De Trompenda hacia lo desconocido

Capitulo 8

El camino hacia la casa de Emilio era oscuro y silencioso, pero no lo suficiente como para ocultar el peso de las palabras no dichas entre Arnaldo y Pusen. La distancia entre ellos era corta físicamente, pero emocionalmente se sentía como un abismo. Sin embargo, Pusen parecía decidido a romper ese silencio, no con provocaciones, sino con algo más profundo.

"Arnaldo," dijo Pusen, su tono más bajo de lo usual, como si estuviera a punto de confesar algo. "Si estamos haciendo esto juntos, hay algo que necesitas saber. Algo que puede cambiar cómo me ves... y cómo eliges seguir adelante conmigo."

Arnaldo levantó una ceja y miró de reojo a Pusen mientras seguían caminando. "¿De qué estás hablando ahora?"

Pusen hizo una pausa, como si sopesara cada palabra antes de pronunciarla. "Sabes que puedo convertirme en humo, moverse como una sombra... pero lo que quizá no sabes es lo que puedo hacer con las personas cuando elijo cruzar una línea que no debería cruzar."

"¿Cruzar una línea?" Arnaldo frunció el ceño, confuso.

"Mi poder no es solo una simple habilidad de escape o un truco visual," continuó Pusen, su voz adquiriendo un tono más oscuro y grave. "Cuando me convierto en humo, no soy solo un vapor que se desvanece en el aire. Puedo entrar en las personas, literalmente poseerlas. Y no hablo de simplemente controlarlas como si fueran marionetas. Hablo de algo más profundo. Algo mucho más aterrador."

Pusen respiró hondo y miró a Arnaldo con seriedad. "Cuando me meto en alguien, no solo cambio su comportamiento. Cambio lo que son. Transformo sus cuerpos en algo más, algo monstruoso. Algo casi indestructible."

Las palabras dejaron a Arnaldo inmóvil por un instante, procesando la magnitud de lo que Pusen estaba diciendo. "¿Quieres decir que... las conviertes en monstruos bajo tu control?"

Pusen asintió lentamente, su expresión más seria de lo que Arnaldo había visto jamás. "Sí. Ellos pierden su voluntad, su humanidad. Todo lo que eran desaparece, y lo único que queda es una criatura que obedece mis órdenes. Por mucho tiempo me convencí de que era un arma, un recurso para defenderme. Pero con el tiempo me di cuenta de que es una maldición. Cada vez que uso ese poder, dejo una parte de mí mismo atrás, atrapada en la oscuridad."

Arnaldo sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras intentaba comprender lo que Pusen acababa de confesar. Había visto a este hombre como una amenaza, pero ahora no podía evitar preguntarse si Pusen no era también una víctima de lo que fuera que lo había transformado.

"¿Cómo... cómo terminaste así?" preguntó Arnaldo, apenas capaz de pronunciar las palabras.

Pusen dejó escapar un suspiro largo y pesado, como si estuviera cansado solo de pensar en la respuesta. "Eso, Arnaldo," dijo finalmente, con una mirada que contenía tanto dolor como determinación, "es una historia que necesitas escuchar."

Hizo una pausa y luego comenzó su relato, su voz áspera mientras las palabras traían recuerdos que preferiría haber dejado en el pasado. "Todo comenzó cuando era apenas un niño. No crecí bajo circunstancias normales. Mi madre, como te dije antes, no me vio nunca como su hijo. Me vio como una herramienta, un recurso. Y cuando cumplí tres años, decidió usarme para hacer un pacto con el diablo."

Arnaldo lo miró, incrédulo. "¿Un pacto con el diablo?"

"Sí," respondió Pusen, con una sonrisa amarga. "Ella quería poder. Quería riqueza y fama. Y el precio que pagó por ello fue mi alma. Me entregó al diablo como parte de un trato para que pudiera crear algo que revolucionaría el mundo: una compañía de perfumes, Ruik Lekker. Pero lo que ella no entendió fue que el diablo no entrega regalos sin un precio oculto. Su empresa creció, sí, pero yo... yo fui enviado al infierno."

El silencio que siguió a esas palabras fue pesado. Arnaldo no sabía qué decir, así que dejó que Pusen continuara.

"En el infierno, viví cosas que ningún ser humano debería experimentar," dijo Pusen, su voz llena de una mezcla de rabia y tristeza. "El tiempo no funciona como aquí. Lo que fueron solo cuatro años para el mundo de los vivos fue una eternidad para mí. Las sombras me envolvían, el fuego consumía no solo mi cuerpo, sino también mi alma. Y las criaturas que vivían allí... no eran de este mundo. No puedo describir lo que eran porque simplemente no hay palabras para ello."

Pusen se detuvo por un momento, su mirada perdida en algún punto del camino que tenían por delante. "Pero no me rendí. No podía. A los siete años, encontré una grieta en el infierno, un resquicio en las reglas que me permitió escapar. Pero el infierno no me dejó salir sin cicatrices. Dejé parte de mí mismo allí. Y también traje algo conmigo."

"¿Trajiste algo contigo?" preguntó Arnaldo, su tono incrédulo.

Pusen asintió. "Sí. Parte de la esencia del infierno se quedó conmigo. Es por eso que puedo hacer lo que hago, por eso puedo convertirme en humo y poseer a las personas. Pero ese poder no es un regalo. Es una maldición. Cada vez que lo uso, siento cómo una parte de mí se hunde más profundamente en la oscuridad. Pero, Arnaldo, eso no significa que me detendré. Porque, maldición o no, este poder es lo único que me ha permitido sobrevivir."

El silencio volvió a caer entre ellos mientras seguían caminando. Arnaldo todavía estaba procesando lo que acababa de escuchar, pero una cosa era segura: ahora entendía mejor a Pusen. No lo justificaba, pero lo entendía. Y eso, por alguna razón, lo hacía más aterrador.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.