La tensión en el aire era casi palpable mientras Arnaldo y Pusen permanecían frente a frente en aquella habitación cargada de emociones contenidas. La transformación de Pusen en humo negro minutos antes todavía rondaba en la mente de Arnaldo, como una sombra de lo que esa persona era realmente. Pero ahora, mientras Pusen intentaba hablar con un aire de calma controlada, Arnaldo no podía escuchar ni una sola palabra de lo que decía. Su rabia era un torbellino, y sus acciones parecían impulsadas por una mezcla de instinto y frustración.
"Escúchame, Arnaldo," dijo Pusen, esquivando otro golpe que venía directo hacia su rostro. Su voz mantenía un tono sereno, pero las esquivas y los pasos ligeros con los que evitaba los ataques lo delataban: sabía que no podía subestimar al hombre frente a él. "Estoy intentando ayudarte. Emilio te ha manipulado desde el principio. Te ha usado como un peón en su propio juego."
"¡Cállate!" rugió Arnaldo, lanzando otro golpe, esta vez dirigido al torso de Pusen. Pero el movimiento fue demasiado predecible, y Pusen lo esquivó con facilidad, dando un paso lateral que lo dejó fuera del alcance de Arnaldo. "No voy a caer en tus mentiras, Pusen. Sé lo que hiciste. Tú destruiste la biblioteca. Tú estás detrás de todo este caos."
Pusen dejó escapar una risa seca, como si las palabras de Arnaldo le resultaran ridículas. "¿De verdad crees que esto es tan simple? ¿Que todo lo que está ocurriendo puede reducirse a mí como el villano y Emilio como el salvador? Qué ingenuo, Arnaldo. No tienes idea de lo que realmente está pasando."
Arnaldo intentó otro ataque, pero Pusen, como si fuera un bailarín en una coreografía perfectamente ensayada, se apartó del camino con una agilidad que parecía casi antinatural. La frustración de Arnaldo solo aumentaba con cada golpe fallido, pero no estaba dispuesto a detenerse.
"Tú sacaste a Inglisc de la muralla," dijo Arnaldo, sus palabras llenas de acusación mientras intentaba, una vez más, alcanzar a Pusen. "Lo sacaste para que la rompiera. Todo esto es tu culpa, Pusen."
Esta vez, Pusen no rió. Sus movimientos se detuvieron por un breve instante, y aunque sus ojos seguían llenos de esa burla característica, había algo más en su expresión: reconocimiento.
"No seas absurdo," replicó finalmente, aunque su voz ya no tenía el mismo tono despreocupado de antes. "Inglisc no rompió la muralla. ¿Crees que alguien como él tendría la capacidad de hacer algo así? No, Arnaldo. Si quieres culpar a alguien, deberías empezar con Emilio."
La mención de Emilio hizo que Arnaldo se detuviera, aunque solo por un momento. Pusen aprovechó ese breve instante para continuar. "¿No te has preguntado por qué Emilio estaba tan dispuesto a matar a Senden? ¿Por qué bajaste del auto con el cuerpo de su hijo, solo para que lo arrojara contra la muralla? Todo fue parte de su plan, Arnaldo. Él necesitaba que Senden fuera eliminado de Trompenda para poder abrir las puertas a la destrucción."
Las palabras golpearon a Arnaldo como un martillo. Las imágenes del capítulo anterior comenzaron a inundar su mente: el cuerpo de Senden desvaneciéndose contra la muralla, los golpes que escuchó más tarde, las palabras de Emilio sobre la importancia de los libros El poder del besbel y Cómo tener armali. Todo empezaba a encajar, pero no de la manera en que esperaba.
"La muralla solo puede romperse desde afuera," continuó Pusen, con una voz que ahora estaba llena de intensidad. "¿No lo sabías? Las reglas que Horacio impuso aseguran que nadie dentro de Trompenda pueda dañarla. Pero una vez que alguien es expulsado, su conexión con las leyes de la aldea se corta. ¿Y qué hizo Emilio? Sacrificó a Senden para asegurarse de que pudiera ser usado como un arma contra la muralla. Él sabía exactamente lo que estaba haciendo."
Arnaldo se quedó inmóvil, sus manos todavía apretadas en puños. Todo en su interior quería rechazar lo que Pusen decía, pero las piezas del rompecabezas estaban encajando de una manera que no podía ignorar. Emilio había dicho que mató a Senden para proteger a Arnaldo. ¿Y si eso también era una mentira?
"Tú... lo sabías," murmuró Arnaldo, su voz baja mientras los engranajes de su mente seguían girando. "Sabías lo que Emilio estaba haciendo, y lo dejaste pasar."
Pusen levantó las manos en un gesto de falso arrepentimiento. "Por supuesto que lo sabía. Pero ¿por qué debería interferir? Emilio está tan corrompido como yo, si no más. Si destruye la muralla, todo este sistema roto colapsará. Y, honestamente, ¿no es eso lo que todos queremos?"
"No, no lo es," dijo Arnaldo con firmeza, su voz recuperando su fuerza. "La destrucción no es la respuesta, Pusen. No importa cuán corrupto sea el sistema, destruirlo no traerá nada bueno."
"¿Y qué propones, entonces?" replicó Pusen, dando un paso adelante. "¿Confiar en Emilio? ¿Dejar que él siga manipulando todo para servir a sus propios intereses? No seas ingenuo, Arnaldo. Si quieres salvar esta aldea, tendrás que ensuciarte las manos."
El silencio que siguió fue ensordecedor. Arnaldo sabía que Pusen tenía razón en una cosa: Emilio no era el salvador que pretendía ser. Pero tampoco podía confiar en Pusen. Ambos hombres estaban jugando sus propios juegos, y Arnaldo era la pieza que intentaban controlar. Sin embargo, si quería encontrar la verdad y detener la destrucción de la muralla, tendría que tomar una decisión.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Arnaldo habló. "Vamos a encontrar a Emilio," dijo, con un tono que no dejaba lugar a dudas. "Pero no confío en ti, Pusen. Y si descubro que estás jugando conmigo, no dudaré en acabar contigo."
Pusen sonrió, esa sonrisa torcida que nunca parecía llegar a sus ojos. "Perfecto. Entonces pongámonos en marcha. Emilio no sabrá lo que le espera."
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Editado: 28.04.2025