De vuelta al barro

Capítulo 6

El Caos Reptante

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Estábamos en Woodbrige, Suffolk, realizando una incursión nocturna entre enmarañada vegetación y pedruscos, ascendiendo el irregular curso del río Deben. Los lugareños nos habían indicado cómo llegar hasta un lugar llamado Sutton Hoo; aunque no solían acercarse mucho por la zona, algún pastor de ovejas sí nos había asegurado que por allí moraban desde tiempos inmemoriales las brujas para celebrar ritos paganos relacionados con el diablo. Podían ser meras supersticiones locales, historias para no dormir, pero, por nuestra propia experiencia, sabíamos que no era la primera vez que una simple leyenda se transformaba en algo demasiado real.

Sutton Hoo era el emplazamiento de dos antiguos cementerios medievales anglosajones y, aunque durante algún tiempo se llevaron a cabo varias excavaciones arqueológicas para explorar los diferentes túmulos que conformaban su paisaje, estas terminaron por abandonarse. Al parecer, muchos de los profesores y ayudantes de campo se habían negado a volver al lugar porque los malos espíritus los habían ahuyentado: pesadillas, ruidos extraños, alimañas, desaparición de material e incluso algún trabajador del que nunca más se supo. Y allí estábamos nosotros ahora.

La noche era cerrada, escasas nubes y brillantes estrellas decoraban el cielo. A medida que nos íbamos acercando al maldito lugar, empezamos a escuchar cánticos y a ver algún destello de luz anaranjada provocado por varias hogueras desperdigadas por el terreno. En silencio y cuerpo a tierra, asomamos la cabeza entre los matorrales y contemplamos la perturbadora escena: un puñado de siluetas danzaba alrededor de los fuegos, debían de sumar unas cuarenta personas, pero, de entre todas ellas, destacaba una sola que no bailaba y sobre la que parecía recaer todo el peso del ritual. Aquella figura central lo observaba todo con evidente regocijo y daba la sensación de que sobre ella convergían todas las sombras proyectadas por las llamas, pues su color era negro como el carbón.

¿Podía tratarse de... ? No, por favor, que no fuera él. No podía ser él...

Salimos de nuestro escondite armas en mano, dispuestos a terminar con aquella danza macabra. Unos cuantos fanáticos narcotizados y en trance no supondrían un problema, seguro que después de que cayera el primero de ellos, la mayoría se daría a la fuga. Por eso, nuestros esfuerzos debían centrarse en aquel extraño hombre negro.

Aunque muchos huyeron, algunos sectarios corrieron hacia nosotros gritando como posesos salvajes, pero entre toda aquella marea de gente enloquecida, yo solamente tenía ojos para él. Caminaba -o más bien se deslizaba- mirándonos aburrido con una inquietante expresión que parecía querer decir "Cómo osáis molestarme...". Entonces, empezó a sonreír mientras canturreaba, adoptando una mueca de grotesca satisfacción que me crispó los nervios. Y esa mirada, de una inteligencia muy superior, aquella maldita mirada rebosante de maldad.

Oí los primeros disparos y tres sectarios cayeron al suelo mientras el resto seguía corriendo a nuestro encuentro, pero, de pronto, el brazo que sostenía la escopeta de Randers se ennegreció y se consumió; luego, un grito de Norris hizo que me girara para ver cómo su pierna había sido amputada de golpe... Miré al hombre negro y su sonrisa era más amplia y siniestra aún: ¡Mierda, sí, era ÉL!

Grité a mis camaradas que se olvidaran de los sectarios y abatieran al hombre negro, que ahora alzaba sus brazos al cielo y cantaba aún más alto. Y abrimos fuego; los cañones al rojo vivo humeaban sin descanso y los casquillos de bala volaban entre gritos de rabia... y el hombre negro cayó al suelo envuelto en una lluvia de plomo. Cuando nos estábamos acercando recargando nuestras armas, el cuerpo empezó a hincharse y temblar, hasta que reventó y de aquella masa informe emergió, ululante y triunfal, una colosal y desgarradora figura coronada por una especie de espantosa lengua roja.

Fue horrible comprobar como aquella cosa se fijó en mí antes de desaparecer en el cielo sin más. Entonces supe que jamás volvería a conciliar un sueño libre de pesadillas.




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