Álvaro repartió los cafés entre sus compañeros de trabajo y ocupó después su mesa, revisando su teléfono móvil y viendo que finalmente Rubén se dignó a responderle.
Le envió una fotografía de Camilo durmiendo en el sofá y un texto avisando de que Fernando aún no le había dicho nada.
Álvaro miró a su alrededor, no había clientes y los compañeros que quedaban en la oficina estaban a lo suyo, se decidió a llamarlo por teléfono.
— Responde idiota… — Musitó cuando Rubén se hizo desear y fingió estar trabajando en su ordenador.
— ¿Qué? — Le preguntó Rubén tan pronto contestó.
— No ha pasado nada con Irati. — Se excusó.
— ¿Por qué tendría que creerte?
— Porqué me conoces mejor que yo mismo y sabes que no hago eso cuando estoy…
— Después de entrar, volví a salir. — Lo interrumpió Rubén. — Te has besado con ella, y con las ganas que le estabas poniendo quién sabe qué más has hecho.
Álvaro sonrió pícaro por verse descubierto.
— No es lo que crees. Bueno sí lo era, pero no he sentido nada.
— ¿Qué quieres decir con eso? — Le preguntó Rubén, parándose frente al mostrador de la frutería de mamá Margaret.
— Pues… — Álvaro iba a explicarse, pero oyó la voz de su madre a través del teléfono.
— ¿Hablas con Álvaro? Debería estar trabajando duro y no hablando por teléfono. — Habló Margaret.
— Está en un descanso, tía Margaret. — Lo justificó Rubén con una simpática sonrisa.
— En verdad no. — Dijo Álvaro al teléfono y corroboró que nadie le prestaba atención. — ¿Por qué estás con mi madre?
— Mi madre me ha mandado a comprar el pan.
— Ten cuidado con lo que le dices sobre Camilo. No estará contenta cuando se entere de lo que quiero hacer.
— Queremos. — Lo corrigió Rubén.
— Es lo mismo. — Dijo Álvaro.
— No, no lo es.
— Te cuelgo tengo mucho trabajo.
Álvaro le colgó la llamada y Rubén se guardó el teléfono.
— ¿Va todo bien? — Le preguntó Margaret.
— Sí. — Asintió Rubén.
— ¿Hoy no trabajas?
Margaret le dejó en el mostrador la bolsa de papel con la barra de pan que mamá Lucy se llevaba siempre.
— Me han dado el día libre. ¿Cuánto te debo, tía Margaret?
— No te preocupes, mañana me lo paga tu madre. Con lo caras que están las cosas últimamente, los jóvenes tenéis que ahorrar.
Rubén sonrió.
— Álvaro ha heredado lo ahorrativo de ti. Me lo hace pasar difícil cuando quiero gastar de más.
Margaret se rió al saber que era así.
— ¿Sabéis ya si Camilo es hijo de vuestro vecino? — Se interesó después Margaret.
— Aún no. — Mintió Rubén y sonrió. — Me voy. Dalton me está esperando fuera.
— Claro, claro.
Rubén agarró la barra de pan y salió de la frutería.
A un lado de la frutería de mamá Margaret, Dalton fue empujado al suelo por un niño mientras otros niños se reían de él.
— Eh. — Se acercó Rubén y se paró delante del niño que empujó a su hermano. — Si vuelves a empujarlo así, te empujaré yo a ti. — Lo amenazó y miró a los demás niños. — Eso va por todos. El próximo que lo toque se las verá conmigo.
Los otros niños echaron a correr y el agresor se sintió intimidado al verse solo.
— Déjalo, hermano. — Habló Dalton, agarrando a su hermano mayor del brazo.
— ¡Tonto! — Lo insultó el niño con coraje y advirtió a Rubén. — ¡Yo también tengo un hermano mayor y voy a decirle que me has amenazado con pegarme!
— Adelante. Pero si Dalton me dice que lo has vuelto a empujar, nos veremos las caras y no me importará que tengas un hermano mayor. — Le dijo Rubén y el niño salió corriendo asustado.
Dalton soltó el brazo de su hermano.
— ¿Le vas a pegar? — Preguntó Dalton y Rubén se giró mirándolo.
— No puedo. Pero si asustarlo. — Le sonrió y le pasó el brazo por encima de los hombros. — ¿Te han hecho daño? ¿Estás bien?
Dalton asintió.
— Me han empujado tantas veces que ya sé cómo caer para no hacerme daño. — Le contó.
— No presumas de eso.
— ¿No?
— No. — Rubén se agachó y le dijo. — Voy a hablar con papá de esto para que él y mamá vayan al colegio y lo solucionen. Sé que te puede parecer poca cosa lo que te hacen esos niños, pero no lo es y no está bien permitírselo.
— Una vez me defendí y me pegaron entre todos.
— Yo te voy a ayudar. — Le sonrió Rubén y se levantó dándole un abrazo.
Álvaro se quedó serio al escuchar lo ocurrido por boca de Rubén.
— El otro día pasó lo mismo. Esos niños se estaban metiendo con él, pero salieron corriendo en cuanto me vieron. — Habló Álvaro por teléfono. — No lo dejes pasar igual que no lo hiciste conmigo. He pasado por eso y sé cómo tiene que sentirse Dalton.
— Si no me da tiempo de hablar hoy con mi padre, lo haré mañana. — Afirmó Rubén, sentado en el sofá de casa de sus padres y viendo a Camilo jugando en el suelo con Dalton.
Camilo se reía de todo lo que Dalton le hacía.
— Tengo que colgar. Pásame la dirección ahora. — Le pidió Álvaro.
— A eso iba, Fernando ha dicho que el sitio donde nos veremos está lejos y va a mandar un coche a casa para recogernos.
— ¿Cómo que un coche? ¿Un taxi?
— Ni idea. Solo ha dicho un coche. Mándame la ubicación de la inmobiliaria, después de que me recoja iremos a buscarte allí.
— Vale. — Accedió Álvaro sin más y antes de colgar, le dijo. — ¿Puede tu madre cuidar de Camilo por esta noche? Creo que será mejor no llevarlo con nosotros al encuentro.
— Se lo digo.
— Vale. — Álvaro colgó el teléfono y recogió de la máquina fotocopiadora unas hojas que llevó a Gina. — Aquí tienes.
— Gracias, Álvaro. — Le agradeció Gina y Álvaro vio como le mostró las hojas a los clientes que estaba atendiendo.
Un matrimonio hetero con un bebé que buscaba una casa para vivir. Álvaro había visto las ofertas de venta que Gina le buscó y eran bastante buenas, barrios buenos, con colegio y parques cerca, pero a precios altos. Él tendría que trabajar muchos años antes de poder pensar en comprar una casa.