Siempre supe que Madeleine tenía más dinero que mi familia.
Si tengo que ponerlo en jerarquía, era ella, luego los Medal y finalmente, nosotros. Supongo que ser hija única con un padre abogado es algo muy beneficioso monetariamente hablando.
Madeleine siempre viaja dos veces al extranjero por vacaciones, cuando cumplió dieciséis se fue a Grecia y cuando terminó con su primer novio, su papá la llevó a Europa como consolación. Su padre no solo la lleva a otros países, también le compra todo lo que quiere. Teléfonos, bolsos, ropa, maquillaje. Es básicamente, su princesa y lo que ella pida, lo tendrá.
No diría que presumía eso con nosotros pero no lo ocultaba. Digo, ¿Por qué iba a ocultarlo? Es su estilo de vida y no debería disimularlo para no “ofendernos” pero sin necesidad que tuviera esa intención, a veces me sentía un poco mal.
Solía pensar que ella siempre tendría algo más que yo. Cualquier cosa, todo. Más belleza, más carisma, más seguridad, más ropa linda, más amigos y más atención del mundo.
Y no solo es bonita y rica, sino es muy inteligente. Es de las mejores en su clase, habla tres idiomas y se ha ganado muchos premios de todo tipo. Jamás en la vida me atrevería a pensar que podría ganarle en algo.
Y supongo que una vez más, ella ganó.
Cuando comenzó este viaje no tenía la intención que Joseph y yo regresáramos o que nos diéramos una segunda oportunidad pero no me esperaba esto. No esperaba que sería ella la que sostiene su mano, lo besa y puede rodearlo con sus brazos.
Mientras Madeleine nos conduce por su casa, veo todo alrededor. Muros de un tono gris tan claro que parece blanco, mesas con jarrones por todos lados, techos altos y pequeños candelabros.
— ¿Dónde está tu papá? —pregunta Colt.
Sacude su mano en el aire. —Me dijo que saldría y vendría más tarde, debe ser por el tráfico que no ha regresado.
Llegamos a la sala de estar donde hay tres fotografías grandes de Madeleine. Todas ellas con vestidos del mismo color pero en distintos puntos de su vida. Primero es cuando era una bebé, es una fotografía profesional y por eso se ve de tan buena calidad. Tiene un listón lila y el vestido del mismo color, rodeada de flores. La siguiente es de ella alrededor de los diez años, mismo estilo de vestido con muchas capas y una gran sonrisa. La última es reciente, con un vestido más corto y ella posando con la mano en la cintura.
—Um… ellos están en la sala de entretenimiento —explica—. ¿Vamos ahí?
Colt asiente, dándome una mirada para asegurarse que estoy de acuerdo. No digo nada, solo me limito a caminar en este lugar desconocido.
—Ah, por cierto, sé que no podrán conducir por la noche —gira sobre sus talones para hablarnos de frente—, no se preocupen. Hay dos habitaciones de huéspedes listas para ser usadas, solo es cuestión que se organicen.
Toco mi cabello húmedo, no puedo creer que tendré que quedarme en esta casa. Espero que su padre venga pronto, al menos él si me agrada y las cosas serán menos incomodas con uno de los “adultos” por aquí.
—Bueno, es por aquí —dice, señalando un pasillo al fondo.
Seguimos avanzando en esta interminable casa hasta que se detiene en una puerta, la empuja para mostrarnos una habitación más oscura. En el medio hay una pantalla de televisión enorme, tres sofás largos negros y al fondo, una mesa para jugar billar.
Connor y Joseph están en uno de los sofás, Joseph está recostado con las piernas estiradas y Connor ha doblado sus piernas.
— ¡He vuelto, Connor! —Madeleine se apresura para acercarse con él y se sienta a su lado—. ¿Me extrañaste?
Connor coloca su mano en la mejilla de ella.
Incluso a Connor le agrada.
Creo que yo soy la del problema, cada persona de las dos familias se lleva bien con ella menos yo.
—Oye Connor, ¿adivina qué? Tengo esa película del dinosaurio que te gusta y la vamos a ver aquí, será genial —le dice.
Colt me toma del brazo para que nos movamos de la entrada. Caminamos hasta el primer sofá, a un lado de donde están ellos. Joseph voltea su mirada pero ignora mi rostro, mira a su hermano.
—Iré por algunas maletas, las necesitaremos.
—Te ayudo —Colt ofrece.
Joseph lo piensa un segundo pero finalmente, acepta. —Está bien, vamos.
Quería estirar la mano y tomar la de Colt para rogarle que no se fuera. No quiero estar aquí sin él, es casi como sí lo necesito para que no me sienta desprotegida, lo cual parece una locura considerando que es Colt Medal.
Pero las cosas han cambiado.
—Ahora vengo —me dice él.
Asiento y miro al suelo, escucho sus pasos hasta que ya no son audibles.
— ¿Debería hacer palomitas de maíz? —le pregunta a Connor.
Yo, a pesar de tener la ropa de Colt, aún sigo húmeda y me siento incomoda. Me froto los brazos y me muevo sobre el asiento, deseando que llegue la noche pronto para poder descansar y estar a solas.
Necesito estar a solas.
— ¿Britt? —Ella me habla—. ¿Puedes ir a preparar las palomitas?
La miro, sin expresión alguna. — ¿Ahora?
Se encoje de hombros, sonríe. —Iría yo pero no he visto a Connor en mucho tiempo y tengo tanto que contarle.
Me acomodo la camiseta. — ¿Dónde? —pregunto—. ¿A dónde voy? ¿Qué hago?
Sacude la mano. —Solo busca la cocina, abre la puerta de la esquina y ahí los encontrarás.
Suspiro, cansada pero resignada.
Me levanto dándole una última mirada a Madeleine que sigue sonriendo, camino arrastrando los pies y salgo por la puerta. Avanzo en el pasillo viendo las fotografías enmarcadas de ella y su padre en distintas partes del mundo.
Regreso a la sala de estar y asumo que la cocina está al fondo. Cruzo un arco que divide la sala del comedor y me detengo a ver los detalles. Una mesa de vidrio para ocho personas, una ventana amplia, un candelabro de cristal y el suelo reluciente.