De Verano A Verano

15: En el desayuno

 

 

Mientras Joseph se ocupa de Connor, quien sabe bañarse sin ayuda pero siempre tienen que estar cerca en caso necesite algo, Colt y yo venimos al pequeño restaurante para tomar algo de desayuno.

—Mira, tienen lo que te gusta —señala a la barra de comida—. Mango picado y fresas.

A pesar de ser temprano ya se siente el calor húmedo alrededor. Mi cabello es empujado por el viento y el lugar está ambientado con música de la temporada. Diría que el noventa por ciento de quienes se han asomado para comer son jóvenes, supongo que las familias prefieres hospedarse en hoteles más formales o en lugares turísticos.

—Colt —me muevo con él, quien toma un plato grande y me lo pasa—. ¿Qué haremos ahora? ¿Tienes señal?

—No pero Joseph va a preguntar cómo salir de aquí y regresar a nuestro camino —afirma, toma otro plato para él y se mueve lentamente—. No te preocupes, Brittany.

Yo miro las opciones. Hay huevos revueltos, salchichas fritas, emparedados con queso y panqueques redondos. Tomo un emparedado y dos panqueques, Colt va por una cosa de cada una.

— ¿Quieres mango? —toma el cucharon para servirme.

Junto mis cejas. — ¿Recuerdas que me gusta el mango?

Me sirve unos cuadritos. —Nadie puede olvidarlo, te solías ensuciar todo el rostro cuando lo comías.

—Dame fresas —pido—. Pero tú también, luego nuestras mamás se enojaban que ensuciábamos nuestra ropa.

—Y nuestros hermanos mayores se ofrecían para limpiarnos con la manguera —concluye él, sonriendo.

Colt se sirve un poco de melón y finalmente llegamos donde está el café. —Ve por una mesa —sugiero—. Te llevaré la bebida, ¿Qué quieres?

—Café está bien —toma mi plato con una mano—. No te olvides de los cubiertos.

Asiento y cuando él se mueve a la mesa más cercana, yo tomo dos tazas blancas y sirvo un poco de café en ellas. Luego tomo dos cubiertos envueltos en servilletas de papel y los sostengo entre mis dedos, asegurándome que nada se caiga.

— ¿Sabes qué? —Colt se levanta cuando me acerco a la mesa—. Voy por la comida de Connor, querrá panqueques y no quiero que se los acaben.

—Está bien —respondo, sentándome en una de las sillas metálicas.

Frente a mí hay un grupo de chicos y chicas riendo y bebiendo únicamente café. Parecen físicamente cansados pero no lo suficiente como para dejar de bromear entre ellos y sonreír.

Como si algo apretara mi estómago tengo una sensación que llega cada vez que veo una escena de esas. Tengo diecisiete años, a pocos meses de cumplir los dieciocho y me pregunto, ¿Qué he hecho con mi vida?

¿Por qué a las personas se les hace tan fácil tener amigos y conocer gente cuando a mí no? ¿Por qué no soy de las chicas que salen con chicos libremente? ¿Por qué no me veo de esa forma?

Mi mamá, la señora Medal y el padre de Madeleine siempre nos recordaban que seriamos jóvenes una sola vez en nuestras vidas. Nos repetían una y otra vez que los diecisiete años eran los años dorados y que sería inolvidable.

Pero aquí estoy y nada en mi vida se siente de esa forma, en realidad, quisiera olvidar muchas cosas. ¿Dónde están mis experiencias alocadas? ¿Dónde está lo que el mundo me ha prometido que viviría a esta edad? ¿Por qué todos parecen tenerlo excepto yo?

—Listo —Colt se sienta a mi lado dejando el plato con tres panqueques y mucha fruta al lado del suyo.

Tomo un cubierto y se lo paso, él lo toma y cierra los ojos por unos segundos. Pensé que era por la luz o quería simplemente hacerlo sin embargo noto que mueve sus labios.

— ¿Haces oraciones antes de comer? —pregunto—. Nunca te he visto hacerlas.

Se encoje de hombros. —He cambiado, ya te lo dije.

Sonrío un tanto burlona. — ¿Ahora eres un hombre de fe? ¿Significa que ya no me fastidiaras la existencia?

Rueda los ojos. —Eso jamás se detendrá —me da un toquecito con el tenedor en la muñeca—. Nuestras familias creen, ¿no? ¿Es tan raro para ti?

—Mucho —contesto—. Digo, ¿no eras de los que siempre se enfermaba de algo los domingos para no ir a la iglesia?

Sonríe con sus labios juntos. —Lo era —se inclina hacia mí—. Me acabo de acordar de algo más, una vez sí estaba enfermo, ¿recuerdas? Un resfriado.

Asiento mientras clavo mi tenedor en el mango. —Y te dije que el Cielo te estaba castigando por todas tus mentiras.

—Así es —recuesta su codo en el respaldo de mi silla—. Pero hiciste una cosa más, ¿lo olvidaste?

Él tenía catorce y yo trece, después de la iglesia mis padres iban a comer en un restaurante de pollo frito pero yo me regresé con los Medal para ver a Colt. En mi mente me estaba excusando sobre qué mi intención era pasar a molestarlo pero sé que realmente lo único que deseaba era saber que estuviera bien.

—Fui a visitarte —a su habitación—. Y tú estabas durmiendo.

—Pero te escuché entrar —complementa—. Y te sentaste a mi lado, en silencio, por muchos minutos solo estabas ahí.

Colt me mira a los ojos y aunque no estamos cerca del océano, es como si pudiera escucharlo con tan solo su mirada. Él y yo hemos estado cerca del otro desde siempre y no ha sido exclusivamente del verano pero todo comenzó y terminó en esa temporada.

Mi enamoramiento por él comenzó un día de verano, hace muchos calendarios atrás y terminó, en ese mismo tiempo.

Colt me recuerda al verano, a la manera en que la arena resplandece con el sol y la forma en que el agua abraza tu cuerpo cuando pasas a su inmensidad. Pero también lluvia y la intensidad que te obliga a cerrar los ojos, es saber que aunque el mar sea precioso, debes tener cuidado.

Puede arrastrarte lejos.

Trago saliva y retiro mis ojos. —Colt, tengo que preguntarte algo.

—Hazlo —su voz es suave, tanto como la canción de fondo, muy al estilo de los años sesenta.

— ¿Por qué lo hiciste? —pregunto finalmente, una de las muchas dudas que he querido resolver—. Esa noche, el verano pasado, ¿Por qué, Colt?




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