Con Camilo durmiendo la siesta, Álvaro volvió a salir al salón donde Rubén fregaba los platos del almuerzo, a excepción del plato de Álvaro que lo había cubierto con otro plato.
— No te parece excesivo ponerme un ultimátum. — Le preguntó Álvaro, parándose detrás de Rubén y apoyándose de espaldas en la isleta. — ¿Qué vas a hacer si no puedo tomar una decisión a tiempo?
— No lo sé. — Respondió Rubén, cerrando el grifo y mirándolo. — Solo sé que quiero poder decirle a todos que eres mi novio.
— ¿Tan importante es eso cuando estamos bien así? — Álvaro puso cara seria cuando Rubén se giró por completo. — Tengo miedo de meter la pata porque aún no sé lo que siento. Me gustas mucho, Rubén… Pero no sé si es comodidad, o si estoy enamorado o solo probando cosas nuevas. ¿Puedes entenderlo?
— Si aún no lo estás, te vas a enamorar de mí.
Rubén se acercó a él y lo agarró de la cara con ambas manos. Álvaro quiso esquivar ese gesto, ya que sus manos estaban mojadas.
— No puedes saberlo. — Le dijo serio.
Rubén sonrió.
— Después de que te di el primer beso decidí arriesgarme hasta el final. — Respondió y lo besó en la frente. — Porque te amo y porque si me rindo ahora sufriré de igual forma.
— Fingiré que no has dicho eso.
Álvaro se soltó y se giró a coger papel de cocina de la isleta para secarse la cara.
— ¿Qué no he dicho? — Le preguntó Rubén, abrazándolo por la cintura y apoyando la barbilla en su hombro.
— Nada.
— Nada. — Rubén le sonrió y le confesó de nuevo. — Te amo, gordito. — Asaltó su cuello a besos al tiempo que introdujo las manos debajo de su camiseta.
Esa tarde, una vez más, los dos acabaron en la cama de Rubén desnudos.
Tras haberlo hecho, Rubén se quedó dormido y Álvaro permaneció en la cama mirándolo fijamente por al menos una hora. Tiempo que aprovechó para aclarar su mente.
— Rubén. — Lo llamó, dándole golpecitos con un dedo en el pecho desnudo. — Despierta, hay muchas cosas que recoger y tenemos que levantar a Camilo de la siesta. — Rubén solo giró la cabeza y Álvaro se molestó. — Idiota.
Lo golpeó duramente en el costado con el puño cerrado y Rubén se despertó de sopetón.
— ¿Por qué me pegas? — Le preguntó Rubén y Álvaro levantó la sábana bajo la que estaban para moverse encima de él. — ¿Quieres repetir?
Álvaro le cerró la boca con un largo beso de sus labios pegados y le sonrió después.
— Estás muy sexy cuando duermes.
— ¿Por eso me despiertas?
Rubén dobló las rodillas, precipitando a Álvaro encima suyo.
— Creo que voy a intentar ser tu novio. Siempre que me des tiempo para contárselo a mis padres.
Rubén hizo morros con la boca y sonrió atrevido.
— Entonces… Pídeme formalmente que sea tu novio.
Álvaro negó con una sonrisa.
— Hazlo tú.
— Ya lo he hecho y has dicho no. Ahora no seré tu novio a no ser que me lo pidas.
— Tú te lo pierdes. — Respondió Álvaro y se bajó de encima de él, saliéndose de la cama y golpeándolo en el estómago al hacerlo. — Levántate.
Rubén se quejó y se retorció en la cama.
Al día siguiente por la mañana, Álvaro y Rubén con la ayuda de Derek bajaron las cajas con las cosas que no iban a necesitar en la nueva casa a la furgoneta del padre de Álvaro. Como los muebles, a excepción de la cinta de correr y la cuna, eran del propietario, acabaron rápido entre los tres.
Mark cerró la puerta de su furgoneta ya cargada y miró a su hijo.
— ¿Te vienes en la furgoneta conmigo? — Le preguntó Mark y Álvaro asintió.
— Voy a por Camilo y nos vamos. — Le dijo Álvaro y se apresuró a entrar en la comunidad.
Subió por las escaleras corriendo y entró en el piso que estaba abierto. Rubén y Derek charlaban en la zona de la cocina y se tomaban una lata de cerveza.
— ¿Quieres una? — Le preguntó Rubén, enseñándole la lata.
— No, me voy ya con mi padre. — Lo avisó y se acercó a coger a Camilo. El niño estaba en una sábana en el suelo y lo miró tan pronto se acercó. — Ven con papá, Cami. — Lo llamó y cargó con él.
Rubén se acercó entregándole la bolsa con las cosas necesarias del niño.
— Nos tomamos la cerveza y vamos para ya. — Le dijo Rubén, ayudándole a colgarse la bolsa en el hombro.
Álvaro asintió y miró que no quedara nada olvidado. Las pocas cajas que quedaban las llevaría junto a sus maletas a casa de Fernando.
— Es un poco loco todo, ¿no? — Comentó Derek a su hermano cuando se quedaron solos. — ¿Estáis seguros de lo que hacéis?
— Tengo mis dudas. — Respondió Rubén. — Pero no nos queda más remedio si queremos adoptar a Camilo. — Le dio un trago largo a su cerveza y la soltó en la encimera de la isleta. — ¿Nos vamos?
— Dame cinco minutos. — Derek le mostró su lata a medias y Rubén asintió.
— Gracias por venir a ayudarnos.
— De nada. Ya me lo agradecerás ayudándome cuando sea yo el que me mude. Tamara y yo estamos pensando en comprar un piso juntos.
— ¿Sigues con ella? — Rubén se apoyó con las manos en la encimera y sonrió. — ¿Cuántos van?
— Siete años. Sus padres empiezan a hablar de boda mientras que nosotros queremos tener un lugar propio antes de pensar en eso. Por cierto, Tamara quiere que comamos juntos un día. Dime cuando estás libre.
— Sábados por la tarde y domingos. Son los únicos días que Álvaro y yo libramos en el trabajo.
— La idea de Tamara es una cena de parejas. Nosotros, su prima y tú. Deja a Álvaro fuera. — Le dijo Derek y le dio un trago a la cerveza. — Voy al baño y nos vamos.
Rubén asintió solo y cuando Derek se fue, miró su teléfono móvil. Álvaro le había enviado varias veces el mismo mensaje, copiado y pegado.
«No le digas nada a Derek de nosotros».
Se apoyó con los antebrazos en la isleta y le envió una respuesta.