De vuelta al barro

Capítulo 16

La Hermandad del Faraón Negro

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Instalados al sur de El Cairo, habíamos dedicado varios meses a estudiar discretamente los movimientos que estaba llevando a cabo la Hermandad del Faraón Negro, una secta encabezada por el infame Omar Shakti que pretendía contactar con Nyarlathotep; pobres ilusos descerebrados, desconocían que aquello los consumiría en un horror infinito de sufrimiento... solamente Shakti sabía perfectamente lo que se traía entre manos y un tipo de su calaña era muy peligroso porque, en pos de su propio interés y beneficio, sería capaz de sacrificar las insignificantes vidas de un puñado de desgraciados.

Omar Shakti era un personaje turbio que convenía tener bien lejos. Era el sumo sacerdote de la Hermandad, un hombre hecho a sí mismo que se había convertido en un rico terrateniente gracias al cultivo del algodón y que, hoy, poseía una posición preeminente en la capital de Egipto, donde era tan respetado como temido, ya que su influencia también se extendía por los barrios con peor reputación de El Cairo. Inteligente, taimado y desalmado, cruzarse en su camino nunca era una buena idea.

En cualquier caso, aquellos días de observación nos habían permitido descartar de nuestra lista de posibles objetivos el complejo de túneles y cavernas que la Hermandad lleva décadas construyendo y ampliando en secreto bajo la Gran Esfinge de Giza. Así que, ahora nos encontrábamos acampados a las afueras de otra de sus bases, en Saqqara, al suroeste de Menfis, atentos a los preparativos previos al gran ritual que planeaban celebrar a los pies de la pirámide escalonada de Zoser, madre del resto de las célebres pirámides que luego se erigieron en Egipto.

Después de revisar el armamento, vestirnos con ropa de camuflaje y de repasar el plan de asalto por enésima vez, esperamos a que cayera la noche, deseando que las estrellas nos brindasen su protección. Protegidos por una pequeña duna próxima a la pirámide de Zoser, vimos centenares de antorchas prendidas alrededor de un tosco altar de piedra desgastada; encima de él reposaban una serie de pergaminos de apariencia muy antigua sobre los que Shakti tenía clavados sus enfermizos ojos. Paseaba suavemente los dedos sobre los ajados rollos, como buscando un pasaje concreto... y lo encontró, sin duda, porque una perversa sonrisa de dibujó en sus labios.

Más allá de unos pocos sectarios vestidos con túnica negra que parecían auxiliar a Shakti y que se mantenían algo alejados del altar atentos a cualquier imprevisto, el grueso de los adoradores había empezado el culto profiriendo alaridos y danzando de manera espasmódica a la luz de las antorchas, como si no fueran duerños de sus propios cuerpos y no acabaran de controlar del todo sus movimientos. Shakti, mostrando su verdadera naturaleza de poderoso hechicero, ejercía de director de orquesta y agitaba los brazos frenéticamente mientras cantaba algo ininteligible. El in crescendo demencial de la ceremonia parecía no tener fin.

No sabía si era el mejor momento para detener aquella locura, pero consideré que no íbamos a tener muchas más oportunidades, así que di la orden: saltamos desde la duna para interrumpir el ritual, abriendo fuego a discreción con todo lo que teníamos. Un buen número de fanáticos empezaron a correr asustados mientras tropezaban entre ellos y tiraban por los suelos unas cuantas antorchas en su atropellada huida, pero otros optaron por hacernos frente y ponernos las cosas un poco más difíciles.

Judas y Razor, que avanzaban a mi lado, gritaban como posesos mientras vaciaban sus escopetas de doble cañón. Las balas de los fusiles de Mad, Bill y John silbaban por encima de nuestras cabezas limpiándonos parte el camino, pero la principal preocupación se dibujó en el cielo... aunque sabíamos que Shakti no lo dejaría todo al azar y que alguna clase de sorpresa aguardaría oculta en un escondrijo por si la Hermandad tenía problemas, no esperábamos aquello. Están locos, sí, pero hay que reconocerles que son precavidos.

Una colosal silueta se recortó contra la luz de la Luna y allí, desafiante, una viscosa serpiente alada nos mostró su grotesca boca rugiente plagada de colmillos. Su figura, extrañamente distorsionada, parecía cambiar a cada instante, pero, aún así, calculé a ojo que aquel ejemplar mediría cerca de diez metros. Uno de los perros de presa de Nyarlathotep, seguramente convocado a la desesperada por el maldito Shakti para cubrirse las espaldas, venía a proteger a su señor...

¡Pues vuela bastardo, veamos de qué estás hecho!




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