El caos que envolvía la prisión seguía siendo abrumador, pero Arnaldo, quien ya había aprendido a controlar el agua, sabía que tenía el poder para intervenir. Las llamas creadas por el intento impulsivo de Pusen se habían propagado rápidamente, pero la humedad del ambiente era suficiente para que Arnaldo pudiera actuar.
Concentrándose en su habilidad como hurine, Arnaldo levantó las manos. El agua en el aire comenzó a acumularse a su alrededor, formando remolinos que obedecían a su voluntad. Usando esa energía, dirigió las olas hacia las llamas, extinguiendo el fuego con precisión y creando un camino seguro hacia sus amigos.
Cuando llegó al corazón del incendio, encontró a Chort atrapado, pero ileso. "¿Cómo estás?" le preguntó Arnaldo mientras lo levantaba en brazos.
"Bien, supongo," dijo Chort con una mezcla de alivio y sarcasmo. "Gracias por no dejarme tostado. Aunque sinceramente no esperaba menos de ti. Ya manejas el agua como si fueras parte de un espectáculo de circo."
Arnaldo rió mientras continuaba extinguiendo los últimos vestigios del incendio. "Es un talento natural, ¿qué puedo decir? Vamos, tenemos que salir de aquí."
Los dos lograron escapar de la prisión destruida, reuniéndose con Pusen en el exterior. Pero justo cuando el grupo comenzaba a sentirse aliviado, un ruido familiar interrumpió su tranquilidad. Un carro negro apareció en el horizonte, acercándose rápidamente hasta detenerse frente a ellos.
La puerta se abrió, y de ella salió Carlos Andrés, el alcalde de la Ciudad Axila. Su rostro estaba marcado por la ira, y el ojo quemado por el ataque de Arnaldo era una clara señal de su sed de venganza.
"¡Ustedes!" gritó Carlos Andrés, señalándolos con su único ojo sano. "¡Por culpa de ustedes perdí mi ojo! ¡Han destruido mi prisión y arruinado mi ciudad! No descansaré hasta verlos pagar por todo esto."
Antes de que pudiera continuar, Pusen, fiel a su naturaleza impulsiva, se acercó rápidamente y le dio un fuerte puño en el rostro. Carlos Andrés cayó al suelo, aturdido por el golpe, mientras su carro quedaba desprotegido.
Arnaldo miró el vehículo y luego a sus amigos. "Bueno, no podemos quedarnos aquí mucho más tiempo. ¿Qué tal si nos llevamos este carro? Parece una buena opción para alejarnos rápido."
Chort, aún recuperándose del caos, asintió con una sonrisa. "Claro, tiene todo el sentido. Además, él se lo merece después de todo lo que ha hecho."
Sin perder tiempo, el grupo subió al carro y arrancó a toda velocidad, dejando atrás al alcalde furioso y humillado.
Pero Carlos Andrés no iba a rendirse tan fácilmente. Mientras se levantaba del suelo, se sacudió el polvo y miró hacia el horizonte, donde el carro desaparecía en la distancia. "Esto no termina aquí," murmuró, con una voz llena de determinación. "Si no puedo acabar con ellos solo, crearé un ejército."
Con esa idea en mente, comenzó a planear algo nuevo y completamente audaz: fundar un culto. Un culto dedicado a él, donde reuniría seguidores que compartieran su odio hacia el trío. Con su influencia como líder, dirigiría a su grupo de fanáticos hacia la venganza y la victoria.
Carlos Andrés podía verlo claramente en su mente: él, liderando una multitud leal, eliminando a sus enemigos de una vez por todas. La Ciudad Axila estaría marcada por su retorno triunfal.
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Editado: 28.04.2025