Álvaro estaba por entrar al metro cuando Elliot lo llamó saliendo de su coche.
— ¿Qué haces aquí? — Le preguntó Álvaro, acercándose.
— Tengo tu mochila, he pensado que la necesitarías. — Contestó Elliot. — Sube, te llevo al trabajo.
— Puedo coger el metro. — Álvaro miró hacia la boca del metro y luego a su jefe.
— Sería absurdo pudiendo llevarte yo. Los dos vamos al mismo lugar. — Elliot le sonrió y subió al coche.
Álvaro pensó en lo poco que a Rubén le gustaría eso, pero subió en el asiento del copiloto. Su mochila estaba en el asiento de atrás y la agarró poniéndola entre sus piernas en el suelo del coche.
— Podía haberme dado la mochila en la oficina, no tenía que molestarse en venir hasta aquí. — Habló Álvaro con Elliot.
— Resulta que anoche bebí unas copas y me quedé a dormir en un hotel cercano. — Elliot le sonrió y se preocupó por él. — ¿Llegaste a casa bien?
Álvaro asintió y bajó la mirada a su teléfono cuando éste sonó.
Rubén le había enviado un mensaje.
«Puedo llamarte pizza, porque quiero comerla a todas horas».
Álvaro sonrió.
«Estás loco».
«Loco por ti, bebé».
La sonrisa de Álvaro no desapareció, pero sintió pena ajena.
«No vuelvas a llamarme así. Sabes que odio a los tíos que llaman bebé a sus novias. ¿No tienes que ir a trabajar?».
Álvaro le envió el mensaje y levantó la cabeza para ver la calle. Elliot estaba conduciendo en silencio. Volvió a mirar el teléfono al recibir una respuesta de Rubén.
«Quero a escrito. Hoy no abrirá el gimnasio. Voy a ir en un rato a por Camilo y de paso compraré comida en el supermercado».
«No compres demasiado. El sábado nos vamos del piso».
— El chico de ayer… — Cuando Elliot abrió la boca, Álvaro dejó de enviarse mensajes con Rubén y lo miró. — ¿Es tu novio? — Elliot le dedicó una breve mirada.
Álvaro asintió.
— Sí. Siento lo que pasó ayer y haberme ido de esa forma. Le agradezco que recogiera mi mochila. — Respondió Álvaro.
— No hay nada que agradecer… — Elliot le sonrió y lo agarró del antebrazo por un segundo.
Álvaro se sintió incómodo y miró por la ventanilla. Tenía la leve sospecha de que le gustaba a su jefe, lo que no le parecía del todo mal, la primera vez que lo vio pensó que era guapo. El problema es que él solo tenía ojos y ganas por Rubén.
Cerca de las nueve de la mañana Rubén entró en la casa de sus padres usando su propia llave y lo encontró todo demasiado silencioso. Luego de echar un vistazo y ver que efectivamente estaba solo, se tiró en el sillón y llamó a su madre por teléfono.
— Mamá, estoy en casa, ¿dónde estáis? — Le preguntó Rubén.
— Hola, hijo. — Lo saludó mamá Lucy. — He ido a llevar a tu hermano al colegio, hoy han comenzado las clases, y de paso me he pasado por la frutería de Margaret. Ven a ayudarme con las bolsas.
— Voy. — Rubén se levantó del sillón.
Al mismo tiempo que él salía de la casa, el padre de Álvaro, Mark, salió de su casa.
— Muchacho. — Habló Mark y Rubén se acercó a él.
— Buenos días, tío Mark.
— ¿Tú tampoco trabajas hoy? — Le preguntó Mark.
— Mi jefe está atendiendo un asunto familiar y no ha abierto hoy el gimnasio. ¿Qué hay de ti?
— Me hago viejo a pasos agigantados. — Se lo tomó Mark con humor y se tocó la espalda. — Voy a urgencias a que me pongan una inyección para el dolor de espalda.
Rubén pensó inmediatamente en Álvaro.
— ¿Es grave?
— Nada que no pase en unos días. — Mark le dio una palmada en el brazo. — ¿A dónde ibas?
— Voy a ayudar a mi madre con las compras. La he llamado y está en la frutería de tía Margaret.
— Buen chico. Me voy ya.
Rubén le asintió y mientras se quedó viendo cómo se iba, pensó en Álvaro y en lo estresado que se ponía por no poder ayudar más a sus padres.
— Álvaro. — Elliot lo llamó desde la puerta de su despacho y Álvaro, que trabajaba en su ordenador, miró hacia allí. — Ven un momento.
— Sí. — Álvaro se levantó y caminó hasta allí.
Elliot lo hizo pasar y cerró luego la puerta.
— Siéntate. — Le pidió y se dirigió detrás de su escritorio.
Álvaro se sentó preocupado.
— ¿He cometido algún error?
— Ninguno. No te he llamado por eso, pero déjame decirte que tu rendimiento y esfuerzo son buenos a pesar de haber estado pasando por un mal momento privado.
Álvaro sonrió con orgullo.
— Todo gracias a usted que confía en mí. — Le agradeció Álvaro.
— Si te he llamado es porque quiero que seas mi agente inmobiliario. — Cuando Álvaro puso cara de no entenderlo, Elliot se lo explicó. — Como te conté ayer me estoy divorciado. Necesito un piso para mudarme y voy a confiar en ti para que me encuentres uno.
— Se lo agradezco, pero normalmente solo ayudo a Gina o Peter, aún no me he ocupado de una familia yo solo.
— Qué mejor que conmigo. Confío en ti. — Elliot sonrió y Álvaro se estresó. — Porque no vas a buscar una libreta para anotar, voy a darte algunos datos para que los tengas en cuenta a la hora de buscarme un piso.
— Sí, no tardo. — Álvaro se levantó.
— No digas nada a los demás, aún no he contado lo de mi divorcio.
Álvaro asintió.
— Ahora vuelvo. — Dijo y se apresuró a salir e ir hasta su mesa.
No había hecho más que agarrar una agenda y un bolígrafo cuando Peter le preguntó.
— ¿Todo bien con el jefe?
— Sí. Solo me está dando algunos consejos. — Respondió Álvaro y se dirigió casi corriendo al despacho.
Peter se volvió a mirar hacia allí.
— ¿Crees que lo haya regañado? — Le preguntó Gina a Peter.
— No lo vería bien. — Dijo Peter y le aseguró mirándola. — Álvaro aprende rápido y es obediente y amable.
Gina asintió desde su mesa.
— Cierto. Los clientes suelen simpatizar con él… — Miró hacia el despacho y se preocupó por lo que estuviera pasando.