Arnaldo sintió cómo su corazón comenzaba a latir más rápido mientras la verdad se asentaba en su mente: el anciano no era solo un hombre extraño con una profecía, sino Inglisc, el mayordomo de Horacio, quien había desaparecido décadas atrás utilizando la máquina del tiempo. La revelación era suficiente para sacudir los cimientos de su percepción de todo lo que sabía sobre Trompenda.
Pero el pensamiento no tuvo tiempo de asentarse por completo. Un golpe ensordecedor resonó en el aire. Era como si algo monstruoso hubiera impactado contra la muralla, haciendo temblar la tierra misma. Arnaldo dio un salto y miró hacia Emilio, quien también estaba petrificado. La preocupación en los ojos de Emilio se convirtió rápidamente en algo más profundo: pánico.
"Esto no es bueno," dijo Emilio en voz baja, casi para sí mismo. Se acercó a Arnaldo y lo tomó del brazo, su agarre firme y urgente. "Escucha, tienes que leer los libros El poder del besbel y Cómo tener armali. Esos libros son clave. No hay tiempo para explicar más."
Las palabras golpearon a Arnaldo con fuerza. Recordaba claramente la primera vez que estuvo en la biblioteca y había visto esos libros. En ese momento, no les prestó demasiada atención, pero ahora, parecía que su contenido podría ser crucial. Asintió rápidamente, decidido a seguir las instrucciones de Emilio, quien soltó su brazo y se quedó mirando la muralla.
"Ve. No vuelvas hasta que los hayas leído," dijo Emilio con una seriedad que heló a Arnaldo. Sin más palabras, Arnaldo salió corriendo, dejando atrás a Emilio y el eco de los golpes contra la muralla.
El camino hacia la biblioteca estaba desierto, pero el aire parecía cargado de tensión. A cada paso, Arnaldo sentía el peso de la gravedad de la situación. Todo lo que Emilio le había contado, junto con lo que había descubierto sobre Inglisc y la máquina del tiempo, parecía estar convergiendo en algo más grande y más peligroso de lo que podía comprender.
Cuando llegó a la biblioteca, su peor temor se confirmó: estaba destruida. Las ventanas habían sido rotas, las puertas arrancadas de sus bisagras y el interior estaba lleno de libros esparcidos y muebles destrozados. Arnaldo sintió una punzada de desesperación mientras miraba el desastre. Los libros que Emilio le había mencionado, los que podrían contener respuestas, probablemente estaban perdidos entre los escombros, o peor, destruidos.
Se dio cuenta de que esta destrucción no podía haber sido aleatoria. Alguien había atacado la biblioteca con un propósito. Y solo una persona vino a su mente: Pusen Kisiler. Era el único que quedaba vivo con motivos para causar un daño así. Arnaldo apretó los dientes y giró sobre sus talones, dirigiéndose directamente hacia la casa de Pusen.
Cuando llegó, su cuerpo estaba lleno de adrenalina y furia. Golpeó la puerta con fuerza, y Pusen, como si esperara su llegada, abrió de inmediato. Su expresión era tranquila, casi amable, lo que solo enfureció más a Arnaldo.
"Arnaldo," dijo Pusen, inclinando ligeramente la cabeza. "Qué agradable sorpresa. ¿En qué puedo ayudarte?"
Las palabras de Pusen eran como una provocación. Arnaldo sintió cómo su rabia aumentaba al ver la calma fingida de su enemigo. "No necesito tu ayuda," respondió, su voz baja pero cargada de veneno. "Lo único que quiero es justicia por todo lo que has hecho."
Pusen sonrió, una sonrisa que hizo que la sangre de Arnaldo hirviera. "No sé de qué estás hablando, pero si necesitas respuestas, estoy más que dispuesto a ayudar. Claro, si confías en mí."
"¡No necesito confiar en ti!" gritó Arnaldo, y antes de que Pusen pudiera responder, sacó un cuchillo que había traído consigo, decidido a poner fin a esta amenaza de una vez por todas.
Sin embargo, antes de que Arnaldo pudiera siquiera acercarse, algo extraño comenzó a ocurrir. Pusen dejó escapar una leve risa, pero su cuerpo empezó a transformarse. Sus extremidades se desvanecían en el aire, convirtiéndose en una densa nube de humo negro que se expandía por la habitación. La figura de Pusen desapareció por completo, dejando solo la negrura envolvente que parecía cobrar vida.
"¿Crees que puedes enfrentarte a mí, Arnaldo?" resonó la voz de Pusen desde dentro del humo, como si viniera de todos lados al mismo tiempo. "Eres valiente, lo admito. Pero también eres imprudente. Esto no es un juego, y tú no estás preparado para lo que viene."
El humo se arremolinó alrededor de Arnaldo, haciéndolo retroceder mientras sentía que algo oscuro y maligno lo observaba desde las profundidades. Quería moverse, quería gritar, pero algo en la atmósfera lo mantenía congelado, como si estuviera atrapado en el instante antes de que una tormenta se desate.
La habitación estaba llena de tensión, y aunque no se pronunciaron más palabras, el enfrentamiento entre los dos parecía inevitable.
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Editado: 28.04.2025