Rubén con Camilo en brazos llamó al ascensor de la comunidad y miró a Álvaro que iba cargado de bolsas.
— ¿No quieres que te ayude? — Le preguntó y Álvaro negó.
Cuando el ascensor se abrió, Álvaro entró primero y Rubén lo siguió pulsando el botón de la segunda planta.
— Mientras guardo las cervezas hazle el biberón a Camilo. — Le ordenó Álvaro al entrar en el piso.
Rubén dejó la bolsa de Camilo en el sofá y caminó hasta la cocina.
— ¿Tienes hambre? — Le preguntó a Camilo y éste hizo balbuceos.
Álvaro sonrió viéndolo y pensó en el tema de la adopción.
— Oye.
Rubén, que le hacía carantoñas a Camilo, lo miró y Álvaro se acercó dejando la puerta de la nevera abierta.
— ¿Qué?
— No deberíamos pedirle a Fernando un seguro de que pasados dos años nos dará realmente a Cami en adopción. Imagina que viviendo bajo el mismo techo le toma cariño y decide que lo quiere… No tendremos ningún derecho sobre él.
— ¿Por qué estás pensando en cosas tan feas de la nada? — Rubén acercó la cabeza de Camilo a él y le habló al niño. — No escuches a papá,
— Rubén, hablo en serio. — Álvaro lo agarró del brazo y suspiró. — No quiero que eso pase.
— No pasará. — Le aseguró Rubén.
— ¿Cómo estás tan seguro?
— Le prohibiremos que lo mire y que le hable.
Álvaro se rió.
— Así de fácil.
— Claro. — Rubén lo agarró de la mandíbula y le agitó la cabeza. — Tú eres el más seguro en esto, no empieces a dudar.
Camilo se rió cuando Álvaro le dio un tortazo en la mano a Rubén.
— Nunca te tomas nada en serio.
Álvaro volvió junto a la nevera y siguió guardando las latas de cerveza que habían comprado.
— Se ha enfadado. — Dijo Rubén a Camilo.
El timbre del telefonillo sonó y Álvaro fue a abrir la puerta a sus amigos.
Álvaro besó a Camilo en la cabeza y salió de su habitación dejándolo dormido en la cuna.
— ¿Camilo se ha dormido? — Le preguntó Rubén, que se dirigía a la cocina con las manos ocupadas por latas vacías de cerveza.
Álvaro miró a sus cuatro amigos charlando animadamente mientras bebían y comían.
— Sí. — Le contestó a Rubén, siguiéndolo. — Tendríamos que hacerlo, ¿no? — Le preguntó parándose detrás de él cuando Rubén fue a arrojar las latas a la basura.
Rubén se giró mirándolo pervertidamente.
— ¿Quieres hacerlo ahora mientras están aquí?
Álvaro lo golpeó en un hombro con el puño.
— No hablo de eso.
— Ya me parecía demasiado bueno. — Sonrió Rubén.
— ¿No quieres contarles que somos pareja? — Le preguntó Álvaro.
— Sigo sin haber oído tu petición de serlo, pero sí me gustaría que supieran que estamos lindos.
— Deja eso ya. — Se molestó Álvaro.
— ¿Qué tiene que dejar? — Preguntó Amaya, sentándose en uno de los taburetes de la isleta.
Los dos la miraron y Álvaro se acercó a la isleta.
— De hacer el tonto.
— Oye. — Se quejó Rubén, que lo siguió y agarró de las caderas, obligando a Álvaro a soltarse.
— No me agarres así.
— ¿Por qué no?
— Porque Diego y Eduardo no lo saben y será raro.
Amaya sonrió mirándolos.
— Hacéis una linda pareja. — Los alabó y formó con sus dedos un rectángulo para enmarcarlos. — Por cierto… — Bajó sus manos y preguntó al tiempo que Sandra se paró a su lado. — ¿Quién de los dos muerde la almohada?
Sandra se llevó una mano a la frente.
— ¿Qué necesidad te surge para querer saber eso? — Le preguntó Sandra y Amaya sacudió la cabeza.
— Ninguna, es pura curiosidad morbosa. — Miró a Álvaro y Rubén e insistió. — ¿Y bien?
Ellos dos se miraron y Álvaro levantó un dedo señalando a Rubén.
— Él lo hace. — Dijo Álvaro sin más.
Rubén le bajó la mano.
— ¿Para qué le respondes eso? — Le preguntó y caminó hacia los demás en el sofá.
— ¡Oh! Se ha enfadado. — Dijo Amaya, girándose en el taburete.
— La culpa es tuya, ¿para que le preguntas esas cosas privadas? — Le respondió Sandra.
Rubén se sentó en el sofá donde Eduardo se encontraba mientras Diego se sentaba en el suelo.
— ¿Qué pasaba allí? — Se interesó Eduardo, indicando la cocina con un gesto de cabeza.
— Nada. — Contestó Rubén.
Álvaro se sentó de pronto a su lado y le dio un golpe en el costado.
— ¿Por qué te vas enfadado? — Le reclamó Álvaro por lo bajo.
— Imagina que yo respondo esas preguntas sobre ti. — Rubén imitó su nivel de volumen.
— Lo siento. Siempre hablas abiertamente de sexo, no pensé que eso te molestaría.
— Esto es distinto.
— Ya te he pedido perdón.
— ¡Eh! — Diego llamó la atención de todos, aunque intentaba captar la de ellos. — ¿Qué tantos secretos habláis ahí?
— Ninguno. — Respondió Rubén y se incorporó en el sofá para hacerse con una lata de cerveza.
Álvaro se molestó y se levantó.
— ¿A dónde vas? — Le preguntó Amaya al verlo ir hacia la cocina.
— A bajar la basura. Necesito que me dé el aire. — Respondió Álvaro y cuando regresó de la cocina con una bolsa de basura, miró a Rubén. — ¿Vienes?
— Me quedo por si Camilo se despierta. — Contestó Rubén que lo miró.
Álvaro asintió y se marchó solo.
— La he liado gorda, ¿verdad? — Le consultó Amaya a Sandra, poniendo cara de circunstancia y agarrándose al brazo de ella.
— A la vista está. — Asintió Sandra y Amaya se sintió peor.
Álvaro bajó en el ascensor con la bolsa de basura en una mano y en la otra su teléfono móvil.
— Exagerado. — Se metió con Rubén y suspiró pesadamente.
Luego guardó su teléfono en un bolsillo del pantalón y esperó a llegar a la planta baja. Al abrirse la puerta vio esperando el ascensor a Fernando, vestido de punta en blanco y acompañado por una mujer que se mostraba muy cariñosa con él.