Álvaro salió de un ascensor con Elliot y caminaron hacia la puerta de un apartamento.
— De todos los pisos de la zona, este es el mejor que he encontrado. — Habló Álvaro. — Es una cuarta planta, pero dispone de ascensor así que no creo que eso importe.
Usó la llave cedida por los propietarios para abrir la puerta y dejó pasar primero a Elliot.
— Gracias. — Agradeció Elliot al entrar.
Álvaro miró su teléfono móvil antes de entrar, eran cerca de las dos del mediodía y había quedado con su padre para almorzar. Por suerte ese era el último apartamento que verían, había dejado el mejor para el final.
Entró tras guardar su teléfono y dejó sus cosas en la mesa del comedor para acercarse a Elliot junto a una puerta corredera de cristal.
— El balcón no es muy espacioso, pero hay sitio para poner un par de sillas y una mesita. — Dijo y abrió la puerta para que pudiera salir.
Elliot le tocó el brazo antes de salir y Álvaro se miró el mismo.
— No está nada mal. — Reconoció Elliot, asomándose a mirar abajo y dándose luego la vuelta para contemplar el balcón en sí. — Has hecho un gran trabajo. — Lo apremió y Álvaro sonrió orgulloso.
— He mirado y buscado mucho para enseñarle solo lo mejor. Este piso realmente lo es… — Señaló un pasillo a un lado del salón. — Si entra, le enseñaré las dos habitaciones con sus respectivos baños.
— No es necesario. — Dijo Elliot entrando del balcón. — Me lo quedo.
— Aún no hemos hablado de números…
— No importa, tengo ahorros de sobra y este lugar es perfecto para nosotros.
— ¿Nosotros? — No lo entendió Álvaro.
— Lo que pasó con mi esposa… Lo lamento mucho. Ella te confundió con otra persona.
— Lo imaginé, yo no he destruido su matrimonio.
Elliot sonrió con vergüenza.
— Estoy saliendo con Jorge. Mi esposa te confundió con él porque ese día Jorge no estaba en la oficina y yo le había dicho a ella que estaba enamorado de un chico joven de la inmobiliaria. — Álvaro se quedó sin palabras y Elliot sonrió. — Sabiendo que también eres homosexual me siento cómodo hablando esto contigo, solo no lo divulgues en la oficina. Jorge y yo estamos esperando al momento correcto de contarlo.
— Soy una tumba.
— Algún día podemos salir los cuatro.
Álvaro no se vio tan convencido en eso, pero asintió simplemente.
— Claro…
— Bien, firmemos el contrato.
Rubén se rió a carcajadas cuando Álvaro se lo contó por teléfono.
— Pensé que estaba colado por mí. — Dijo Álvaro, caminando rápido hacia el restaurante donde comería con su padre.
— Egocéntrico. — Lo llamó Rubén.
— No soy eso. Solo equivoqué las señales. Estoy llegando, deseame suerte con mi padre.
Álvaro se paró en la puerta.
— Suerte mi amor.
— Cursi. — Sonrió.
— Te amo.
Álvaro sintió su corazón reaccionar a su declaración.
— Yo también. — Le correspondió y se despidió rápido de él. — Nos vemos luego.
Al colgar Álvaro, Rubén sonrió bajando el teléfono y lo dejó en la mesa.
— ¿No ves raro que Quero quiera hablar con nosotros en la hora de la comida? Siento que me voy a atragantar comiendo. — Habló Fran, sentado delante de Rubén.
Rubén miró hacia el gimnasio y luego a Quero en la barra del bar.
— Creo que son malas noticias. — Se atrevió a predecir y miró a Fran. — En los últimos días he visto a Rosy y Quero murmurar mucho.
— ¿Crees que despiden a uno o a los dos?
— Que cierran el gimnasio.
Quero le puso la mano en el hombro a Rubén y se sentó después a compartir mesa con ellos.
— ¿Cierras el gimnasio? — No se aguantó Fran la pregunta.
— Comamos y después hablemos. — Les pidió Quero.
Rubén recibió una mirada de él y supo que sí era eso, el gimnasio estaba cerrando. Eso iba a ser malo para él ahora que Álvaro y él querían ahorrar para cuando dentro de dos años adoptaran a Camilo y se fueran de casa de Fernando.
Álvaro se quitó su mochila y la colgó en la silla que usaría. Su padre estaba usando ropa llena de pintura, señal de que él también venía directamente del trabajo.
— ¿Cansado? — Le preguntó Mark.
— He venido corriendo. — Sonrió Álvaro.
— ¿Qué tal el trabajo?
— Es bueno, acabo de hacer mi primera venta individual. — Se sintió orgulloso y Mark asintió.
— Me alegra ver que te esfuerzas.
Álvaro asintió.
— Mamá y tú me habéis enseñado que la vida adulta no es fácil. Por eso intento trabajar duro y no gastar dinero en tonterías.
— Tu madre… Debes entenderla, hijo. — Al oír a su padre, Álvaro supo que ya no hablaban del trabajo y el dinero.
— Lo hago. — Respondió Álvaro, poniéndose serio. — ¿Qué piensas al respecto?
— Me parece bien. — Mark le habló conciliador. — Quería tener está comida contigo para dejar clara mi postura. Eres mi hijo y no me importa si decides salir con una mujer o con un hombre. — Álvaro se emocionó, había creído que ninguno de sus padres lo apoyaban y que los dos se sentían decepcionados. — Solo quiero que seas feliz…
— Gracias, papá. — Le agradeció. — Saber eso significa más de lo que crees para mí.
— Tu madre… Habrá que ser pacientes con ella. — Mark usó un tono más despreocupado.
Álvaro asintió.
Esa tarde noche, cuando Álvaro salió del metro se encontró con Rubén y Camilo. Su primer y único impulso fue cargar con su hijo. Rubén sonrió por verlo comerse a besos al pequeño.
De camino a casa Rubén le contó que Quero iba a trasladar el gimnasio a otra ciudad en dos semanas.
— ¿En serio? — Se sorprendió Álvaro.
Rubén asintió.
— Fran y yo nos hemos quedado igual de sorprendidos. Quero nos ha ofrecido seguir trabajando allí, pero ninguno hemos aceptado. — Le contó y lo miró. — Me tocará buscar un nuevo trabajo.