El caos reinaba en el campo de batalla. La muralla de Trompenda había caído y el alma de Senden, junto con su ejército de exiliados, avanzaba implacablemente hacia la destrucción de la aldea. Inglisc, el anciano que había intentado detenerlo, yacía derrotado en el suelo, su cuerpo reducido a su forma original mientras agonizaba. Su último grito, el nombre de Arnaldo, todavía resonaba en el aire, cargado de desesperación y propósito.
Mientras Arnaldo observaba la escena, paralizado por el miedo y la incredulidad, Pusen, a su lado, se mantenía firme, con una expresión que era una mezcla de desafío y determinación. Observó el cuerpo caído de Inglisc y luego al espectro de Senden, flotando sobre los escombros con una sonrisa maligna.
"Si él no pudo derrotarlo," dijo Pusen con un tono que contenía tanto burla como convicción, "yo sí."
Antes de que Arnaldo pudiera reaccionar, Pusen se transformó en humo negro y comenzó a rodearlo. El joven intentó retroceder, pero el humo lo envolvió rápidamente, entrando en su cuerpo y fusionándose con él. La sensación era indescriptible, una mezcla de energía pura, caos y un calor abrumador que parecía consumirlo. Arnaldo intentó hablar, gritar, pedir ayuda, pero no podía. Su voz estaba atrapada dentro de sí, mientras Pusen tomaba el control completo de su cuerpo.
Cuando el proceso terminó, lo que emergió del humo era una figura titánica, un monstruo apocalíptico cuya presencia eclipsaba todo lo demás en el campo de batalla. Su cuerpo era imponente, una amalgama de fuerza pura y oscuridad, con extremidades colosales que parecían capaces de destruir montañas. Sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural que paralizaba a cualquiera que los mirara directamente. El monstruo dejó escapar un rugido que resonó como un trueno, y una risa que sacudió los cimientos mismos del suelo.
"¡Punaldo!" exclamó Pusen, con orgullo en su voz. "Ese es el nombre de esta forma. ¿Qué te parece, Arnaldo? Ingenioso, ¿no?"
Arnaldo, consciente pero incapaz de hablar, solo pudo escuchar mientras Pusen continuaba con su tono burlón. Si pudiera haber respondido, probablemente habría protestado, pero su voz seguía atrapada dentro de su propio cuerpo.
"Bueno, supongo que no hay tiempo para charlas," dijo Pusen, controlando completamente a Punaldo. "Es hora de enseñarles a estos espectros quién manda aquí."
Sin más palabras, Punaldo se lanzó hacia el alma de Senden con una velocidad que parecía imposible para una criatura de su tamaño. Su primer ataque fue un puño que resonó como el golpe más fuerte de la historia, un impacto que hizo temblar el suelo y envió a Senden al suelo con una fuerza abrumadora. El ejército de exiliados quedó paralizado momentáneamente, sin saber cómo reaccionar ante una fuerza tan colosal.
Senden, ahora furioso, se levantó rápidamente, su forma espectral brillando con una intensidad aún mayor. "¡No me subestimes!" rugió, lanzando un rayo de energía oscura directamente hacia Punaldo. Pero el monstruo apocalíptico absorbió el ataque como si fuera insignificante, devolviendo un golpe que hizo retroceder al espectro.
Lo que siguió fue una batalla épica más allá de la imaginación. Cada movimiento de Punaldo era una demostración de fuerza apocalíptica, mientras que cada ataque de Senden era una muestra de astucia y poder sobrenatural. El campo de batalla se convirtió en un espectáculo de destrucción sin precedentes. Cráteres se formaban en el suelo con cada impacto, y el aire estaba lleno de destellos de energía que iluminaban el cielo.
Senden, aunque poderoso, no podía igualar la fuerza bruta de Punaldo. Cada ataque que lanzaba era contrarrestado con una ofensiva aún más devastadora, y su ejército comenzaba a flaquear, incapaz de mantenerse en pie ante el caos que los rodeaba. Punaldo, aunque parecía invencible, continuaba luchando con precisión calculada, buscando el momento perfecto para lanzar un ataque final.
Finalmente, después de una sucesión de golpes devastadores, Punaldo logró alcanzar a Senden directamente. Con un rugido que resonó en todo Trompenda, lanzó un ataque definitivo que desintegró al espectro en un brillo oscuro, dejando atrás solo un silencio inquietante.
El ejército de exiliados, ahora sin líder, comenzó a retroceder lentamente. Sus armas caían al suelo mientras la desesperación reemplazaba su furia. Punaldo, victorioso, se quedó de pie en el centro del campo de batalla, su figura imponente iluminada por los últimos destellos de energía.
Pusen, satisfecho, comenzó a salir del cuerpo de Arnaldo, regresando a su forma original mientras el joven recuperaba el control de sí mismo. Cuando el proceso terminó, ambos se miraron y comenzaron a reír. La risa era liberadora, una válvula de escape para toda la tensión y el caos que habían enfrentado juntos.
"¿Punaldo? En serio, Pusen, tienes el peor sentido del humor," dijo Arnaldo, finalmente capaz de hablar.
"¿Qué puedo decir? Soy un genio," respondió Pusen, encogiéndose de hombros. "Ahora, ¿qué te parece si dejamos Trompenda atrás y exploramos el mundo? Creo que ya hemos hecho suficiente aquí."
Arnaldo asintió, todavía riendo. "Sí, creo que es hora de ver qué hay allá afuera. Pero promete no volver a poseerme sin mi permiso."
"Prometido," dijo Pusen, con una sonrisa que era difícil de descifrar.
Con esa decisión, los dos comenzaron a caminar juntos, dejando atrás los escombros de Trompenda y el caos que habían enfrentado. Aunque el futuro era incierto, ambos sabían que, mientras estuvieran juntos, podrían enfrentar lo que fuera que viniera.
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Editado: 28.04.2025