El fin de semana, concretamente el domingo, Fernando les envió un equipo de mudanzas para ayudarles a trasladar sus cosas. Como solo eran algunas cajas y algunas maletas, no les llevó demasiado estar instalados.
Los dos dormirían en la misma habitación y Camilo lo haría justo en la habitación de enfrente.
Luego se sentaron en torno a la mesa del comedor para puntualizar algunas normas de convivencia.
— Podéis pensar en esta casa como vuestra. La limpieza y llenar la nevera dependerá de vosotros, ya que yo apenas estaré aquí y acostumbro a comer fuera. Las facturas correrán por mi cuenta. — Les explicó Fernando, vestido con un pijama y una bata de seda de color negro. — Solo os pido que no entréis a mi habitación ni a mi despacho y que cuando duerma en la casa procuremos que no me despierten sus lloros.
— También tenemos algo que pedir. — Habló Álvaro.
— Adelante.
Álvaro miró a Camilo en su regazo mordiendo el peluche de nutría, y levantó la mirada a Fernando.
— En el tiempo que estemos bajo el mismo techo no se referirá a Camilo como hijo suyo. Él es nuestro hijo. — Habló Álvaro decidido y miró a Rubén a su lado.
Fernando asintió sin creer que tuviera que responder a aquello.
— Por supuesto. Es todo vuestro. Seré, un tío lejano, muy muy lejano. — Sonrió y preguntó. — ¿Algo más, par de tortolitos?
— Ya que estamos, nada de mujeres de una noche en la casa. Tiene que ser un hogar para Camilo, no parecer un burdel.
— Nunca traigo mujeres a esta casa, para eso tengo el piso.
Álvaro se sintió conforme y miró a Rubén.
— ¿Algo más?
— ¿Podemos traer gente? — Preguntó Rubén a Fernando.
— Si te refieres a familia y amigos, sí.
Álvaro notó la vibración de su teléfono móvil y lo sacó del bolsillo de su pantalón. Su hermana Sara lo estaba llamando y le preocupó que algo hubiera ocurrido en casa.
— Voy a contestar, ocúpate de Cami. — Le pidió Álvaro a Rubén y éste cargó con el niño.
— Ven con papi. — Le dijo Rubén.
— Gracias a Dios, nunca diré algo tan ridículo como eso. — Habló Fernando.
Álvaro le puso mala cara, pero se alejó para contestar la llamada de su hermana.
— ¿Qué pasa? — Le preguntó Álvaro nada más descolgar.
— Querías que te avisara si pasa algo, ¿no? — Dijo Sara, sentada en el sofá de la casa de los padres de Rubén. — Estoy en casa de la tía Lucy. Mamá lleva días sin apenas comer y hoy no se ha sentido bien. Papá la ha llevado al hospital con los tíos.
— Gracias por avisarme.
— ¿Qué es lo que está pasando? — Quiso saber Sara, pero su hermano le colgó. Bajó entonces el teléfono y miró a Dalton que hacía los deberes en la mesa baja. — Dalton, ¿salimos a dar una vuelta?
Dalton la miró.
— Mamá ha dicho que nos quedamos en la casa. — Respondió Dalton.
— Pero me aburro.
Sara se cruzó de brazos y Dalton se le ocurrió algo.
— ¿Quieres jugar a la consola?
— ¿Qué juegos nuevos tienes? — Le preguntó Sara y lo vio ir a por los juego de consola.
Álvaro arrastró a Rubén con Camilo en brazos hasta un pasillo de la primera planta de la casa.
— ¿Qué pasa? — Le preguntó Rubén.
— Sara me ha dicho que mi madre no se ha sentido bien y ha ido al médico. Tengo que ir. — Le contó Álvaro.
— ¿Quieres que te acompañe?
Álvaro negó.
— Es mejor para Camilo no ir al hospital. Voy solo, te aviso de lo que pase. — Le dio un beso a Camilo y se marchó a toda prisa.
— Sí vas con urgencia, pide a Freddy que te lleve. — Le habló Fernando, sentado en un sillón con las piernas en alto y mirando su teléfono móvil.
Álvaro se paró mirándolo y giró la cabeza hacia Rubén.
— Hazlo, el metro está lejos. — Le dijo Rubén.
— Gracias. — Agradeció entonces Álvaro a Fernando y se marchó.
Fernando levantó la mirada del teléfono y buscó a Rubén detrás de él.
— Voy a ordenar comida, puedes tomarlo como una comida de bienvenida. ¿Os gusta algo en especial? — Le preguntó Fernando.
— Como de todo. — Respondió Rubén.
— Bien…
Rubén miró a Camilo y lo besó en la cabeza.
— Vamos a ordenar tu ropa. — Le dijo al niño y caminó hacia las escaleras.
Álvaro llegó hasta el hospital y luego de mirar por las salas de esperas, encontró a los padres de Rubén sentados en unas sillas.
— Álvaro. — Lo llamó mamá Lucy al verlo.
— Tía Lucy, tío Óscar, ¿dónde está mi madre? — Les preguntó Álvaro.
Lucy agarró una de sus manos y tío Óscar le dio la respuesta.
— A tu madre le han puesto suero, tu padre está con ella. Han dicho que puede irse a casa después.
Mamá Lucy asintió.
— Es así. Quédate tranquilo, hijo. — Le dijo Lucy y le apretó afectuosa la mano.
— No hacía falta que vinieras. — Le regañó su madre en cuanto lo vio más tarde y pasó de largo de camino a la puerta del hospital.
— Me he preocupado cuando Sara me lo ha dicho. — Contestó Álvaro, yendo detrás de su madre. — ¿Por qué no estás comiendo bien?
— Álvaro. — Lo llamó su padre que lo paró de un brazo y cuando Álvaro lo miró, Mark le pidió. — Calmate. Déjala descansar. — Álvaro sintió que su padre no quiso que sacara el tema de su relación con Rubén. — Hoy te mudabas, ¿no?
Álvaro asintió.
— Rubén y Camilo ya están en la casa nueva. — Se desanimó.
— Entonces vete también a casa. Mamá está bien.
Álvaro asintió y se quedó parado cuando su padre siguió a su madre.
Tío Óscar le puso la mano en el hombro.
— Haz caso a tu padre y no te mortifiques. — Le dijo Óscar.
Álvaro volvió a asentir, creyendo que era lo único que podía hacer. No podía obligar a sus padres a entenderlo y a quererlo como era ahora.
— Dale un beso a mi nieto. — Le pidió Lucy, dándole a Álvaro un abrazo en el que frotó su espalda como consuelo.