De Trompenda hacia lo desconocido

Capitulo 10

El primer golpe en la muralla resonó como el eco de una catástrofe. Arnaldo y Pusen, que avanzaban por el camino hacia la casa de Emilio, se detuvieron abruptamente, sintiendo cómo el suelo temblaba bajo sus pies. Antes de que pudieran reaccionar, llegaron cinco golpes más, cada uno más fuerte y devastador que el anterior. La fuerza combinada de los impactos dejó a la muralla, símbolo de protección y poder en Trompenda, completamente vulnerada.

Las grietas se extendieron rápidamente por su estructura, formando fracturas como telarañas que anunciaban su inminente colapso. Finalmente, con un estruendo ensordecedor, la muralla cayó. Los fragmentos de piedra se esparcieron por el suelo, y una nube de polvo cubrió el horizonte, oscureciendo todo a su paso.

Cuando la nube de polvo comenzó a disiparse, lo que quedó a la vista fue algo más aterrador que cualquier amenaza que Arnaldo pudiera haber imaginado. En el centro de los escombros, la figura espectral del alma de Senden se erguía imponente. Su presencia no era simplemente visible, sino palpable; el aire se sentía pesado y cargado de una energía oscura que emanaba de él. Su voz, grave y maligna, resonó como un trueno que sacudió los cimientos mismos de Trompenda.

"¡Trompenda será destruida!" gritó, su tono impregnado de furia y venganza. "¡Cobraré mi venganza sobre cada uno de ustedes, y nadie podrá detenerme!"

Detrás de él apareció un ejército imponente, al menos dos mil personas, todas portando armas improvisadas. Eran los exiliados, aquellos que la muralla había expulsado de Trompenda y que ahora regresaban con un objetivo claro: la destrucción total de la aldea que los había rechazado. Sus gritos de guerra llenaron el aire, y sus pasos hicieron temblar el suelo mientras avanzaban detrás de su líder espectral.

Arnaldo miraba la escena con incredulidad y miedo, incapaz de comprender cómo Senden, a quien Emilio había matado, podía estar de regreso. "¿Cómo es esto posible?" murmuró, más para sí mismo que para Pusen.

Antes de que Pusen pudiera responder, otro acontecimiento aún más sorprendente tuvo lugar. De la nada, apareció Inglisc. El anciano que Arnaldo había visto morir atropellado ahora estaba vivo frente a ellos, con una presencia que parecía más firme y decidida que nunca. Aunque su cuerpo no mostraba señales del impacto, su mirada ardía con intensidad.

Arnaldo abrió la boca, pero ninguna palabra salió. "¿Cómo... cómo está vivo?" pensó, mientras observaba cómo Inglisc comenzaba a transformarse.

Su tamaño aumentó rápidamente, multiplicándose hasta alcanzar cinco veces su forma original. Sus extremidades se alargaron, y su figura entera se volvió titánica. Era una fuerza imponente, un ser que parecía salido de las mismas leyendas de Trompenda. Sin palabras, Inglisc se lanzó hacia el alma de Senden y su ejército, iniciando una batalla que nadie podría haber previsto.

El choque fue monumental. Inglisc, con su fuerza titánica, enfrentó directamente a los exiliados, derribando a decenas de ellos con cada golpe. Las armas improvisadas de los exiliados se rompían al contacto con su piel endurecida, y cada movimiento de Inglisc hacía temblar la tierra bajo sus pies.

Sin embargo, el alma de Senden no se quedó atrás. Desde su posición elevada, lanzó rayos y explosiones que pusieron a prueba incluso la fuerza descomunal de Inglisc. Cada ataque parecía calculado para desestabilizarlo, y cada ofensiva de Inglisc era respondida con una brutalidad igual de devastadora.

El campo de batalla se convirtió en un caos absoluto. Los golpes de Inglisc y los ataques de Senden llenaban el aire de destellos y el suelo de cráteres. Los exiliados, aunque numerosos, parecían simples peones en una lucha que claramente era entre estos dos titanes.

Pero Inglisc, a pesar de su tamaño y fuerza, comenzó a mostrar signos de agotamiento. Los ataques del alma de Senden eran cada vez más poderosos, y su ejército seguía avanzando, implacable. Los rayos y explosiones de Senden hacían temblar la tierra, y cada golpe que Inglisc recibía parecía acercarlo más a su derrota.

Finalmente, el alma de Senden lanzó un ataque definitivo, un rayo de energía oscura que atravesó el cuerpo gigante de Inglisc, derribándolo al suelo con un impacto ensordecedor. Inglisc, ahora vulnerable y derrotado, comenzó a regresar a su tamaño original, sus extremidades temblando mientras su fuerza lo abandonaba.

Arnaldo observó con horror cómo el titán caído yacía en el suelo, su respiración entrecortada mientras sus ojos buscaban algo, alguien. Antes de dar su último aliento, Inglisc alzó la cabeza y, con una voz que resonó en todo el campo de batalla, pronunció un nombre que lo dejó inmóvil.

"¡Arnaldo!" gritó, su voz llena de emoción y propósito.

Ese llamado resonó en la mente de Arnaldo, como un eco que parecía contener un mensaje oculto, una responsabilidad que ahora recaía sobre él. Inglisc cerró los ojos, y su cuerpo se desplomó completamente, dejando un silencio que era aún más aterrador que el caos de la batalla.

Arnaldo quedó inmóvil, incapaz de apartar la mirada del anciano caído. Pusen, a su lado, observaba la escena con una expresión difícil de descifrar. El nombre, dicho con tanta intensidad, seguía resonando en la mente de Arnaldo, como una campana que marcaba el inicio de algo que no podía entender.

Mientras los exiliados avanzaban y el alma de Senden se preparaba para liderar el próximo ataque, Arnaldo supo que las cosas nunca serían las mismas.




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