De Trompenda hacia lo desconocido

Capitulo 20

El ambiente en la celda era opresivo. Arnaldo, sentado en la cama de concreto, mantenía su mirada fija en las páginas del libro Cómo tener armali. Pusen, como siempre, caminaba de un lado a otro, lanzando comentarios sarcásticos para pasar el tiempo.

"¿Sabes? Si estuviéramos en una película, esta sería la parte aburrida donde los héroes están atrapados y tienen que pensar en algo brillante para escapar," dijo Pusen mientras miraba por las rejas. "Y tú, Arnaldo, claramente no estás canalizando a ningún héroe. ¿Cuánto tiempo más planeas leer ese libro?"

Arnaldo, sin levantar la vista, respondió: "Dame un minuto. Creo que estoy descubriendo algo importante."

Pusen se detuvo, levantando una ceja. "¿Algo importante? ¿Como cómo decorar una celda? ¿O cómo ignorar a tu compañero?"

"No," dijo Arnaldo, señalando un párrafo específico. "Aquí explica cómo usar el armali. Básicamente, el poder se acumula con cada golpe que hayas recibido en tu vida. ¿Sabes lo que eso significa? Todos los golpes que he recibido hasta ahora podrían ser suficientes para lanzar un rayo. Podríamos usarlo para destruir la pared de esta celda."

Pusen lo miró fijamente por un momento antes de soltar una sonrisa amplia. "¿Me estás diciendo que todos esos tropezones, caídas y empujones que has sufrido finalmente van a servir para algo? ¡Esto tengo que verlo!"

Arnaldo respiró hondo, cerrando los ojos mientras trataba de concentrarse. Recordó cada golpe, cada caída, cada momento en que el mundo parecía estar en su contra. Poco a poco, comenzó a sentir una energía extraña acumulándose en sus manos.

"¡Funciona!" exclamó Arnaldo, mientras un destello de luz azul comenzaba a brillar alrededor de sus dedos.

Pusen, emocionado, retrocedió unos pasos. "¡Hazlo, Arnaldo! ¡Dale con todo! Pero, por favor, apunta hacia la pared y no hacia mí. Mi hermoso rostro no sobreviviría a un rayo de esos."

Con un rugido que mezclaba concentración y algo de miedo, Arnaldo extendió las manos hacia la pared. Un rayo azul brillante salió disparado, impactando con una fuerza abrumadora y dejando un enorme agujero en la estructura. Polvo y fragmentos de concreto llenaron el aire mientras la alarma de la cárcel comenzaba a sonar.

Un policía, que había estado pasando cerca, observó la escena con incredulidad. "¡Escaparon usando un maldito rayo!" gritó, activando su radio para alertar a los demás. "¡Tenemos una fuga en progreso! ¡Repito, una fuga en progreso!"

Pusen y Arnaldo no se quedaron para escuchar más. Salieron corriendo a través del agujero, esquivando a los guardias que comenzaban a perseguirlos. Sin detenerse, se dirigieron directamente hacia la escuela donde Chort estaba "aprendiendo," o al menos eso pensaban.

Cuando llegaron a la escuela, algo les pareció extraño. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas opacas, y el sonido de maquinaria provenía desde el interior. Pusen, siempre curioso, decidió echar un vistazo más de cerca.

"Esto no parece una escuela," murmuró mientras inspeccionaba una puerta trasera. "Esto parece... una fábrica."

Arnaldo se acercó, observando también el lugar. "¿Qué están haciendo aquí?"

Abrieron una de las puertas y lo que vieron los dejó sin palabras. En lugar de un aula llena de niños aprendiendo, encontraron filas de pequeños trabajando en líneas de ensamblaje. Estaban fabricando desodorantes bajo la supervisión de adultos con caras severas y uniformes que llevaban el logo de la Ciudad Axila.

"¡Están explotando a los niños!" exclamó Arnaldo, incapaz de creer lo que veía.

Pusen, aunque igualmente impactado, no pudo evitar añadir: "Bueno, al menos ahora entiendo por qué esta ciudad huele tan bien. Aunque esto definitivamente arruina el encanto."

Decidieron actuar de inmediato. Pusen comenzó a guiar a los niños hacia las salidas mientras Arnaldo usaba su recién descubierto armali para destruir las máquinas y abrir más caminos de escape. Las alarmas de la fábrica comenzaron a sonar, y los supervisores intentaron detenerlos, pero no fueron rival para la determinación del dúo.

Uno por uno, los niños comenzaron a salir del edificio, corriendo hacia la libertad. Pero a medida que el último grupo evacuaba, Pusen y Arnaldo se dieron cuenta de algo alarmante.

"¿Has visto a Chort?" preguntó Arnaldo, con el corazón acelerado.

Pusen miró a su alrededor, buscando desesperadamente entre los niños que habían rescatado. "No... no está aquí. ¡No tiene la cara de ninguno de estos niños!"

Ambos se quedaron en silencio por un momento, el pánico comenzando a apoderarse de ellos. La idea de que algo malo le hubiera sucedido a Chort era un pensamiento que ninguno de los dos quería enfrentar, pero la ausencia del joven era innegable.

"Tenemos que buscarlo," dijo Arnaldo, su voz llena de urgencia.

"Lo encontraremos," respondió Pusen, tratando de sonar más seguro de lo que realmente se sentía. "Tiene que estar aquí en algún lugar. No se va a librar de nosotros tan fácilmente."

Y con esa determinación, los dos amigos se prepararon para continuar su búsqueda, sabiendo que el tiempo no estaba de su lado.




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