquilizarlo, dándole palmaditas en la barriga y poniéndole su chupete.
Álvaro sacó de su armario un conjunto de pijama y se lo dejó a Sara en la cama. Sara ya estaba sentada en ella.
— ¿Por qué no me has enviado a casa después de hablar con mamá? — Lo interrogó Sara.
— Mamá trabaja duro. — Le dijo Álvaro. — Los dos tenemos que intentar no ponerle las cosas más difíciles.
— Eso no contesta a mi pregunta. — Sara se tumbó boca arriba en la cama y se puso a mirar su teléfono móvil. — De todas formas no le doy problemas, estudio para sacar buena nota y me gano la mayoría del dinero para pagar mis caprichos.
Álvaro se sentó en la cama.
— ¿Cómo te lo ganas? — Le preguntó.
Él apenas había logrado encontrar un trabajo. ¿Cómo hacía una adolescentes de quince años para ganar dinero?
Sara sonrió mostrándole la pantalla de su teléfono y Álvaro solo vio una foto de él jugando a fútbol el día de la barbacoa.
— Mis amigas pagan muy bien por tus fotos.
— ¿Qué? ¿Estás vendiendo fotos mías a adolescentes?
— A mis amigas.
— Borra ahora mismo todas las fotos que tengas de mí en el teléfono. — Le ordenó Álvaro. — Lo que haces es ilegal y poco ético con tu hermano.
— No seas exagerado. Solo son unas cuantas fotos y en la mayoría llevas camiseta.
— ¡Sara Ares! — Álvaro se lanzó a quitarle el teléfono, pero Sara se resistió.
Rubén los encontró peleando en la cama y no entendió nada.
— ¿Qué hacéis? — Preguntó.
Sara corrió entonces a refugiarse detrás de él y Álvaro se levantó de la cama.
— Borra ahora mismo todas las fotos, Sara. — Habló Álvaro serio con su hermana y Rubén la miró detrás de ella.
— ¿Qué fotos? — Preguntó Rubén y Sara puso cara seria.
— Está vendiendo fotos mías a sus amigas. — Dijo Álvaro.
— ¿Haces eso? — Se sorprendió Rubén.
— De vez en cuando. — Contestó Sara, aferrando su teléfono con fuerza.
Rubén se señaló así mismo con un dedo.
— ¿También vendes fotos mías?
— No. A mis amigas les gusta Álvaro.
— Las tuyas las guarda para ella. — Dijo Álvaro.
Rubén sonrió. A sus ojos, no era más que niñerias.
— ¿Qué fotos estás vendiendo de tu hermano?
— Las que mejor se venden son las de él sin camiseta jugando fútbol. — Respondió Sara y le mostró de cuales fotos se trataban.
Rubén se sintió afortunado, cuando se dio cuenta de que Álvaro le gustaba aún podía verlo cambiarse delante de él. ¿Qué adolescente tiene esa suerte de ver al chico o chica que le gusta cambiándose?
— No le rías la gracia, lo que hace no está bien y atenta contra mi intimidad. — Dijo Álvaro y agarró a Rubén del brazo para empujarlo fuera de la habitación con él. — Borra todo o te haré lo mismo. — Amenazó de paso a su hermana.
— No te atreverías. — Contestó Sara convencida.
— Nunca haría lo mismo que tú, pero puedo enseñarle a todos los chicos de tu instituto tus fotos de bebé. — Le dijo Álvaro, justo antes de dejarla sola en la habitación y cerrarle la puerta.
Álvaro se lavaba los dientes con ferocidad y Rubén a su lado lo miraba temeroso de que se echara abajo los dientes.
— Te veo un poco enfadado. — Comentó Rubén.
Álvaro lo miró de reojo por el espejo del baño frente a ellos.
— Puedo meterme en problemas si las madres ven los teléfonos de sus hijas llenas de fotos mías. — Habló Álvaro y escupió en el lavabo. — Me pone de mal humor. — Admitió, estando inclinado sobre el lavabo.
— Ya está… — Rubén le frotó la espalda y Álvaro lo miró. — Imagina que te estoy frotando otra cosa que no es la espalda. — Le sonrió sin dejar de acariciar su espalda y Álvaro lo obligó a parar.
— Me vas a poner peor.
Rubén se rió y siguió lavándose los dientes.
Más tarde en la habitación, Álvaro sonrió mirando la cara de Camilo mientras dormía y miró a Rubén cuando entró en la habitación.
— ¿Duermes conmigo? — Le preguntó Rubén, cerrando la puerta para tener más privacidad. — Por la mañana puedes tirarte en el sofá y fingir que has dormido allí. — Se arrojó en su cama y se acostó de lado. — Ven aquí.
— ¿Por qué parece que tuviera que tener miedo? — Dijo Álvaro, subiéndose a la cama con Rubén y echándose boca arriba. — No hagas nada erótico.
Rubén le besó el hombro y apoyó después la cabeza en una mano.
— ¿Cómo crees qué reaccionarían nuestras familias si supieran lo nuestro?
— No tengo idea de como reaccionar yo, menos sabría eso. — Álvaro le dio un breve beso en la boca y Rubén sonrió.
— Creo que mi madre se lo tomaría bien y mi padre tardaría un par de días en entender lo que está pasando.
— Tía Lucy es maravillosa. — Álvaro se tumbó de lado hacia Rubén y Rubén le acarició el cabello.