Álvaro abrió las cortinas de un apartamento dejando llenarse de luz el salón y abrió luego la puerta corredera de un balcón para dejar renovarse el aire.
— No te pongas nervioso y fíjate en cómo lo hago para cuando tengas que hacerlo tú solo. — Le habló Gina con disposición a enseñarle.
Álvaro asintió mirándola.
— Este apartamento no está nada mal. — Comentó Álvaro.
— ¿Verdad? La familia que lo vende está encantada con él, pero necesitan mudarse porque han agrandado la familia y se les queda pequeño. — Le explicó Gina y observó su teléfono. — Dicen que están abajo, voy a recibirlos. Tú abre las ventanas de las habitaciones.
Álvaro asintió y al irse Gina, él recorrió el apartamento abriendo las ventanas. El apartamento estaba amueblado y lleno de los objetos personales de una familia, su corazón se agitó al entrar al dormitorio principal y ver una cuna junto a la cama.
Aunque intentaba estar atento en el trabajo y dar lo mejor de él, su mente estaba en Camilo en todo momento. No pudo ni dormir bien por la noche.
Al recibir una llamada en su teléfono móvil, Álvaro respondió y se acercó a abrir la ventana de la habitación.
— ¿Cómo ha ido? ¿Camilo ha llorado mucho? — Le preguntó a Rubén.
— No ha llorado y sí, ya hemos acabado. En unos días le enviará a ese tipo los resultados. Es desagradable, no entiendo que sea el padre de Camilo. — Habló Rubén, esperando el autobús en una parada.
Camilo se llevaba a la boca el sonajero.
— Hay tantas cosas que no entiendo. — Álvaro oyó las voces de Gina y de dos personas más. — Te cuelgo, estoy trabajando.
— No te olvides de almorzar. En estos momentos tenemos que comer para ser fuertes.
— Sí.
Álvaro colgó la llamada y salió de la habitación para buscar a Gina y los posibles compradores.
Rubén se guardó el teléfono en un bolsillo del pantalón y miró a Camilo que estaba muy concentrado en el sonajero. Lo besó en la cabeza y lo abrazó. Camilo no merecía unos padres que no lo quisieran.
Álvaro llegó al piso por la tarde y nada más abrir la puerta vio a sus padres y al padre de Rubén en el salón. Mamá Lucy estaba en la cocina cocinando.
— ¿Qué pasa aquí? — Preguntó Álvaro, cerrando la puerta.
— Eso queremos saber nosotros. — Habló su madre y Álvaro se sintió regañado.
— ¿Sara os ha contado? Le pedí que no dijera nada antes que nosotros.
— No le eches la culpa a Sara. — Su madre se levantó y se acercó a él. — Te hacía más inteligente, Álvaro Ares. Pero… tener un niño con vosotros en casa sin ser vuestro… ¿Sabéis los líos que podéis buscaros?
— Mamá. — Suspiró Álvaro. — Ni siquiera sabíamos que no era nuestro hasta este fin de semana.
— Cariño. — Su madre lo agarró de una mano. — Me preocupa que no podamos ayudarte si te pasa algo.
— No me va a pasar nada. ¿Dónde está Rubén?
— En la habitación. — Habló su padre sentado en el sofá y Álvaro se dirigió hacia la habitación de Rubén.
Lo encontró tumbado con Camilo en la cama, jugando con el niño con el peluche de nutría.
— Bienvenido a casa. — Dijo Rubén, sabiendo que había sido asaltado.
— ¿Por qué no me has avisado? — Le reclamó Álvaro, dejando su cartera de trabajo en el suelo.
— Llevo toda la tarde oyendo quejas. Que menos que tú también lo hagas.
— Mal amigo. — Rubén sonrió y Álvaro se acercó a la cama. — ¿Tan difícil es entender que lo queremos?
— Son nuestros padres, les preocupa más lo que pueda pasarnos por no dar aviso de un bebé abandonado en nuestra puerta.
Álvaro se sentó en la cama de golpe y se tumbó hacia atrás, cayendo su espalda sobre las piernas de Rubén.
— No tengo ganas de salir.
— Pobre Álvaro. — Se burló Rubén, riéndose cuando Álvaro lo golpeó en el estómago con una mano.
— Salgamos. Les explicaremos todo para que se calmen y que se vayan a casa. — Se levantó Álvaro y cargó a Camilo para llevarlo con él.
Rubén se incorporó y lo siguió.
— Y eso es básicamente todo. — Concluyó Álvaro de contar a sus padres y a los de Rubén lo que pasaba con Camilo. — Aunque sepamos que no es hijo de ninguno de los dos, ya lo queremos, no podemos solo entregarlo sin más.
— ¿Cómo alguien se equivoca al dejarle el hijo en la puerta a otra persona? — No entendió Margaret.
— Si de verdad nuestro vecino es su padre, ni él ni la madre lo quiere. — Álvaro miró a Camilo en brazos de la madre de Rubén. — Lo han dejado solo y aunque tenga un padre, seguirá solo.
Rubén lo agarró de un hombro.
— Nosotros sí lo queremos, ¿verdad que te sientes querido? — Habló mamá Lucy a Camilo.
— No te encariñes, se irá pronto. — Le dijo Óscar y miró a su hijo y a Álvaro. — Sois buenos muchachos. — Los felicitó por lo que hacían.
— No tanto, tío Óscar. — Dijo Álvaro. — Me planteo eliminar a su padre y quedarme con él. — La cara de los cuatro adultos se tornaron serias y Margaret se levantó para acercarse a su hijo y darle un tortazo en el brazo. Rubén se hizo a un lado no queriendo recibir también y Álvaro se frotó el brazo. — Era broma, mamá.
— Lo sé, pero no es momento de bromear. — Margaret miró a los demás padres y les dijo. — Vámonos.
— ¿No os quedáis a comer? — Preguntó Rubén, ya que su madre preparó la cena.
— Eso es para vosotros. — Le dijo Lucy, entregando a Camilo a Álvaro. — Contáis conmigo para cuidar de Camilo los días que haga falta.
— Gracias, tía Lucy. — Le agradeció Álvaro.
— Los ayudas demasiado. — Se quejó Margaret mientras los cuatro abandonaron el piso.
— Para eso soy su madre y su tía. — Le debatió Lucy.
Rubén se acercó a cerrar la puerta y suspiró cuando lo hizo.
Dos días después, Álvaro sonrió cuando se despidió de la familia con la que visitó junto a Peter una casa en venta.