Terminaron la semana trabajando todo el día y dedicando las noches a pasar tiempo con Camilo mientras recogían en cajas parte de sus pertenencias.
El viernes por la noche, Álvaro salió de su habitación dejando a Camilo dormido en la cuna.
— Rubén. — Lo llamó a no verlo llenando la caja que tenían a medias en la cocina.
— ¡Aquí! — Gritó Rubén desde su habitación y Álvaro fue hasta allí.
Lo encontró tirado en la cama y Álvaro puso cara seria.
— Así no vamos a acabar nunca. — Le reclamó y se acercó. — Levántate y terminemos de guardar las cosas de la cocina. Mi padre vendrá el domingo con su furgoneta y no quiero que tenga que ayudar a cargar nada.
— Estoy agotado. Descansemos cinco minutos. — Rubén lo agarró de una muñeca y tiró de él. — Túmbate conmigo.
— No. — Se rió Álvaro sabiendo lo que buscaba.
— Te das cuenta de que no tendremos tanta intimidad en los próximos dos o tres años. — Le dijo Rubén.
— Fernando es un mujeriego, estoy seguro de que casi no le veremos el pelo. —Dijo Álvaro y aún así se subió en la cama, sentándose en la pelvis de Rubén. — Mañana ocúpate de todo.
— Lo haré, lo haré. — Asintió Rubén y Álvaro se tumbó sobre su abdomen para besarlo en la boca.
De madrugada, Álvaro se despertó en calzoncillos en la cama de Rubén, con él durmiendo sobre su espalda. Camilo estaba llorando en su habitación y se lamentó.
— Ve a verlo — Le dijo Álvaro a Rubén, dándole un codazo para que se moviera.
— ¿Estamos seguros de querer esto… ? — Preguntó Rubén, levantándose de la cama para ir a la otra habitación.
Álvaro volvió a cerrar los ojos hasta que Rubén le dio una patada.
— ¿Por qué me pegas? — Le reclamó molesto.
— Es hora de qué te levantes o vas a llegar tarde a la inmobiliaria.
Rubén salió después de la habitación y Álvaro se obligó a levantarse.
En el salón había un montón de cajas apiladas con todas las cosas que faltaban ya en la cocina y en el mismo salón. Camilo dormía en el sofá.
— ¿A qué hora te has levantado? — Preguntó Álvaro a Rubén.
— No he dormido desde que Camilo nos despertó a las cuatro. — Contestó Rubén y sonrió. — He hecho un buen trabajo, ¿verdad?
— Sí. Ahora me siento mal por no haber hecho nada.
Rubén se rió y le frotó el cabello.
— Haré café, aún no he guardado la cafetera. Tú ve a ducharte.
Álvaro le asintió y se dirigió al baño.
Cuando Álvaro terminó de alistarse para ir al trabajo, Camilo estaba ya despierto y se despidió de él con un beso en la cabeza.
— Ten cuidado con Camilo y las cajas. — Le dijo a Rubén y éste, con el niño en brazos, asintió.
— No te preocupes. — Le respondió.
Álvaro sonrió a Camilo que se quería ir con él y se tuvo que soltar de sus pequeñas manos. Camilo terminó llorando y Rubén lo abrazó y calmó.
— Papá regresará al mediodía. No llores. — Sonrió a Álvaro y le dijo. — Se calmará enseguida, vete.
Álvaro asintió y le tocó el trasero a Rubén a modo de despedida. Luego agarró su mochila y se marchó corriendo.
Rubén miró al niño y lo levantó al aire, provocando que Camilo pasara del llanto a la risa en cero segundos.
Álvaro estaba usando las escaleras para bajar y en la segunda planta se encontró con Irati que se disponía a bajar también.
— Buenos días. — Lo saludó Irati muy sonriente.
— Hola. — Respondió Álvaro. Por su cabeza se cruzó el encuentro que tuvieron hacía unos días y como cometió el error de lanzarse a besarla. — El otro día…
— ¿Por qué no quedamos? Mi compañera de piso no estará esta noche y puedo cocinar algo que te guste.
— No.
— ¿No? — Irati se sorprendió por la rapidez de su respuesta negativa. — ¿Tienes planes ya?
— Rubén y yo nos estamos mudando, mis planes son solo guardar cosas en cajas. — Respondió Álvaro y prefirió ser sincero. — No me gusta jugar con las chicas y no mereces que lo haga ni que te haga perder el tiempo. Lo siento. El otro día cuando nos besamos me di cuenta de que ya no me gustas.
— ¿En serio? — Preguntó Irati y Álvaro asintió serio. — Pero… Aún podemos quedar y quien sabe... Tú a mí sí me gustas todavía.
— Lo siento, Irati. Creo que es mejor quedar como amigos. Tengo que irme, llego tarde al trabajo.
— ¿Hay otra chica que te guste? Podría llegar a entender eso.
Álvaro pensó en Rubén.
— No, no hay otra chica.
Irati se rió aliviada.
— Mejor. He dicho que lo entendería, pero me habría puesto triste. — Dijo y besó a Álvaro rápidamente en los labios. — Nos vemos. — Se marchó ella primero por las escaleras y Álvaro suspiró.
— Espera, Irati. — La llamó y la siguió escaleras abajo. Los dos se pararon con dos peldaños de diferencia y Álvaro respiró hondo antes de hablar. — Me gusta Rubén.
— ¿Qué estás diciendo? Él es solo tu amigo. — Irati puso cara seria.
— Sé que he dicho eso muchas veces, pero todo ha cambiado. Ya no me gustas tú porque me gusta él.
Al terminar de hablar, Irati le abofeteó la cara con dureza y se marchó después.
Álvaro se tocó la cara sabiendo que se lo merecía. Aunque… siendo sincero, en sus planes nunca entró la idea de enamorarse de Rubén.
— Buenos días. — Saludó al entrar en la inmobiliaria y encontró solamente a Elliot atendiendo una llamada en la mesa de Gina.
Álvaro se dirigió en silencio a su mesa y dejó su mochila en el suelo debajo de la misma. Luego miró a Elliot que colgó la llamada.
— Buenos días. — Le devolvió Elliot el saludo.
— ¿Dónde están todos? — Preguntó Álvaro.
— Han tenido que salir. ¿Qué te ha pasado en la cara?
— ¿En la cara? — Álvaro se tocó instintivamente la mejilla izquierda donde Irati lo golpeó.
— Tienes un arañazo o algo. — Elliot miró que estaban solos y le dijo. — Tengo un botiquín en mi despacho, ahora vuelvo.