Considero que la vida es una pura competición. Tan solo en Nueva York puede haber más de 8 millones de habitantes, por lo que tengo que competir con cada uno de ellos para poder destacar y llegar a lo alto. Soy Trevor York, un entrenador de fútbol americano en una escuela de secundaria pública. Siempre me he dicho que las pequeñas cosas son grandes oportunidades, por lo que me mantengo positivo, ante todo.
Camino por una de las aceras de Manhattan, para ser más específico estoy en el lugar más transitado y poblado de la ciudad con el fin de tomar un tren, metro o como quieran llamarlo para no atrasarme en esos autobuses que se detienen en cada esquina en busca de más y más pasajeros. Giro hacia la derecha y veo unas escaleras donde me indica que hay una estación subterránea de tren.
Bajo las escaleras rápidamente esquivando lo más posible a todo aquel que se me ponga en frente. Saco mi Metrocard del bolsillo de mi abrigo, espero en fila mientras veo que las personas delante de mí pasan sus tarjetas para poder esperar el tren con tranquilidad. Paso la mía y camino rápidamente hacia adentro, miro que el tren ya estaba allí, por lo que corrí rápidamente para no perderlo. Miro mi reloj de mano y me fijo que llegaré considerablemente tarde a la secundaria. Doy un suspiro de resignación y me quedo de pie mirando donde podré sentarme mientras las puertas del tren se cierran a mi espalda.
Pero algo era diferente en esta fría mañana, una chica vestida de novia estaba sentada ocultando su rostro con sus manos, parecía estar llorando... los que estaban presente se limitaban a mirarla, otros le sacaban fotos, algunos se burlaban y muy pocos solo se dignaban a ignorarla... a pesar de que no había mucho espacio nadie estaba sentado al lado de la chica, parecía tener frío ya que su vestido no tenía escote ni alguna manga que pueda cubrir sus hombros... en enero el clima de la ciudad era verdaderamente frío a pesar de no haber nieve.
Saco mis cosas como mi Metrocard, unas monedas y un billete de 20 dólares de mi abrigo y lo pongo dentro de mi mochila deportiva. Entonces me dirijo hacia donde la chica y me siento a su lado, me quito primero la mochila, luego me quité el abrigo y se lo coloqué en sus hombros para detener aquel frio que la mataba... no tenía que ser un genio para darme cuenta de eso.
Ella levanta la mirada alejando sus manos de su delicado rostro, tenía unos ojos de color marrón claro ocultados con una gran capa cristalizada de lágrimas, su maquillaje estaba esparcido por su rostro haciéndola ver un tanto graciosa. Saco un pañuelo en el bolsillo de mi pantalón y con delicadeza sin decir ni una sola palabra le limpio aquellas lagrimas que tanto estorbaba su bello y angelical rostro.
—Tienes unos hermosos ojos, las lágrimas están estorbándolos—digo con suavidad—Mi nombre es Trevor York, un gusto conocerte—termino de limpiar su rostro, ella me mira un poco avergonzada mientras sus mejillas se entornan en un suave color rosa.
—Me veo ridícula ¿verdad? —dice casi en un susurro, pero pude escucharla.
—No. Yo veo en ti alguien que ha sido lastimada de la peor manera—miré hacia al frente, donde las personas dejaron de mirarla—Los hombres podemos llegar ser tan estúpido...
—Mi nombre es Hayley Stone... Hoy se suponía que sería mi boda, pero hubo cambios—su voz era suave, baja, muy fina... digna de un ángel herido.
El tren se detuvo indicándonos que ha llegado a la próxima estación, donde yo debía bajar. Era una completa lástima porque aquella chica me resultaba increíblemente interesante. Di otro suspiro y me levanto, la chica no dejaba de mirarme y entonces al percatarse de que ya me iba ella se levantó de inmediato...
—Disculpe, señor York. Su abrigo—dice Hayley a punto de quitárselo.
—Sería un honor que lo conserve—me apresuré a decir—Hace mucho frío, yo estaré bien—me despido con un gesto y salgo del tren dejándola con una sonrisa en su rostro.
Corrí por el pasillo de la secundaria con fin de llegar a tiempo, pero sabía que ya era demasiado tarde. El director Brown apareció de un aula, por lo que me detuve de inmediato, este cruzo los brazos con una mirada seria hacia mí.
—Llega tarde, entrenador York... Es la tercera vez en dos semanas que lo hace—dice severamente.
—La vida está hecha para...
—Para ser un completo irresponsable como tú—dice el director interrumpiéndome de inmediato—Que sea la última vez, de lo contrario voy a poner como si faltaste un día logrando descompletar tu salario la próxima quincena—se da la vuelta y camina por el pasillo con dirección a su oficina.
No era primera vez que llegaba tarde, a veces el tráfico era bastante tedioso y estas semanas no ha sido nada fácil. A parte de ser el entrenador de todo un equipo de fútbol americano de la secundaria, debido a que esta es una escuela pública, también reparto clases de educación física. Hay algunos centros educativos que todo lo tiene por separado, no me importa en lo absoluto dar clases, de hecho, me hace sentir vivo.