La Ciudad Axila era tan peculiar como su nombre sugería. Al entrar, Pusen no pudo contenerse.
"¿La Ciudad Axila?" dijo, gesticulando exageradamente desde el asiento del copiloto mientras Arnaldo conducía. "¿Qué sigue? ¿El Pueblo Ombligo? ¡Por favor, que alguien me explique este desastre de branding!"
Arnaldo, sin levantar la vista del volante, soltó un suspiro. "Tal vez, solo tal vez, podríamos intentar no llamar la atención. Esta ciudad ya es suficientemente rara sin tus comentarios."
Chort, sentado en el asiento trasero y mirando las calles decoradas con carteles de desodorantes, se rió. "¡El Pueblo Ombligo! Eso estuvo bueno."
Pusen le guiñó un ojo. "Sabía que alguien aquí apreciaría mi genio."
Cuando llegaron al centro de la ciudad, vieron una multitud reunida frente a una tarima donde un hombre robusto, con una banda de colores cruzándole el pecho, hablaba con entusiasmo. Sobre él había un cartel que decía: Carlos Andrés, alcalde de la Ciudad Axila.
Todo parecía más o menos normal hasta que el alcalde, en medio de su discurso, posó sus ojos sobre Chort. Sus gestos cambiaron inmediatamente. "¡Un niño fuera de la escuela!" exclamó, señalándolo con indignación. "¡Esto es inaceptable!"
En cuestión de segundos, dos hombres corpulentos bajaron de la tarima, agarraron a Chort por los hombros y se lo llevaron, ignorando sus protestas de "¡Oye, suéltenme! ¿Qué está pasando?"
Pusen miró la escena y, con su habitual manera de procesar los eventos, dijo: "Bueno, no parece tan malo. Mira esa cara de aburrimiento. Claramente, necesita un poco de aprendizaje básico."
Arnaldo, por otro lado, estaba completamente indignado. "¡No puede ser! ¡Acaban de secuestrar a nuestro compañero!"
Pusen encogió los hombros, analizando la situación con su característico pragmatismo. "Secuestrar es una palabra fuerte. Yo lo llamaría 'una oportunidad educativa inesperada'. Vamos, ¿qué es lo peor que podría pasar? ¿Que le enseñen a dividir fracciones?"
Después de un breve debate, decidieron dejar a Chort en la escuela por un día, más por curiosidad que por convicción. Pero antes de que pudieran alejarse, un par de policías se acercaron al carro.
"¿Qué hicimos ahora?" murmuró Arnaldo mientras los oficiales los esposaban.
"Son culpables de un delito grave," dijo uno de ellos. "No llevar al niño directamente a la escuela como sus tutores legales. Por lo tanto, están bajo arresto."
En la cárcel, Pusen y Arnaldo se encontraron en una celda sorprendentemente ordenada. Para su sorpresa, los guardias les dieron un libro para pasar el tiempo. En la portada, se leía: Cómo tener armali.
Pusen levantó una ceja. "Bueno, al menos tienen buen gusto. ¿Qué sigue? ¿Clases de origami avanzado?"
Mientras Pusen hojeaba el libro con indiferencia, Arnaldo comenzó a leerlo detenidamente. Pero no pasó mucho tiempo antes de que se detuviera bruscamente, sus ojos fijos en una página específica.
"¡Pusen!" exclamó Arnaldo, con una mezcla de sorpresa e irritación. "La prueba que me hiciste para saber si era un hurine estaba mal hecha."
"¿Mal hecha?" preguntó Pusen, claramente ofendido. "Mis métodos son a prueba de balas."
"¡No si la botella tiene gas!" replicó Arnaldo, señalando el párrafo. "Dice aquí que si el recipiente tiene la más mínima cantidad de gas, el papel siempre saldrá blanco. ¡Lo hicimos mal!"
Pusen reflexionó un momento antes de encogerse de hombros. "Bueno, tal vez fue un error técnico. Pero, oye, al menos aprendiste algo de química básica."
"Esto significa que necesitamos repetir la prueba," dijo Arnaldo, con determinación.
Siempre práctico, Pusen se acercó a la reja y pidió un vaso a uno de los policías. "Oye, compañero, ¿puedes traernos un vaso para una ciencia importante?"
El policía, sin cuestionar mucho, les entregó un vaso de papel. Pusen lo inspeccionó y luego se lo pasó a Arnaldo. "Bien, hora de la verdad. Pero prepárate, esto va a ser incómodo."
"¿De qué estás hablando?" preguntó Arnaldo, frunciendo el ceño.
"No nos dejan salir al baño," dijo Pusen con una sonrisa que claramente ocultaba sus ganas de burlarse. "Así que tendrás que... ya sabes, aquí mismo."
"¡¿Qué?!" exclamó Arnaldo, horrorizado. "¡No puedo hacer eso con alguien mirándome!"
"Tranquilo, hombre," dijo Pusen, fingiendo seriedad. "No miraré directamente... pero tampoco cerraré los ojos del todo. Es un compromiso."
Arnaldo suspiró profundamente, resignándose a lo absurdo de la situación. "Esto no puede ser más humillante."
Finalmente, después de varios comentarios incómodos por parte de Pusen, Arnaldo logró completar la prueba. Sostuvieron el papel en silencio, observando cómo lentamente pasaba de ser completamente blanco a un azul brillante.
Pusen sonrió de oreja a oreja. "Bueno, felicidades, Arnaldo. Eres oficialmente un hurine. Qué raro que lo descubramos aquí, en una cárcel con un vaso de papel. ¡Un clásico!"
Arnaldo, aunque visiblemente molesto, no pudo evitar sonreír ligeramente. "Al menos ahora sabemos la verdad. Esto podría ser útil más adelante."
"¿Útil? ¡Esto es historia!" dijo Pusen, señalando el papel azul como si fuera un trofeo. "No todos los días confirmas un poder sobrenatural mientras estás tras las rejas. ¿Dónde está un fotógrafo cuando lo necesitas?"
Ambos sabían que esta sería solo otra anécdota absurda en su aventura, mientras Chort, completamente ajeno al caos de la cárcel, seguía enfrentando su propia batalla en la escuela.
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Editado: 28.04.2025