El caos reinaba en la Ciudad Axila. La fábrica donde los niños eran explotados había sido evacuada con éxito por Arnaldo y Pusen, pero ellos sabían que no podían dejarla de pie. Era un símbolo de abuso y explotación que debía desaparecer para siempre. Con una última mirada, Arnaldo levantó sus manos, concentrando todo el poder acumulado en su interior, mientras Pusen le daba ánimos desde una distancia segura.
"¡Dale con todo, Armagedonardo!" bromeó Pusen, usando uno de sus apodos improvisados. "Haz que esta fábrica sea historia."
Un rayo azul salió disparado de las manos de Arnaldo, impactando en el corazón de la estructura. La explosión fue tremenda: ladrillos, escombros y máquinas volaron en todas direcciones, dejando tras de sí nada más que un montón de ruinas humeantes. La alarma de la ciudad comenzó a sonar casi de inmediato.
"Bueno, eso fue sutil," comentó Pusen mientras observaba el desastre. "Creo que ahora sí hemos llamado la atención."
No tardaron en comprobarlo. Desde las calles cercanas, una multitud comenzó a formarse. Entre ellos, el inconfundible alcalde Carlos Andrés, quien gritaba órdenes frenéticamente mientras señalaba a los dos amigos. "¡Atrápenlos! ¡No pueden irse de esta ciudad después de lo que hicieron!"
"¡Genial, ahora somos los villanos de esta historia!" exclamó Pusen, echando a correr junto a Arnaldo. "Corre, amigo, corre como si tu vida dependiera de ello... porque probablemente lo hace."
La persecución se extendió por las calles de la Ciudad Axila, con Carlos Andrés liderando a un grupo de policías en un intento desesperado por capturar a los responsables de la destrucción de su preciada fábrica. Pero a pesar de su entusiasmo inicial, no pudo mantener el ritmo.
"¡Deténganse!" gritó, jadeando, mientras se apoyaba en una pared para recuperar el aliento. "¡No pueden huir de la justicia!"
"¡Claro que podemos!" respondió Pusen desde la distancia, sin dejar de correr. "Porque tú no puedes alcanzarnos. ¿Qué tal si pruebas un desodorante con extra energía?"
Arnaldo no pudo evitar soltar una pequeña risa mientras seguían avanzando. Finalmente, después de muchos intentos fallidos, Carlos Andrés y sus policías abandonaron la persecución, demasiado agotados para seguir adelante.
Esa noche, mientras la ciudad parecía calmarse, las noticias nacionales interrumpieron las transmisiones habituales para hacer un anuncio importante. En la pantalla, un presentador serio miró a la cámara.
"Hoy, en la Ciudad Axila, dos sospechosos destruyeron una importante fábrica local y evacuaron a varios niños que trabajaban allí. Las autoridades han emitido una orden de búsqueda, y quienes proporcionen información sobre su paradero recibirán una recompensa considerable."
En algún lugar lejano, Emilio estaba viendo la televisión. Al escuchar la noticia, dejó caer la copa que sostenía, con una sonrisa que se extendía lentamente por su rostro. "Así que ahí están. No se preocupen, ya voy para allá."
Mientras tanto, Pusen y Arnaldo, aún escondidos en las sombras de la ciudad, trataban de planear su próximo movimiento. La noche había caído, y el ambiente en la ciudad se sentía más tenso que nunca. Ambos estaban agotados, pero sabían que no podían quedarse mucho más tiempo en ese lugar.
"Creo que es hora de que nos vayamos," dijo Arnaldo, mirando a su amigo. "Esta ciudad ya no es segura para nosotros."
Pusen asintió, pero algo en su expresión parecía inseguro. "Sí, claro... pero ¿y Chort? No podemos simplemente irnos sin él."
La mención de su compañero hizo que ambos se detuvieran. Habían estado tan concentrados en su propia supervivencia que habían olvidado que Chort aún no aparecía. La preocupación creció en sus corazones mientras intercambiaban miradas.
"No podemos dejarlo aquí," dijo Arnaldo finalmente. "Tenemos que volver y buscarlo."
"Eso pensé," respondió Pusen. "Vamos. Si Chort está metido en algún lío, mejor será que estemos ahí para sacarlo."
Regresaron a la Ciudad Axila, esta vez con más cautela. Las calles estaban llenas de policías que patrullaban en busca de ellos, y cada esquina parecía estar vigilada. Pero Arnaldo y Pusen, impulsados por la preocupación por su amigo, lograron abrirse paso hasta la escuela que habían evacuado.
Cuando entraron, encontraron el lugar lleno de policías, pero ni rastro de Chort. Decididos a enfrentarlos, los dos amigos usaron todas sus habilidades para derribar a los oficiales que se interponían en su camino. Arnaldo utilizó su armali para lanzar rayos que desarmaban a los policías, mientras Pusen se movía con rapidez, utilizando su ingenio para desorientarlos.
Finalmente, llegaron a lo que parecía ser la oficina principal. Y ahí estaba él: Chort, atrapado en las manos del alcalde Carlos Andrés. La expresión de Chort era de una mezcla de aburrimiento y resignación, pero al ver a sus amigos, sus ojos se iluminaron levemente.
"¡Chort!" gritó Pusen, dando un paso al frente. Pero antes de que pudiera hacer algo más, el alcalde levantó una mano, con una sonrisa triunfante en su rostro.
"¿Buscaban algo?" preguntó, con un tono sarcástico. "Porque creo que ya lo encontré."
Arnaldo y Pusen se quedaron inmóviles, sabiendo que cualquier movimiento en falso podría poner a su amigo en peligro. La tensión era palpable, y ambos sabían que el próximo momento sería crucial.
#1215 en Fantasía
#738 en Personajes sobrenaturales
#1828 en Otros
#325 en Acción
aventura epica, protagonistas, aventura ficcion poderes y accion
Editado: 28.04.2025