— ¿Qué le dirás exactamente? — Preguntó Rubén a Álvaro.
Los dos, con Camilo en brazos de Rubén, estaban parados frente a la puerta del piso de su vecino de abajo.
— La verdad. — Respondió Álvaro mirándolo. — Que nos dejaron a Camilo en la puerta de nuestro piso y que…
— ¿Qué tiene eso que ver conmigo? — Oyeron, y se giraron viendo a Fernando vestido de traje de tres piezas y con la llave de su piso en la mano.
— Creemos que se equivocaron…
Rubén agarró el brazo a Álvaro para callarlo.
— ¿Estás seguro? — Le preguntó Rubén.
Álvaro se soltó de él y miró a Fernando.
— ¿Podemos pasar y hablar? — Le pidió.
Fernando observó la llave en su mano.
Aunque vivían en el mismo edificio, su piso y el de su vecino eran completamente diferentes. Había sido reformado, solo disponía de una habitación y su decoración era bonita y cara.
Rubén se sentó sobre el sofá de cuero negro y miró a Álvaro que hizo lo mismo.
— Os ofrecería algo de tomar, pero me apetece que os vayáis pronto. — Habló Fernando, dejando un maletín de trabajo en un sillón y abriendo los botones de su chaqueta.
— Creemos que por error dejaron a Camilo en nuestra puerta y que lo que realmente querían era dejarlo frente a la suya. — Explicó Álvaro.
Rubén besó a Camilo en la cabeza, estaba nervioso y su pie se movía inquieto.
Fernando observó al crío y su cara cambió. Suspiró pesadamente y les asintió a los dos.
— Esperaba que no fuese así.
— ¿Qué?
— El niño es mío. Su madre me envió un mensaje diciendo que había dejado al crío conmigo y no entendí a qué se refería. Esa noche, subí a quejarme porque un mocoso no me dejaba dormir y al veros, lo supe.
— Lo supo y no dijo nada. — Se molestó Álvaro, poniéndose en pie y siendo agarrado de la mano por Rubén.
— No lo quiero, su madre tampoco lo quiere, solo lo tuvo para joderme, dicho por ella misma. — Fernando se sentó en el sillón. — Pensé que podía librarme.
— Impresentable. — Escupió entonces Rubén contra él y soltando la mano de Álvaro caminó hacia la puerta del piso.
— Rubén. — Lo llamó Álvaro, que lo siguió y los dos salieron del piso. — Espera, no podemos irnos sin más. — Lo agarró del brazo y Rubén se soltó de él.
— Ella lo tuvo para joderle y a él le importó poco dejar a su hijo con dos desconocidos. Podíamos haber sido malas personas.
Álvaro volvió a agarrar su brazo y se acercó más a él.
— Pero no lo somos. Camilo ha estado bien… — Le sonrió y Rubén respiró profundamente.
— Me ha ardido la sangre.
— Lo sé. Porque a mí también.
— Volver dentro. Mi abogado está de camino. — Les habló Fernando desde la puerta de su piso.
— Le daría un puñetazo. — Murmuró Rubén.
— Yo también. — Sonrieron los dos. Álvaro cargó con Camilo y se giró después hacia Fernando. — Camilo tiene que bañarse y comer, cuando llegue su abogado suba a nuestro piso. Vamos. — Se dirigió al final a Rubén y fue hacia las escaleras.
Fernando, su abogado y el ayudante de su abogado llegaron mientras Álvaro estaba bañando a Camilo.
— Ahora viene. — Avisó Rubén a los tres hombres, los cuales habían ocupado el sofá.
— Estoy perdiendo mi tiempo. — Musitó Fernando, con una pierna cruzada sobre la otra y usando su teléfono móvil.
El abogado, que ocupaba el sitio central, miró a su cliente y después a Rubén.
— Puede explicarme mientras tanto la situación. — Le pidió educadamente.
— ¿No lo ha hecho él? — Preguntó Rubén, levantando un dedo para apuntar a su vecino.
— Solo que posiblemente tengo un hijo y que no quiero tener escándalos públicos. — Apuntó Fernando y miró hacia atrás. — ¿Le queda mucho? Tenía planes. — Volvió a mirar a Rubén y después su teléfono. — ¡Esa maldita! — Maldijo a alguien.
Álvaro terminó por salir del baño con Camilo envuelto en una toalla y se sentó el lugar libre que Fernando había dejado en el sofá al ponerse a andar ansioso por el salón.
— Me presento. — Habló el abogado y le ofreció una tarjeta de presentación a Álvaro. — Soy Orlando Giménez, director jurídico del despacho de abogados Giménez.
— Es mi abogado. — Abrevió Fernando.
Álvaro agarró la tarjeta y se la pasó a Rubén.
— ¿Y bien? — Preguntó entonces Álvaro.
— Antes de dar cualquier paso lo primero será hacer una prueba de paternidad para asegurarnos de que el bebé es de Fernando. — Comunicó el abogado.
Álvaro frotó a Camilo con la toalla mientras lo tenía abrazado para que no le diera frío.
— Camilo se quedará con nosotros hasta que estemos seguros. — Dijo él.
— Estamos de acuerdo. — Asintió Orlando. — De camino aquí ya he solicitado cita en una clínica privada para realizar la extracción de las muestras, ¿os viene bien mañana en la mañana?
Álvaro miró inmediatamente a Rubén.
— Acabo de empezar a trabajar, no puedo faltar.
— Hablaré con Quero para no ir mañana y lo llevaré yo. — Le respondió Rubén.
Orlando sonrió y se levantó.
— Entonces, eso será todo por hoy.
— Genial. Te espero a las ocho fuera, iremos en mi coche. — Avisó Fernando a Rubén y caminó hacia la puerta.
El ayudante del abogado también se levantó y todos fueron hacia la puerta.
— Una última cosa… — Orlando se giró hacia los dos y preguntó. — ¿Se han hecho una prueba de paternidad?
Rubén asintió.
— La de los dos ha salido sin coincidencia. — Respondió Rubén y Orlando asintió.
— ¿Les importa que las vea? Solo para asegurarme de que son válidas.
— Claro.
Rubén le trajo la carta y el abogado se entretuvo en sacar las hojas del sobre y comprobar que fueran de una clínica legal.
— ¿Has terminado? — Lo interrumpió Fernando.
— Sí. — Orlando volvió a guardar las hojas en el sobre y se las entregó a Rubén. — Gracias. Que pasen una buena noche.