Pusen caminaba por las calles de la ciudad, con la mente atrapada en un torbellino de pensamientos. Había intentado ignorar el aroma omnipresente de Ruik Lekker, pero parecía seguirlo a cada paso. Todo lo que había hecho hasta ese momento, su encuentro con Arnaldo, dejar Trompenda atrás, e incluso sus esfuerzos por trabajar en esta ciudad, ahora parecían insignificantes frente al peso que cargaba en su interior.
Fue entonces cuando lo vio. Emilio estaba de pie frente a él, su figura imponente recortada contra las luces brillantes de la ciudad. Durante un instante, el tiempo pareció congelarse. Pusen lo reconoció al instante, y su cuerpo reaccionó antes que su mente. Intentó dar un paso atrás, huir de la presencia que emanaba autoridad y peligro, pero Emilio se movió primero.
Con un movimiento ágil y calculado, Emilio usó el besel, generando múltiples brazos que surgieron de su cuerpo y lo envolvieron con fuerza. Pusen luchó contra el agarre, pero era inútil. La fuerza de Emilio era aplastante.
"Así que el besel sí sirve para algo," pensó Pusen con una mezcla de ironía y resignación mientras intentaba, en vano, liberarse.
"Te he estado buscando, Pusen," dijo Emilio, su voz grave y controlada. "No puedes escapar de tu destino."
Sin más palabras, Emilio comenzó a caminar, llevando consigo a Pusen. Este último no tenía idea de adónde lo llevaban, pero la firmeza en los movimientos de Emilio dejaba claro que el lugar era importante. Atravesaron calles bulliciosas y torcieron por callejones oscuros hasta que, finalmente, se detuvieron frente a un edificio alto e imponente. En la fachada, grabado en letras doradas que brillaban bajo la luz, estaba el nombre que Pusen había llegado a odiar: Ruik Lekker.
"¿Por qué me llevas aquí?" preguntó Pusen, su voz temblando entre la confusión y la ira.
Emilio no respondió. En lugar de eso, lo condujo al interior del edificio, a través de pasillos largos y silenciosos que parecían extenderse eternamente. Pusen notó que el lugar estaba impecablemente diseñado, todo adornado con un lujo casi opresivo. Finalmente, llegaron a una habitación amplia y luminosa, donde una figura familiar los esperaba.
Pusen se detuvo en seco al verla. Frente a él estaba su madre, la mujer que lo había vendido al diablo años atrás. Su presencia lo desarmó por completo. Todo lo que había reprimido durante años comenzó a invadirlo de golpe, y lo único que pudo hacer fue bajar la mirada, incapaz de sostenerle la vista.
El silencio en la habitación era ensordecedor, roto solo por la voz de Emilio.
"¿Y dónde está mi parte?" preguntó, con una calma que ocultaba la intensidad de sus palabras.
Pusen levantó la cabeza ligeramente, sorprendido por la pregunta. Pero antes de que pudiera decir algo, su madre respondió, su tono tranquilo pero lleno de significado. "Ahora te doy la aldea que creaste y que te destruyeron sin piedad, Horacio."
El impacto de esas palabras golpeó a Pusen como un trueno. Miró a Emilio, su mente luchando por procesar lo que acababa de escuchar. "¿Horacio? ¿Emilio siempre ha sido... Horacio?"
Emilio giró hacia él, con una sonrisa que era más una mueca satisfecha. "Sí, Pusen. Siempre lo he sido. La historia que conoces, la vida que viviste en Trompenda, todo estaba bajo mi control. Y ahora, finalmente, todo lo que construí regresa a mí, como siempre estuvo destinado a ser."
La revelación dejó a Pusen paralizado. Emilio, Horacio, ya no era solo un hombre. Era el arquitecto de un pasado que había dado forma a su vida y al caos que lo rodeaba. Pero antes de que pudiera expresar todo lo que sentía, su madre dio un paso adelante, acercándose a él con una expresión que mezclaba tristeza y determinación.
"Pusen," dijo ella, con una voz que era sorprendentemente suave, como si buscara consolarlo. "Sé que esto es difícil de entender. Pero quiero que sepas algo. Todo lo que he hecho, todo lo que he sacrificado, lo hice por ti."
Pusen la miró, sus ojos llenos de lágrimas que no pudo contener. "¿Por mí? Me vendiste al diablo. ¿Cómo puedes decir que hiciste esto por mí?"
Su madre bajó la mirada por un momento, como si reuniera fuerzas para continuar. "Cuando te vendí, pensé que estaba haciendo lo correcto. Pensé que era la única forma de asegurar nuestro futuro. Pero estaba equivocada. Me di cuenta de mi error demasiado tarde. Cuando te perdí, supe que tenía que hacer algo. Así que enfrenté al diablo. Lo maté. Pero al hacerlo, tuve que tomar su lugar."
Las palabras golpearon a Pusen como un martillo. "¿Tomaste su lugar? ¿Eres... el diablo ahora?"
Su madre asintió, su rostro reflejando el peso de su confesión. "Sí. Soy el diablo. Pero lo hice para salvarte, Pusen. Lo hice porque tú eres lo más importante para mí. Y si eso significa sacrificar todo lo que soy, lo haría una y otra vez."
Finalmente, Pusen no pudo contenerse más. Las lágrimas comenzaron a caer mientras se acercaba a su madre, envolviéndola en un abrazo que parecía contener todo su dolor y gratitud. Se quedó llorando en su pecho, dejando que toda la emoción que había reprimido durante años saliera de una vez.
"Lo siento," murmuró, su voz quebrada. "Lo siento por todo. Por odiarte. Por no entender antes. Gracias por salvarme."
Su madre lo abrazó con fuerza, mientras Emilio, o más bien Horacio, los observaba en silencio. Aunque su papel en esta historia estaba lejos de terminar, decidió darles este momento, un instante de comprensión y reconciliación en medio de un caos que todavía tenía mucho que desatar.
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Editado: 28.04.2025