De vuelta al barro

Capítulo 4

El puerto de Innsmouth: la Semilla del Mal

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El asedio a la decrépita localidad de Innsmouth duraba ya tres días. Desde nuestra llegada, acompañados de la policía local de Ipswich y reforzados por algún pelotón de la Guardia Nacional de Massachusetts que había atracado en el puerto de Innsmouth desde la Isla de Plum, habíamos registrado muchas de las desvencijadas viviendas, así como varios almacenes y cobertizos situados en el centro del pueblo.

La operación conjunta iba dando sus frutos; la mayoría de los detenidos habían resultado ser híbridos -algunos de ellos en avanzado estado de mutación- o humanos que mantenían extraños y oscuros tratos con ellos. Salvo por alguna reyerta puntual, de momento, la redada iba desarrollándose tal y como habíamos planeado, sin excesivos contratiempos.

Nuestro grupo de élite centraba sus esfuerzos ahora en los embarcaderos situados en el barrio marinero y las cochambrosas barracas que se hacinaban cerca de él. La zona portuaria era, sin duda, la más corrompida y peligrosa de Innsmouth, lo que nos había obligado a echar mano de las armas, pero, extrañamente, los profundos todavía no habían emergido de sus escondites acuáticos para defender su plaza... ¿quizá habían escarmentado con nuestro desembarco? era una posibilidad, no en vano se habían llevado una buena ración de plomo.

Sea como fuere, el grueso de nuestras fuerzas estaba atrincherado en el puerto, escondido entre barcas destartaladas, montones de cajas y otros aparejos de pesca. La noche era húmeda y una enfermiza bruma blanquecina cubría el agua. El resto del pelotón que conformaba la redada estaba repartido en varios cruces estratégicos de Innsmouth, atento a las indiscretas ventanas y a las oscuras buhardillas que parecían vigilar cada uno de nuestros movimientos, rodeadas de un ominoso silencio que nos recordaba que no éramos bienvenidos en el ancestral feudo de los Marsh.

Era cuestión de tiempo que los fanáticos seguidores de la Orden Esotérica de Dagon salieran a nuestro encuentro, pero, por el momento todo permanecía en silencio, aquel maldito y tenso silencio que siempre precedía al estallido de la violencia y al olor de la pólvora.

Los nervios estaban a flor de piel, incluyendo los míos.

De repente, el mar empezó a burbujear, cada vez más, como si un submarino estuviera a punto de emerger: ¡ya estaban aquí! Apoyé la culata del fusil en mi hombro, quité el seguro y apunté, solamente tenía que esperar a que lanzaran las bengalas rojas para abrir fuego, aquella sería la señal, tal y como habíamos acordado... pero "algo" no salió según lo previsto. A pesar de la humedad que empañaba la mirilla de mi fusil, pude verlo con terrorífica claridad: no era una oleada de profundos, como esperábamos, sino una enorme cabeza con tentáculos lo que comenzó a surgir del agua, mostrando un colosal cuerpo gomoso cubierto de resbaladizas escamas y con dos largas alas en su espalda. Entonces, su acuoso rugido hendió el ambiente y el tiempo se detuvo por un breve y aterrador instante.

¡Mierda, no teníamos munición ni cobertura suficiente para eso!




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