— Muchas gracias. — Agradeció Álvaro a unas mujeres que se llevaron unos folletos de la inmobiliaria y miró a su alrededor.
Peter estaba charlando con un matrimonio de mediana edad y Álvaro volvió a comprobar por millonésima vez si Rubén le había enviado un mensaje. Su nariz se arrugó al ver que no y pensó en escribir él primero.
«¿Qué estás haciendo… ?».
Borró de inmediato el primer mensaje que escribió. Ya sabía lo que estaba haciendo, estaba trabajando en el gimnasio.
Guardó su teléfono y fue entonces que vio una guardería infantil que no quedaba lejos de la inmobiliaria. Cuando terminaran la mudanza no podrían seguir usando a la madre de Rubén para cuidar a Camilo. Volvió a sacar su móvil y sacó una foto de la guardería, luego se la envió a Rubén y escribió un mensaje también.
«Queda cerca de la inmobiliaria. Podríamos dejar a Camilo en ella mientras estemos trabajando ahora que nos mudemos».
Sonrió orgulloso al enviar el mensaje y se quedó viendo si Rubén lo leía. Lo hizo y le contestó con un mensaje.
«Ya está mi madre para cuidar de él».
Álvaro sintió frío su mensaje.
«Ya. Pero la casa de Fernando queda demasiado lejos del barrio de nuestros padres, tendríamos que madrugar más para llevarlo y por la tarde se nos haría muy de noche».
«¿Quieres que pase todo el día con desconocidos?».
— ¿Por qué lo estás haciendo difícil? — Se molestó Álvaro y prefirió dejarlo así.
A la hora del almuerzo, Rubén fue a comer con Fran al bar enfrente del gimnasio y mientras esperaba la comida no dejó de mirar que Álvaro no le respondió a su último mensaje.
— Llevas todo el día con el ceño fruncido. — Le comentó Fran.
Rubén apagó la pantalla de su móvil y miró a Fran.
— Tengo mal día. — Admitió.
— ¿Y eso?
— ¿Qué haces cuando discutes con tu novia? — Le preguntó Rubén.
— ¿Te refieres a cómo nos reconciliamos?
Rubén asintió y Fran sonrió.
— Nos damos tiempo, a veces dejar pasar unas horas es lo mejor. A nosotros nos funciona.
— Y si no funciona, ¿qué haces entonces?
— Un regalo y una disculpa siempre ayuda. — Asintió Fran. — ¿Te has echado una novia nueva y habéis peleado?
— ¿Te disculpas aún cuando tú tienes la razón?
Fran se sintió presionado.
— Supongo qué sí. Ya lo dicen, ellas siempre llevan la razón. — Se rió y reconoció. — La verdad es que no me importa pedirle perdón, ella se relaja y podemos hablar con más calma y entender al otro.
— Cada relación es un mundo, a veces lo que a uno le viene bien a otro no. — Habló Quero, sentándose en la misma mesa que ellos.
— ¿Qué te viene bien a ti? — Le preguntó Rubén.
Quero se quedó mirándolo.
— ¿Desde cuándo necesitas consejo con las mujeres?
— No es una mujer. — Aclaró Rubén sin entrar en detalles. — Álvaro y yo hemos peleado.
Quero asintió despacio.
— Entonces no creo que te sirva lo que a mí me sirve. Nosotros peleamos y nos encaramos hasta que la tensión sexual puede más que otra cosa y entonces lo arreglamos en la cama.
A Rubén no le pareció un mal plan.
— ¿No eres muy mayor para estar en una relación tan tóxica? — Juzgó Fran a Quero.
— ¡Eh! No somos tóxicos. Cuando lleves quince años con tu novia me entenderás.
Rubén recibió una llamada en su teléfono y lo miró encima de la mesa. Derek lo estaba llamando y agarró el teléfono levantándose.
— Ya vuelvo. — Avisó a Fran y Quero y se alejó hasta una esquina del bar. — ¿Qué? — Preguntó a su hermano al descolgar la llamada.
— Te voy a enviar una dirección. Está cerca de tu trabajo así qué no tienes excusa, nos vemos allí está noche. — Derek habló de una y colgó la llamada sin dejar a Rubén replicar.
Al mirar su teléfono de nuevo, Rubén vio el mensaje de su hermano con la ubicación.
Iba a regresar a la mesa cuando recibió otro mensaje, en esa ocasión de Álvaro y entró rápidamente a leerlo.
«Vamos a hablarlo esta noche».
Rubén sonrió frente al teléfono.
Álvaro almorzaba con sus compañeros en una mesa grande y redonda de la inmobiliaria. Él también sonrió al ver que Rubén estaba escribiendo.
«Vale. Pero Quero nos ha invitado a todos a comer y tomar una copa después del trabajo. Regresaré más tarde».
— Bien. — Dijo Álvaro y escribió con un dedo.
«Yo recogeré a Camilo de casa de tus padres».
A la salida del trabajo, Álvaro descubrió que no había traído paraguas y estaba lloviendo. Todos sus compañeros se habían ido ya, solo quedaban Elliot, que estaba trabajando en su oficina, y él.
— Acabaré empapado si voy corriendo hasta al metro. — Dijo y se asustó cuando una mano apareció en su hombro.
Elliot sonrió por verlo asustarse.
— ¿No te ibas? — Le preguntó y echó un vistazo fuera. Estaba cayendo bastante agua. — Te llevo a casa. — Le ofreció.
— ¿En serio?
Una sonrisa de alivio apareció en la cara de Álvaro.
— Claro. Aunque tengo bastante hambre. Tendrás que comer conmigo a cambio.
— Eh.
Elliot le entregó su paraguas y Álvaro tuvo que abrirlo para salir y ocuparse de cubrir a Elliot cuando él se puso a echar el cierre.
— Vamos… Tengo el coche aquí cerca. — Elliot le tomó el paraguas y caminaron debajo del mismo hasta el coche.
— ¿No le esperan en casa para comer? — Le preguntó Álvaro.
— No. — Respondió Elliot. — Me estoy divorciando de mi esposa. Según ella, no le doy lo que necesita. — Sonrió y admitió. — Lo que ella me daba tampoco me servía.
Álvaro se quedó mirando el rostro de Elliot de perfil y se sorprendió cuando lo miró.
— Lo siento por su divorcio. — Habló centrando la mirada al frente.
— Yo no. Para estar haciéndonos daño mutuamente es mejor cortar por lo sano. Los dos somos todavía jóvenes y podemos encontrar el verdadero amor.