Álvaro pasó por la casa de sus padres para recoger algunos de sus libros para dárselos a Dalton. Ni sus padres ni su hermana estaban en casa.
— ¿Me estás ayudando? — Le preguntó Álvaro a Camilo, cuando lo vio llevar a la cama un libro que sacó de la estantería.
— A pintar. — Dijo Camilo, abriendo el libro encima de la cama y simulando con la mano vacía que estaba pintando en las páginas del libro.
Álvaro se agachó dejando un libro en lo alto de una pila de varios libros.
— Estos libros no son para pintar. — Le explicó y le señaló las letras en una página. — Sus páginas ya están llenas de letras.
— Aquí… — Camilo tocó el borde de la página que estaba en blanco y Álvaro sonrió frotándole el cabello.
— Deja que papá busque algo donde pintar.
Al levantarse vio a Rubén en la puerta y frunció el ceño.
— ¡Papi! — Camilo corrió hasta él y Rubén se agachó para recibir el abrazo de su hijo.
— ¿Quién es Carolina? — Preguntó Álvaro mientras se puso a mirar los libros en la estantería.
— ¿Estás celoso? — Dijo Rubén que se levantó.
Camilo fue de regreso a la cama y Álvaro lo vio seguir simulando que pintaba.
— Solo dime quién es ella. — Le pidió y al girar la cabeza para mirarlo, Rubén le plantó un beso en los labios. Álvaro sonrió. — Aunque me beses quiero saber quien es la Carolina que te llama a las ocho de la mañana.
— Una profesora del colegio. Llamaba para darme el pésame.
Álvaro lo miró fijamente por unos segundos y reaccionó cuando escuchó el ruido de una hoja al rajarse.
— ¡No, Camilo! — Corrió hacia el niño para hacerlo parar de romper el libro. Camilo lo miró sin saber que había hecho mal. — Cariño, las hojas de los libros no se rompen. — Sintió pena por el libro y Camilo corrió con Rubén.
— ¿Qué has hecho? — Le preguntó Rubén y Camilo sonrió.
Álvaro llevó el libro a su viejo escritorio y buscó entre los cajones hasta dar con una cinta adhesiva transparente. Lo arregló con sumo cuidado y sonrió cuando vio que todavía se podía leer.
— Menos mal.
— ¿Por qué estás cogiendo estos libros?
Álvaro miró a Rubén mirando los libros de la cama y se giró para ver lo que hacía Camilo. Su hijo estaba jugando ahora en el suelo con un cubo de rubik que encontró por ahí.
— Dárselos a tu hermano. — Respondió entonces Álvaro, yendo hasta la cama y dejando el libro con los demás.
— Ah.
— ¿Es guapa?
Rubén no lo entendió.
— ¿Quién?
— Esa profesora. — Contestó Álvaro. — Si te llama tan temprano debes de gustarle.
— ¿Quiero saber si es guapa y si sería mi tipo de mujer?
Álvaro lo empujó en el hombro.
— Solo dime que no te gusta.
— Es guapa. — Sonrió Rubén y Álvaro se puso serio.
— Deja de joderme.
— No me he fijado. Estoy muy enamorado de mi marido y solo tengo ojos para él. — Lo rodeó por la cintura y lo besó en la mejilla.
Álvaro sonrió y lo rodeó del cuello.
— Más te vale. — Se dieron un mutuo beso en los labios y Álvaro lo abrazó después. — Nunca has tenido una novia que te dure, tengo miedo de que te pase lo mismo conmigo.
Rubén se sorprendió y echó la cabeza atrás para poder mirarlo.
— ¿Dudas de mí?
— No dudar… — Álvaro bajó los brazos y Rubén lo soltó de la cintura. — No sé, de pronto pensé en lo mujeriego que eras antes y me dio inseguridad.
— También eras un mujeriego.
— No igual. Yo me echaba novias, tú solo ligabas con todas.
Rubén lo agarró de la cara con sus manos y lo besó en la frente antes de mirarlo directamente a los ojos.
— No he vuelto a ligar con tías desde que te tengo a ti. Si quieres puedes mirar mi teléfono, borré todos los números de las chicas con las que quedaba.
— No es necesario. — Se rió Álvaro y se soltó de él. — Solo me he puesto celoso, pero no soy tan tóxico como para mirar tu teléfono. Confío en ti. — Le dio un beso en los labios y Rubén sonrió descarado.
— Mi pizza de tres quesos. — Lo agarró de la barriga y Álvaro se volvió a soltar.
— Para. — Le ordenó serio y los dos oyeron el teléfono de Rubén.
Rubén lo sacó de un bolsillo y vieron que era Orlando quien estaba llamando.
— Es Orlando. — Dijo Rubén.
— Responde.
Rubén asintió y descolgó la llamada.
El funeral de Fernando fue al día siguiente y los dos se sorprendieron por toda la gente que acudió a despedirlo. Algunos eran amigos cercanos y otros solo personas que tenían negocios con él. También había muchas mujeres que lloraban con pañuelo en mano. Ellos fueron los únicos en asistir como familia.
Rubén agarró la mano de Álvaro cuando se dirigían al coche y lo detuvo se acercaban a ellos el abogado Orlando Giménez y su ayudante, los dos con semblante serio.
— Si no estáis cansados, quisiera poneros al corriente de varías cosas. — Habló Orlando. — ¿Os parece bien vernos en la casa esta noche?
— Claro. — Respondió Rubén y miró a unos hombres que se pararon con ellos.
— Señores. — Saludó Orlando.
— Ya está descansando. — Dijo uno de los hombres, que le puso la mano en el hombro a Orlando.
El abogado asintió e hizo las presentaciones.
— Ellos son Víctor e Isauro, algunos de los mejores amigos del señor Fernando.
— Vosotros, perdonar que os tutee, sois Rubén y Álvaro. Fernando hablaba mucho de vosotros. — Habló Víctor.
— Pasó de hablar de mujeres para hablar de, como él os llamaba, los niños que tenía en su casa. — Isauro le dio la razón a Víctor y suspiró profundamente. — Lo voy a echar de menos.
— ¿Sabíais que estaba enfermo? — Preguntó Álvaro y cuando lo miraron, él explicó. — Me siento mal, pese a vivir juntos no nos contó nunca nada. De haberlo sabido antes quizás podríamos haber hecho más por él.
Rubén apretó su mano.