De Trompenda hacia lo desconocido

Capitulo 2

Cuando salió de la biblioteca, Arnaldo se encontró con una escena que no esperaba. En la plaza central de Trompenda, un hombre anciano estaba parado bajo la luz tenue del atardecer, gesticulando de manera frenética y atrayendo la atención de los aldeanos. Sus ropas desgastadas y su cabello blanco despeinado le daban un aspecto casi fantasmal, como si hubiera emergido de un pasado olvidado.

"¡Pronto alguien destruirá la muralla!", gritaba el anciano, su voz temblorosa pero potente. "¡Y cuando eso ocurra, los males del exterior entrarán dentro de las personas! ¡Nos poseerán, controlarán nuestras mentes y cuerpos, y acabarán con quien haya osado destruir la muralla!"

Los aldeanos intercambiaban miradas de inquietud y desconcierto, susurrando entre ellos mientras el hombre continuaba con su advertencia. Algunos se alejaron rápidamente, temerosos de sus palabras, mientras otros se quedaron para escuchar, intrigados por el mensaje apocalíptico que estaba transmitiendo. Arnaldo, incapaz de ignorar la intensidad de aquella escena, se detuvo en el borde de la multitud y observó al anciano con atención.

"¡La muralla es lo único que nos protege! ¡Si cae, será el fin de Trompenda! Seremos consumidos desde adentro y desde afuera. ¡Es inevitable!" El hombre hizo una pausa, su mirada perdida en la distancia, como si estuviera viendo algo que nadie más podía percibir.

Las palabras del anciano resonaron en la mente de Arnaldo mientras se alejaba de la plaza y se dirigía a su trabajo. Aunque intentaba concentrarse en su próxima tarea, no podía dejar de pensar en lo que había oído. ¿Quién era ese hombre? ¿Y cómo sabía tantas cosas sobre la muralla?

Llegó a la oficina, donde trabajaba como vicepresidente en una pequeña empresa local que se dedicaba a la gestión de recursos de la aldea. Aunque su posición era privilegiada, Arnaldo enfrentaba constantes desafíos, especialmente de parte de su compañero Pusen Kisiler. Pusen siempre había mostrado una ambición desmedida, y hacía todo lo posible por quitarle el puesto a Arnaldo.

Ese día, Pusen llevó su hostilidad al límite. Interfirió deliberadamente en los documentos que Arnaldo estaba revisando, haciendo que pareciera que él había cometido errores graves. Durante una reunión con otros empleados, Pusen no dudó en acusarlo de incompetencia, tratando de humillarlo públicamente para ganar el favor del presidente de la empresa, Emilio.

Arnaldo, ya frustrado por los eventos de la plaza y la constante tensión con Pusen, no pudo contenerse. En un impulso de rabia, se levantó de su silla y le dio un puñetazo. El golpe dejó a todos en silencio, y Pusen, furioso y con el rostro enrojecido, salió corriendo para buscar a Emilio.

Minutos después, Emilio llegó a la oficina y pidió hablar con Arnaldo en privado. Su tono era severo, pero no mostraba signos de enojo. Cuando ambos estuvieron solos, Emilio le informó que, debido al incidente con Pusen, no podía seguir trabajando en la empresa. "Me duele hacerlo, Arnaldo", dijo con un aire casi solemne, "pero tu posición aquí ha llegado a su fin."

Arnaldo salió de la oficina con el corazón pesado y la mente llena de preguntas. La frustración por su despido se mezclaba con la inquietud que le había provocado el anciano en la plaza. Caminó por las calles desiertas de Trompenda, sintiendo que todo en su vida estaba empezando a desmoronarse.

Cuando dobló una esquina, chocó inesperadamente con alguien. Al levantar la vista, se dio cuenta de que era el mismo anciano que había estado gritando en la plaza esa mañana. El hombre lo miró con una expresión de sorpresa, como si no esperara encontrarse con él.

"Perdón, no te vi venir", dijo Arnaldo, intentando sonar amable a pesar de su estado emocional. El anciano no respondió de inmediato; parecía estar examinándolo con curiosidad, como si estuviera tratando de descifrar quién era.

"¿Nos conocemos?", preguntó Arnaldo, esperando algún tipo de respuesta. Pero el anciano simplemente lo miró, como si estuviera calculando algo, y se giró lentamente hacia la muralla.

"Ya está decidido", dijo en un murmullo apenas audible. "Todo está por comenzar."

Arnaldo se quedó inmóvil, observando cómo el anciano se alejaba, dejando más preguntas que respuestas. ¿Qué significaban sus palabras? ¿Por qué parecía tan seguro de lo que iba a ocurrir?




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